II
Una pieza metálica encajó para la activación de engranajes y mecanismos
que darían paso a la morada donde el cuerpo famélico de Ka le esperaba con
ansias. Llamaba a gritos nombres aleatorios, buscando amparo en la conciencia
de quien pudiese estarle escuchando.
David se hallaba de pie en el marco de la entrada, donde la luz
artificial que pretendía iluminar los rincones corroídos de esta putrefacta
ciudad, quemaba la madera roída por la humedad y el pasar del tiempo, más antes
de ingresar en este manicomio al que solía llamar “hogar” notó un pequeño
destello en la ventana del segundo piso.
Cerró la puerta detrás de sí, buscando alejarse de las notas volátiles,
que entraban en el recinto y chocaban violentamente contra las
paredes haciendo resonar materiales en la penumbra.
- Debe estar hambrienta, pensó David mientras se despojaba de sus
zapatos, algo desgastados por el trajín diario y la rutina esclavizante que se
veía obligado a soportar. Se dirigió hacia la cocina, con pasos
calculados y precisos evitando las fallas y tropiezos que conocía de memoria, y
que aun estando en total oscuridad, podía divisar mentalmente.
Preparó de mala gana medio emparedado y sirvió algo de agua en un vaso,
roto a la mitad, pero todavía funcional. Prosiguió hacia el segundo piso y con cautela felinezca, saltó los dos escalones que
se encontraban agrietados, y que de apoyar su peso sobre estos, se habrían
desvanecido en el aire quebrándose de forma estridente, precipitándole hacia el
vacío infinito de su miseria encallada a sus fallas eternamente presentes.
Entreabrió la puerta del recinto donde le esperaba Ka con gran deseo,
y como si le llamasen las voces interiores de demonios que gemían y
forcejeaban por el control del cuerpo, le vio retorcerse en el colchón apiñado
al lado de la ventana.
- Tienes este cuarto hecho mierda, Ka. Exclamó David al notar la pocilga
a la que ella llamaba su santuario, un sitio que le había encadenado
perpetuamente a su demencia, la cual le había llevado hasta este estado, tan
deplorable, en el que actualmente se encontraba.
Al pronunciar esta frase ella quedó en una posición de contorsión en la
que se veía cómo sus ligamentos dislocados y piel arduamente lacerada se
entrelazaban como enredaderas dejadas a la merced del tiempo en medio de una
pradera baldía y deshabitada. Un ser casi irreconocible le habló de forma
vehemente y agresiva, demandando explicaciones que nadie en esta situación
habría sido capaz de proveer.
David calló y mientras le observaba atentamente se acercó y tendió el
alimento que había preparado para aquél cuerpo desleído y maltratado, quien en
sus años mozos fue su princesa, pero al no encontrar siquiera un gesto de
comprensión, David prosiguió a sentarse a su lado.
Corriendo basura y mugre ayudado por su pie, ahora desnudo, abrió un
campo entre la opulenta inopia que desbordaba del colchón viejo y purulento, se
acurrucó e intentó abrazar aquél cuerpo el cual reaccionó bruscamente,
intentando zafarse de las cadenas mentales que le retenían en la opresión y
evitando la imposición de más ataduras que encontraba alojadas en las venas de
David, que al momento en el que sus manos se entrelazasen alrededor de su
cuerpo se activarían para aplicar otra capa de cabestros aprisionándole
aún más, asfixiándola y agraviando su estado de forma exponencial.
Al notar esta reacción, David observó con gran aflicción al ser que
alguna vez amó y por quien habría muerto en cualquier instante, pero se resignó
ante tal renuencia y apoyó su cabeza contra la pantorrilla de Ka. En un intento
desesperado para rescatarle de sus penurias, le tendió la mano que sostenía el
alimento, acto seguido, ella empezó a ingerir lentamente el pan mohoso que este
ente, quien en su estado, era alguien desconocido, le brindaba. Luego le dio de
beber el agua que traía, cuidando de no lesionar más su rostro de facciones
algo demacradas pero en el que todavía se diferenciaba su perfil altivo y
ebúrneo, perfectamente diseñado y debidamente pulido. Mas este símil era tanto
en aspecto como en actitud, ya que siempre fue en extremo fría y tajante con
comentarios más que agudos, algo soberbios, a la hora de reprocharle aquellas
actitudes que tanto le disgustaban.
