LIBRO PRIMERO
Finales de Otoño
I
- Es de noche otra vez, exclamó David mientras observaba con cierto
sosiego las pocas estrellas que alumbraban el firmamento. Yacía acostado en el
césped de un parque al que había ido recurriendo cada vez más, sin reconocer un
fin en específico de dichas visitas, mas pensaba para sí mismo que podría ser
una búsqueda de algo irreconocible, algo nuevo, aquello de lo que carecía y, a
falta de esto, empobrecía su existencia.
Se embarcaba en un recorrido mental mediante el cual se abstraía de su ser,
dejando de estar pasmado en aquel parque, una conjunción de mala muerte, para
proyectarse hacia un futuro factible o un pasado nostálgico y, a veces,
atormentador, pues la carga que generaban sus vivencias le pesaban en una forma
que le hacía encorvarse un poco al ir caminando, a paso pausado y meditabundo.
De repente apartó su mirada del firmamento para enfocarse en una figura
distante y difusa, algo que se movía con gran avidez entre las copas de los
árboles. Su veloz movimiento no permitía una distinción precisa de su forma ni
naturaleza, lo único que se distinguía era su color negro, como el vacío que
encontraba últimamente al observar a los ojos de su amada mientras con furia
empujaba su carne dentro de ella sin poder obtener el placer que alguna vez le
causó el deleite de su ser. Dicha figura era, ciertamente, un ave, más bien
pequeña y con alas de punta aguda. Observó más detenidamente mientras dicho ser
parecía desdoblarse en un increíble acto de separación molecular, donde
emergería un nuevo ser idéntico al original y, como si fuese una bacteria
parasitaria, continuó su multiplicación hasta que no le era posible
divisar nada más allá de la altura de los árboles, mientras que en medio de
semejante caos se escuchaban violentos graznidos y cotorreos guturales, dejando
claro que aquella andanada de seres eran cuervos.
Hubo una calma súbita e instantánea.
Los seres se posaron sobre las ramas de los árboles, custodios alados de
pico afilado y certero. Pacientes, enfocaban sus ojos en un punto fijo como si
estuviesen ligados por una mentalidad colectiva que les llevaba a una
sincronización casi perfecta.
La luna había reaparecido entre las nubes espesas que daban un indicio
de una posible tormenta. La calle aledaña al sitio donde David se hallaba
estaba totalmente deshabitada, no habían pasado transeúntes ni automóviles
desde que llegó a este lugar; a lo lejos apareció otra figura taciturna,
antropomorfa y anatómicamente perfecta. Su nombre era Caroline. Al pisar por
vez primera el césped de aquel parque, los 542 ojos que yacían inmóviles en las
copas de los árboles se postraron sobre su existencia y a pesar de la
incomodidad, casi infinita, que le producía esta situación a dicha figura,
continuó avanzando hacia donde se encontraba David.
David no había apartado la mirada de susodicha presencia cuando sintió
que caían gotas, que al golpear la superficie mullida de aquel sitio,
estallaban de formas irregulares con destellos ferrosos y que lentamente iban
inundando pequeñas locaciones cóncavas formadas por el desnivel del césped,
pues su densidad impedía la filtración y absorción del suelo. Mientras que veía
a “Ka” aproximarse cada vez más, los seres empezaban a alborotarse, y fue un
estruendo infernal proveniente del ave original lo que llevó a David a apartar
la vista de esta mujer quien ya llevaba sus vestiduras tintadas de la roja
llovizna que caía presurosamente sobre los entes que allí se encontraban.
Dicho estruendo generó un estupor inmediato en David, lo que le llevó a
cerrar sus ojos con cierta agonía. Y allí estuvo con los ojos cerrados, con una
mueca de dolor en su rostro, mientras se iba desvaneciendo paulatinamente la
sensación generada por este episodio.
Al
recobrar su sentido, abrió lentamente sus párpados para contemplar una vez más
aquella luna tímida e indecisa que se ocultaba tras los velos de las nubes que
empezaban a arropar la noche. Observó a su alrededor con cautela sin poder
divisar a nadie más en aquel sitio. Aturdido, se incorporó y sin mencionar palabra
alguna se dirigió lentamente hacia su morada, mientras que escuchaba al cuervo
a sus espaldas gorgoritear de forma casi burlona.
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