IV
El auto en el que David se transportaba
rodaba a su máxima capacidad, la luz de alarma del motor había estado encendida
desde hacía una hora, sin embargo, Carlos decidió continuar hasta llegar a La
Unión, y allí entrarían a un taller para que revisaran el estado del automóvil,
pues habían pasado mala noche y se habían retrasado en su itinerario, temiendo
no llegar a tiempo para la fecha que esperaban estar en Gachalá.
Sofía continuaba alegando y discutiendo
con Carlos, parecía estar algo paranoica, tal vez por el hecho de llevar un
extraño en su auto, cosa que David infirió. A pesar de esto, también discutían
temas bastante personales, echando en cara detalles de su vida privada que
nadie más que ellos debían conocer, por lo que David optó por hacer oídos
sordos mientras el fuerte viento golpeaba su rostro y abrumaba sus sentidos.
En un determinado momento se escuchó una
pequeña explosión proveniente del motor, por lo que empezó a brotar humo debajo
del parachoques. Perdían velocidad a cada instante mientras Sofía, más asustada
que nunca gritaba a Carlos a lo que él respondía con una sonrisa y modestas carcajadas.
Mientras la lengua de Sofía continuaba
batiéndose en el aire, desparramando saliva como lava hirviente, Carlos se giró
hacia David.
- Hemos de empujar hasta La Unión,
compañero, dijo mientras obviaba las palabras hirientes, agudas como inyecciones, que emergían
de su esposa.
David asintió agraciadamente y ambos
descendieron de la camioneta.
Bajo el sol abrazador, sin ninguna nube
que les permitiera descansar de su penetrante iluminación, impulsaron a carne
viva su transporte, mientras Sofía se mordía los labios de la rabia que roía su
interior tras el volante.
Afortunadamente faltaban menos de 5Km para
llegar a La Unión, por lo que no demoraron demasiado en alcanzar la entrada del
pueblo donde David se despidió presurosamente de Carlos, pues tenía una gran
corazonada con respecto a Ka. Le sentía más cerca que nunca, su presencia le
era casi perceptible.
Recorrió aceleradamente La Unión. Pronto
llegaría el ocaso y todavía se encontraba allí, pensó en quedarse en un motel,
pero decidió emprender camino pues esperaba encontrar un alma piadosa que le
ayudara a continuar con premura su camino, más en el peor de los casos, debería
acampar en algún sitio cercano a la carretera.
…
Pronto anochecería y el frío talante se
colaba por entre los pliegues de las múltiples chaquetas que llevaba consigo.
En su caminar pudo divisar un pequeño letrero en madera que anunciaba la
capilla Santa Catalina.
- Allí podría pasar la noche, pensó.
Aunque su racionar era acertado, ni
siquiera era capaz de imaginar lo que le depararía el camino y la forma en que
esta fatídica noche de 21 de diciembre se develaría.
Caminó apresurado con el fin de ganar
calor por la agitación, pero al virar hacia el sendero que le llevaría a la
capilla. Tropezó con un cúmulo de nieve en el que a su lado emergía una flor
nativa del Páramo con pétalos rojos, lo que llamó su atención.
Se agachó para recogerla y al arrancarla
más el leve movimiento de tierra descubrió una mano.
Su corazón se heló instantáneamente y de
un salto quedó sentado en medio de la autopista.
Se sostuvo sobre pies y manos, gateando
como un pequeño animal, se acercó cauteloso, y empezó a descubrir el cuerpo que
yacía inmóvil y paralizado, congelado en su totalidad.
Sus brazos, azules, adornados con sangre
cristalizada que asemejaban lentejuelas rojizas que brillaban con destellos de
luz. Sus piernas enmarcaban dos conos puntiagudos y sin forma, estalactitas de
piedra rojiza tintadas por murciélagos que tomaban la sangre de animales
salvajes y a su regreso le regurgitasen posados desde el techo, escurriendo
trazos magenta desde la base hasta la punta.
David estaba completamente desprevenido y
embriagado por un morbo que le causaba la acción de desenmarañar un cuerpo sin
vida. No obstante temía descubrir el rostro de aquel cuerpo, sin embargo, la
tentación y la curiosidad se apoderaron su ser y con un pañuelo empezó a
limpiar donde se encontraba la cabeza de la mujer.
Primero emergieron sus labios azules,
agrietados y serenos, luego su barbilla y pómulos, lacerados y con pequeñas
piedritas todavía incrustadas en la superficie de la piel.
Cuando tuvo su rostro completamente
descubierto, cayeron las lágrimas de David que se cristalizaban inmediatamente
al tocar el suelo mullido, precipitándole a un shock nervioso instantáneo.
El cuerpo inerte de Caroline yacía frente
a sí, sus ojos, todavía abiertos, demostraban la paz que llenaba el alma de
David, más en esta ocasión, la opulenta llenura llegaba hasta el punto de
oprimir su ser.
Le era imposible aceptar el hecho de haber
perdido a su amada.
Se irguió con la mirada desorbitada, sus
pasos eran imprecisos y tropezaba contra las ramas de los frailejones que
sentía como manos sobre su hombro, en un intento desesperado para consolarle en
un punto en el que toda voluntad de su ser se había desvanecido.
Caminó maquinalmente hacia la capilla, la
cual se veía a lo lejos, derruida y en mal estado.
Un agujero en el techo dejaba colar la
nieve al recinto, mientras David alistaba su carpa donde se disponía a dormitar
en soledad.
Ya la oscuridad de la noche llenaba cada
rincón de su estadía, su cuerpo tiritaba como arrebato físico en búsqueda de un
calor corporal que nunca más hallaría pues la tibieza de la piel de Caroline se
había perdido para siempre.
Sostenía en sus manos entumidas un
encendedor que Ka le había regalado, daba vueltas entre sus dedos, prendiéndolo
y apagándolo repetidamente, mientras los pensamientos fugaces atravesaban su
mente sin poder contenerles.
Preparó una dosis, la calentó con el
encendedor y sintió el sosiego fulminante recorrer sus venas como aceite
hirviendo, sonrió y alzó los brazos denotando la forma de las caderas que algún
día le enloquecieron, se hundía mientras el polietileno de su carpa le abrazaba
sofocante.
…
- Te entrego mi cuerpo y espíritu, para
que juntos, podamos ser uno en la eternidad.