- Siempre la misma gran puta mierda, Ka. Pensó con una marcada
exaltación.
David se irguió mientras Ka se hallaba, ahora, acurrucada contra la
esquina, siempre ensimismada y distante. Se dirigió hacia la puerta y le observó
una última vez antes de salir, más ella continuaba indiferente ante cualquier
estímulo generado por la interacción de sus sentidos, pues conocía a perfección
los desdobles de realidad que podía producir su mente al alterar la percepción
por medio de sucesos erráticos durante interconexiones neurológicas.
Se encontraba ahora de pie, inmóvil, frente a la puerta de Ka. Giró su
vista hacia el final del corredor y se dirigió hacia los ventanales que, en su
niñez, causaron una gran curiosidad y deseo de observar todo lo que por allí
pasase. Extendió sus manos y se apoyó de ambos lados del marco de la ventana
que, ahora, permanecía rota y vio una delgada llovizna irrumpir por entre el
cristal disparejo. Aguardó allí un rato mientras observaba el agua precipitarse
gentilmente, posándose sobre el asfalto como si hubiese seleccionado un punto
específico que ocupar desde que el vapor condensado en las nubes empezaba a
tomar la consistencia necesaria que le llevaría a caer desde alturas
estrepitosas.
Extendió su mano izquierda, sin dejar de apoyar la derecha, en dirección
a donde debería estar la perilla para ingresar a su habitación, pero al no
encontrarla recordó que debía arreglar su puerta, desde aquel incidente. Empujó la puerta sin mayor ánimo y como si fuese
un foco de oscuridad lúgubre, su habitación, extendió las sombras que dentro de
esta se hallaban contenidas, desparramándose a lo largo y ancho del corredor,
volviendo todo aún más oscuro de lo que ya se encontraba.
El suelo, de madera grisácea e hinchada por la humedad, crujió
sonoramente al entrar a la habitación. Dicho sonido entró en compás perfecto
con las goteras que allí permanecían, activas e indulgentes, haciendo juego con
la lluvia que golpeaba la ventana de su cuarto, generando un breve concierto de
sonidos habituales que le estremecían y achacaban en su interior una profunda
melancolía. Descargó toda su existencia sobre su sillón, aquel refugio
indeleble que encontraba bajo sus anchos y mullidos brazos forrados con tejidos
algo excéntricos, un poco roídos por el tiempo.
Allí permaneció contemplando la clandestinidad de lo
opaco, mientras el sonido a destiempo de las goteras le arrullaba hacia un
profundo sopor, pues el insomnio le impedía un descanso completo; se abstenía a
un letargo extremo donde el cuerpo descansaba a medias, entre la vigilia y la
narcosis.
A la mañana siguiente se encontraba en la misma posición en la que se había
desplomado sobre su sillón, mientras contemplaba los rayos de sol entrar por
los pequeños agujeros por los que la noche anterior se había colado el fluido
inerte. Pudo reconocer el sonido de la tribulación proveniente del primer piso;
más exactamente, en la cocina. Se espabiló y se dirigió con premura al cuarto
de Ka, encontrando nada más que aquel colchón que detestaba, rodeado de materia
pútrida y caos.
Bajó a la cocina y encontró a esta mujer organizando un sinfín de ollas
y recipientes como si quisiese preparar un elegante banquete, mientras
tarareaba arrítmicamente tonadas de su infancia.
- ¿Marion, eres tú?, Preguntó cauteloso. Pero sólo recibió una mirada
frenética seguida por una pausa en su tarareo. ¿Dónde está Ka? Continuó, ¿Le
has visto salir?
- Está durmiendo con los ojos abiertos… otra vez. Respondió finalmente
al terminar de silbar una pieza cuya melodía recordaba con precisión
matemática. Pero no demora en despertar ya que ha dormido bien, dado que anoche
estuvo bastante activa y juguetona hasta muy entrada la madrugada, replicó.
- ¿Y qué pretendes que estás haciendo?, Dijo en un tono interrogativo
pero cuidando su modalidad, pues sabía que era, Marion, la dueña y señora del
odio.
