jueves, 25 de junio de 2015

Capítulo II

II

Una pieza metálica encajó para la activación de engranajes y mecanismos que darían paso a la morada donde el cuerpo famélico de Ka le esperaba con ansias. Llamaba a gritos nombres aleatorios, buscando amparo en la conciencia de quien pudiese estarle escuchando.

David se hallaba de pie en el marco de la entrada, donde la luz artificial que pretendía iluminar los rincones corroídos de esta putrefacta ciudad, quemaba la madera roída por la humedad y el pasar del tiempo, más antes de ingresar en este manicomio al que solía llamar “hogar” notó un pequeño destello en la ventana del segundo piso.

Cerró la puerta detrás de sí, buscando alejarse de las notas volátiles, que entraban en el recinto y chocaban violentamente contra las paredes haciendo resonar materiales en la penumbra.

- Debe estar hambrienta, pensó David mientras se despojaba de sus zapatos, algo desgastados por el trajín diario y la rutina esclavizante que se veía obligado a soportar. Se dirigió hacia la cocina, con pasos calculados y precisos evitando las fallas y tropiezos que conocía de memoria, y que aun estando en total oscuridad, podía divisar mentalmente.

Preparó de mala gana medio emparedado y sirvió algo de agua en un vaso, roto a la mitad, pero todavía funcional. Prosiguió hacia el segundo piso y con  cautela felinezca, saltó los dos escalones que se encontraban agrietados, y que de apoyar su peso sobre estos, se habrían desvanecido en el aire quebrándose de forma estridente, precipitándole hacia el vacío infinito de su miseria encallada a sus fallas eternamente presentes.

Entreabrió la puerta del recinto donde le esperaba Ka con gran deseo,  y como si le llamasen las voces interiores de demonios que gemían y forcejeaban por el control del cuerpo, le vio retorcerse en el colchón apiñado al lado de la ventana.

- Tienes este cuarto hecho mierda, Ka. Exclamó David al notar la pocilga a la que ella llamaba su santuario, un sitio que le había encadenado perpetuamente a su demencia, la cual le había llevado hasta este estado, tan deplorable, en el que actualmente se encontraba.

Al pronunciar esta frase ella quedó en una posición de contorsión en la que se veía cómo sus ligamentos dislocados y piel arduamente lacerada se entrelazaban como enredaderas dejadas a la merced del tiempo en medio de una pradera baldía y deshabitada. Un ser casi irreconocible le habló de forma vehemente y agresiva, demandando explicaciones que nadie en esta situación habría sido capaz de proveer.

David calló y mientras le observaba atentamente se acercó y tendió el alimento que había preparado para aquél cuerpo desleído y maltratado, quien en sus años mozos fue su princesa, pero al no encontrar siquiera un gesto de comprensión, David prosiguió a sentarse a su lado.

Corriendo basura y mugre ayudado por su pie, ahora desnudo, abrió un campo entre la opulenta inopia que desbordaba del colchón viejo y purulento, se acurrucó e intentó abrazar aquél cuerpo el cual reaccionó bruscamente, intentando zafarse de las cadenas mentales que le retenían en la opresión y evitando la imposición de más ataduras que encontraba alojadas en las venas de David, que al momento en el que sus manos se entrelazasen alrededor de su cuerpo se activarían para aplicar otra capa de cabestros aprisionándole aún más, asfixiándola y agraviando su estado de forma exponencial.

Al notar esta reacción, David observó con gran aflicción al ser que alguna vez amó y por quien habría muerto en cualquier instante, pero se resignó ante tal renuencia y apoyó su cabeza contra la pantorrilla de Ka. En un intento desesperado para rescatarle de sus penurias, le tendió la mano que sostenía el alimento, acto seguido, ella empezó a ingerir lentamente el pan mohoso que este ente, quien en su estado, era alguien desconocido, le brindaba. Luego le dio de beber el agua que traía, cuidando de no lesionar más su rostro de facciones algo demacradas pero en el que todavía se diferenciaba su perfil altivo y ebúrneo, perfectamente diseñado y debidamente pulido. Mas este símil era tanto en aspecto como en actitud, ya que siempre fue en extremo fría y tajante con comentarios más que agudos, algo soberbios, a la hora de reprocharle aquellas actitudes que tanto le disgustaban.

- Siempre la misma gran puta mierda, Ka. Pensó con una marcada exaltación.

David se irguió mientras Ka se hallaba, ahora, acurrucada contra la esquina, siempre ensimismada y distante. Se dirigió hacia la puerta y le observó una última vez antes de salir, más ella continuaba indiferente ante cualquier estímulo generado por la interacción de sus sentidos, pues conocía a perfección los desdobles de realidad que podía producir su mente al alterar la percepción por medio de sucesos erráticos durante interconexiones neurológicas.


Se encontraba ahora de pie, inmóvil, frente a la puerta de Ka. Giró su vista hacia el final del corredor y se dirigió hacia los ventanales que, en su niñez, causaron una gran curiosidad y deseo de observar todo lo que por allí pasase. Extendió sus manos y se apoyó de ambos lados del marco de la ventana que, ahora, permanecía rota y vio una delgada llovizna irrumpir por entre el cristal disparejo. Aguardó allí un rato mientras observaba el agua precipitarse gentilmente, posándose sobre el asfalto como si hubiese seleccionado un punto específico que ocupar desde que el vapor condensado en las nubes empezaba a tomar la consistencia necesaria que le llevaría a caer desde alturas estrepitosas.

Extendió su mano izquierda, sin dejar de apoyar la derecha, en dirección a donde debería estar la perilla para ingresar a su habitación, pero al no encontrarla recordó que debía arreglar su puerta, desde aquel  incidente. Empujó la puerta sin mayor ánimo y como si fuese un foco de oscuridad lúgubre, su habitación, extendió las sombras que dentro de esta se hallaban contenidas, desparramándose a lo largo y ancho del corredor, volviendo todo aún más oscuro de lo que ya se encontraba.

El suelo, de madera grisácea e hinchada por la humedad, crujió sonoramente al entrar a la habitación. Dicho sonido entró en compás perfecto con las goteras que allí permanecían, activas e indulgentes, haciendo juego con la lluvia que golpeaba la ventana de su cuarto, generando un breve concierto de sonidos habituales que le estremecían y achacaban en su interior una profunda melancolía. Descargó toda su existencia sobre su sillón, aquel refugio indeleble que encontraba bajo sus anchos y mullidos brazos forrados con tejidos algo excéntricos, un poco roídos por el tiempo.

Allí permaneció contemplando la clandestinidad de lo opaco, mientras el sonido a destiempo de las goteras le arrullaba hacia un profundo sopor, pues el insomnio le impedía un descanso completo; se abstenía a un letargo extremo donde el cuerpo descansaba a medias, entre la vigilia y la narcosis.


A la mañana siguiente se encontraba en la misma posición en la que se había desplomado sobre su sillón, mientras contemplaba los rayos de sol entrar por los pequeños agujeros por los que la noche anterior se había colado el fluido inerte. Pudo reconocer el sonido de la tribulación proveniente del primer piso; más exactamente, en la cocina. Se espabiló y se dirigió con premura al cuarto de Ka, encontrando nada más que aquel colchón que detestaba, rodeado de materia pútrida y caos.

Bajó a la cocina y encontró a esta mujer organizando un sinfín de ollas y recipientes como si quisiese preparar un elegante banquete, mientras tarareaba arrítmicamente tonadas de su infancia.

- ¿Marion, eres tú?, Preguntó cauteloso. Pero sólo recibió una mirada frenética seguida por una pausa en su tarareo. ¿Dónde está Ka? Continuó, ¿Le has visto salir?

- Está durmiendo con los ojos abiertos… otra vez. Respondió finalmente al terminar de silbar una pieza cuya melodía recordaba con precisión matemática. Pero no demora en despertar ya que ha dormido bien, dado que anoche estuvo bastante activa y juguetona hasta muy entrada la madrugada, replicó.

- ¿Y qué pretendes que estás haciendo?, Dijo en un tono interrogativo pero cuidando su modalidad, pues sabía que era, Marion, la dueña y señora del odio.