- ¿Acaso no lo ves?, Respondió algo disgustada. ¿De cuándo acá ha de ser
un crimen preparar una deliciosa cena para mi amado? No creas que todo son
humillaciones y desprecios, a pesar de que te detesto, todavía esa chiquilla
sigue aferrada a ti ciegamente. Me atrevería a decir que es tu falta de
decisión y rigidez lo que te lleva a quererla y sabes que si continúas así
terminarás igual o peor a como estabas hace algunos meses. No se te habrá
olvidado aquel incidente,
¿verdad?
David calló.
Marion continuaba manipulando recipientes metálicos con cierta torpeza,
dejándolos caer intencionalmente para disfrutar el estruendo sutil que el
choque de estos contra el suelo de madera generaba.
David le miró detenidamente con rencor, pues sus palabras habían causado
malestar, dio media vuelta, se puso los zapatos y salió tan pronto como pudo de
aquél recinto.
Era martes, veía pasar a personas absortas de todo cuanto a ellos no
concerniera, obviando realidades y esquivando a la muerte que, en todas las
esquinas, esperaba algún suceso premeditado para obtener lo que deseaba y lo
que, la mayoría, parecía malgastar de forma casi inconsciente y automática.
La mañana era cálida, el rocío sobre los árboles y las plantas emanaba
un fresco aroma que le empalagaba, pero aun así seguía disfrutando de esto. Se
dirigió hacia la manzana donde se alojaban establecimientos comerciales,
repletos de mercachifes y embusteros cegados por la avaricia que el sistema se
empeñaba en promulgar sin diferenciar edad, raza o género.
Avanzaba con algo de prisa, debido a que no podía dejar sola a Marion en
la casa pues para el momento en que Ka despertase, debería estar allí para
intentar tranquilizarle o al menos evitar que se auto lacerase. Al llegar a la
carnicería veía con desprecio los camiones féretros, helados, donde yacían
partes mutiladas de seres que alguna vez vivieron, pero que habían sido
brutalmente masacrados con el fin de engullir su carne desdichada.
Continuó hasta una pequeña repostería con una fachada muy bien decorada,
con detalles de colaciones y pastelillos tallados en piedra que daba paso a la
entrada principal, allí se abasteció de pan, bizcochos, y un pedazo de queso
pues lo que había en casa muy seguramente se habría dañado por la humedad del
invierno que recién empezaba.
De vuelta a su hogar recorrió el mismo camino que tomó para llegar hasta
la repostería, pero en su interior reinaba una sensación ajena a sí. Las nubes
ahora opacaban por intervalos la luz del sol, dando respiro a regordetes
transeúntes que con dificultad movían su pesada carga.
Estuvo entonces David de regreso a su casa, donde ya no se escuchaba ni
el más mínimo sonido, al asomarse a la cocina vio que todo estaba hecho un
desastre. Se oían sollozos provenientes la habitación de Ka. Corrió hasta allí,
con sus compras en la mano y al entrar vio la mirada iracunda de Marion,
sentada en el colchón de Ka.
- Te estás encargando de matarla. Asumió de forma desafiante con una
sonrisa de la cual brotaba el cinismo en su más pura expresión.
- ¿Dónde está Ka?
- Tú lo sabes.
- Déjate de tus malditos juegos, Marion, sabes que los detesto.
- Dejé de jugar hace rato. Tú más que nadie debería tenerlo presente,
pero andas siempre ensimismado, ido. Ni siquiera te puedes dar cuenta de todo
cuanto a tu alrededor sucede, es como si ya no te importase nada, como si
fueses un autómata realizando labores diarias, en una rutina que te agobia y,
al no poder zafarte de ella, cargas a todos quienes te rodean con tu inmundicia
de corazón. Se detuvo un instante para
retomar sus alientos y, aún más enardecida continuó: Inclusive eres capaz de
privarme de mi desarrollo, ¡de mi propia existencia! ¡¿Sabes cuánto tiempo llevaba
allí encerrada, sin poder ser –
De repente sonó la puerta de la casa cerrarse con un fuerte estruendo
que retumbó en cada una de las habitaciones.
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