- ¿Acaso no lo ves?, Respondió algo disgustada. ¿De cuándo acá ha de ser un crimen preparar una deliciosa cena para mi amado? No creas que todo son humillaciones y desprecios, a pesar de que te detesto, todavía esa chiquilla sigue aferrada a ti ciegamente. Me atrevería a decir que es tu falta de decisión y rigidez lo que te lleva a quererla y sabes que si continúas así terminarás igual o peor a como estabas hace algunos meses. No se te habrá olvidado aquel  incidente, ¿verdad?

David calló.

Marion continuaba manipulando recipientes metálicos con cierta torpeza, dejándolos caer intencionalmente para disfrutar el estruendo sutil que el choque de estos contra el suelo de madera generaba.

David le miró detenidamente con rencor, pues sus palabras habían causado malestar, dio media vuelta, se puso los zapatos y salió tan pronto como pudo de aquél recinto.


Era martes, veía pasar a personas absortas de todo cuanto a ellos no concerniera, obviando realidades y esquivando a la muerte que, en todas las esquinas, esperaba algún suceso premeditado para obtener lo que deseaba y lo que, la mayoría, parecía malgastar de forma casi inconsciente y automática.

La mañana era cálida, el rocío sobre los árboles y las plantas emanaba un fresco aroma que le empalagaba, pero aun así seguía disfrutando de esto. Se dirigió hacia la manzana donde se alojaban establecimientos comerciales, repletos de mercachifes y embusteros cegados por la avaricia que el sistema se empeñaba en promulgar sin diferenciar edad, raza o género.

Avanzaba con algo de prisa, debido a que no podía dejar sola a Marion en la casa pues para el momento en que Ka despertase, debería estar allí para intentar tranquilizarle o al menos evitar que se auto lacerase. Al llegar a la carnicería veía con desprecio los camiones féretros, helados, donde yacían partes mutiladas de seres que alguna vez vivieron, pero que habían sido brutalmente masacrados con el fin de engullir su carne desdichada.

Continuó hasta una pequeña repostería con una fachada muy bien decorada, con detalles de colaciones y pastelillos tallados en piedra que daba paso a la entrada principal, allí se abasteció de pan, bizcochos, y un pedazo de queso pues lo que había en casa muy seguramente se habría dañado por la humedad del invierno que recién empezaba.

De vuelta a su hogar recorrió el mismo camino que tomó para llegar hasta la repostería, pero en su interior reinaba una sensación ajena a sí. Las nubes ahora opacaban por intervalos la luz del sol, dando respiro a regordetes transeúntes que con dificultad movían su pesada carga.


Estuvo entonces David de regreso a su casa, donde ya no se escuchaba ni el más mínimo sonido, al asomarse a la cocina vio que todo estaba hecho un desastre. Se oían sollozos provenientes la habitación de Ka. Corrió hasta allí, con sus compras en la mano y al entrar vio la mirada iracunda de Marion, sentada en el colchón de Ka.

- Te estás encargando de matarla. Asumió de forma desafiante con una sonrisa de la cual brotaba el cinismo en su más pura expresión.

- ¿Dónde está Ka?

- Tú lo sabes.

- Déjate de tus malditos juegos, Marion, sabes que los detesto.

- Dejé de jugar hace rato. Tú más que nadie debería tenerlo presente, pero andas siempre ensimismado, ido. Ni siquiera te puedes dar cuenta de todo cuanto a tu alrededor sucede, es como si ya no te importase nada, como si fueses un autómata realizando labores diarias, en una rutina que te agobia y, al no poder zafarte de ella, cargas a todos quienes te rodean con tu inmundicia de corazón.  Se detuvo un instante para retomar sus alientos y, aún más enardecida continuó: Inclusive eres capaz de privarme de mi desarrollo, ¡de mi propia existencia! ¡¿Sabes cuánto tiempo llevaba allí encerrada, sin poder ser –

De repente sonó la puerta de la casa cerrarse con un fuerte estruendo que retumbó en cada una de las habitaciones.


David aprovechó la oportunidad para huir de tan detestable escena.


jueves, 18 de junio de 2015

Capítulo I

LIBRO PRIMERO

Finales de Otoño


I

- Es de noche otra vez, exclamó David mientras observaba con cierto sosiego las pocas estrellas que alumbraban el firmamento. Yacía acostado en el césped de un parque al que había ido recurriendo cada vez más, sin reconocer un fin en específico de dichas visitas, mas pensaba para sí mismo que podría ser una búsqueda de algo irreconocible, algo nuevo, aquello de lo que carecía y, a falta de esto, empobrecía su existencia.

Se embarcaba en un recorrido mental mediante el cual se abstraía de su ser, dejando de estar pasmado en aquel parque, una conjunción de mala muerte, para proyectarse hacia un futuro factible o un pasado nostálgico y, a veces, atormentador, pues la carga que generaban sus vivencias le pesaban en una forma que le hacía encorvarse un poco al ir caminando, a paso pausado y meditabundo.

De repente apartó su mirada del firmamento para enfocarse en una figura distante y difusa, algo que se movía con gran avidez entre las copas de los árboles. Su veloz movimiento no permitía una distinción precisa de su forma ni naturaleza, lo único que se distinguía era su color negro, como el vacío que encontraba últimamente al observar a los ojos de su amada mientras con furia empujaba su carne dentro de ella sin poder obtener el placer que alguna vez le causó el deleite de su ser. Dicha figura era, ciertamente, un ave, más bien pequeña y con alas de punta aguda. Observó más detenidamente mientras dicho ser parecía desdoblarse en un increíble acto de separación molecular, donde emergería un nuevo ser idéntico al original y, como si fuese una bacteria parasitaria, continuó su multiplicación hasta que no le era posible divisar nada más allá de la altura de los árboles, mientras que en medio de semejante caos se escuchaban violentos graznidos y cotorreos guturales, dejando claro que aquella andanada de seres eran cuervos.

Hubo una calma súbita e instantánea.

Los seres se posaron sobre las ramas de los árboles, custodios alados de pico afilado y certero. Pacientes, enfocaban sus ojos en un punto fijo como si estuviesen ligados por una mentalidad colectiva que les llevaba a una sincronización casi perfecta.

La luna había reaparecido entre las nubes espesas que daban un indicio de una posible tormenta. La calle aledaña al sitio donde David se hallaba estaba totalmente deshabitada, no habían pasado transeúntes ni automóviles desde que llegó a este lugar; a lo lejos apareció otra figura taciturna, antropomorfa y anatómicamente perfecta. Su nombre era Caroline. Al pisar por vez primera el césped de aquel parque, los 542 ojos que yacían inmóviles en las copas de los árboles se postraron sobre su existencia y  a pesar de la incomodidad, casi infinita, que le producía esta situación a dicha figura, continuó avanzando hacia donde se encontraba David.

David no había apartado la mirada de susodicha presencia cuando sintió que caían gotas, que al golpear la superficie mullida de aquel sitio, estallaban de formas irregulares con destellos ferrosos y que lentamente iban inundando pequeñas locaciones cóncavas formadas por el desnivel del césped, pues su densidad impedía la filtración y absorción del suelo. Mientras que veía a “Ka” aproximarse cada vez más, los seres empezaban a alborotarse, y fue un estruendo infernal proveniente del ave original lo que llevó a David a apartar la vista de esta mujer quien ya llevaba sus vestiduras tintadas de la roja llovizna que caía presurosamente sobre los entes que allí se encontraban.

Dicho estruendo generó un estupor inmediato en David, lo que le llevó a cerrar sus ojos con cierta agonía. Y allí estuvo con los ojos cerrados, con una mueca de dolor en su rostro, mientras se iba desvaneciendo paulatinamente la sensación generada por este episodio.

Al recobrar su sentido, abrió lentamente sus párpados para contemplar una vez más aquella luna tímida e indecisa que se ocultaba tras los velos de las nubes que empezaban a arropar la noche. Observó a su alrededor con cautela sin poder divisar a nadie más en aquel sitio. Aturdido, se incorporó y sin mencionar palabra alguna se dirigió lentamente hacia su morada, mientras que escuchaba al cuervo a sus espaldas gorgoritear de forma casi burlona.