III
Caroline observaba meditabunda el paisaje
que pasaba a gran velocidad en ruta hacia el páramo, la vegetación rodeaba la
carretera, y veía cómo pequeñas aves se refugiaban entre las copas de los árboles,
donde sus pequeñas crías le esperaban hambrientas.
Tras haber dejado a sus últimos
acompañantes quienes viraron hacia Arrayan, estuvo caminando durante varias
horas, hasta que finalmente una pequeña familia con una hija única le
recogieron, pues su ruta les llevaba hasta La Unión a donde irían a acampar por
el fin de semana.
Ka había contado con mejor suerte que
David, pues en ninguna ocasión se había visto obligada a escapar de quien le
brindaba una mano en cuanto a su movilización. Sin embargo, algo le
atormentaba. Quienes le recogían, se veían terriblemente ensimismados al
encontrarse en su compañía, sus ojos se deslizaban perturbados en un intento
por evadir el contacto visual con ella, lo que notaba fácilmente más a razón
del favor que le estaban brindando, no era capaz de reprochar, ni siquiera
cuestionar, el por qué de su actuar.
La familia con la que ahora viajaba no era
la excepción, la hija dormía, o pretendía dormir plácidamente, mientras el papá
conducía y, aunque quisiese, no despegaría sus ojos de la carretera. No
obstante la madre intercambió varias palabras con Ka, aunque al notar el aura
que de ella emanaba, se decidió por recostar su cabeza y retomar su pasado que,
con tanto sosiego, atravesaba sus pensamientos mientras el viento gélido
golpeaba delicadamente su cabello, ondeando, dejando destellos dorados en
direcciones aleatorias.
Hacía varias horas que habían pasado Ubaque,
Ka se hallaba en una gran incomodidad, pues los asientos le colocaban en una
posición bastante inapropiada para viajar. Su espalda dolía y sus piernas
estaban entumidas, pero pronto llegarían La Unión.
En un momento de debilidad, sintió una
pesadez agravada, sus ojos se cerraban forzosamente, sin poderlos detener, y
una voz calmada le indicaba que era hora de dormir.
Al despertar, se encontraban en la entrada
al pueblo, el padre redujo la velocidad del automóvil para poder apreciar lo
que se encontrase por el camino, el aspecto tanto de los establecimientos como
de las personas iba cambiando paulatinamente a medida que se adentraba más
hacia el norte.
Cuando la familia se dispuso a virar para
tomar la vía hacia La Unión, Ka se despidió y descendió del automóvil, mientras
un aire de alivio retornaba al carro, el cual emprendió su marcha a gran
velocidad.
Caroline caminó en busca de algo para
comer, aunque debería ser algo económico pues del dinero que había dispuesto
para el viaje, quedaba muy poco y no tenía dónde dormir.
En su caminar escuchó a varias personas
charlando, comentaban el estado del clima y que en los próximos días se
avecinaría una tormenta proveniente del sur.
- Mejor me doy prisa, pensó
Acudió a un pequeño puesto de pan de Quinua, que se encontraba al lado de la carretera. Pidió 8 panes y, sentada en el borde del andén, los engulló
con un poco de desagrado pues su sabor era insípido y algo añejados.
Pagó de mala gana 2 pesos y continuó su
camino.
Aceleró el paso, aunque sus pies bastante
lastimados le impedían avanzar a la velocidad que deseaba, salió de la ciudad
por la carretera principal, acudiendo a los vehículos que pasaban por la
carretera, más sin embargo no encontraba acogida alguna que le quisiera llevar.
Atardeció y su paso se tornó más lento, el
cansancio y el frío característico le carcomían los huesos, cada pulgada de su
cuerpo sentía un inmenso dolor; el ocaso nevado relucía en belleza, adornando
el horizonte entre las copas de los frailejones y los últimos rayos de sol que
emergían, tinturando el cielo entre tonos morados, fucsia y naranja.
La carretera era bastante amplia y había
un especio a cada lado como para poder caminar con total libertad. Hacía ya
bastante que caminaba hacia el sur, siguiendo la carretera, por lo que empezó a
preguntarse si se encontraba en el camino adecuado, más sin embargo, al cabo de
una hora la carretera le dio un respiro al hallar una curva hacia el este,
donde pasó al lado de una señalización
bastante descuidada, que indicaba la cercanía de una pequeña iglesia.
Empezó a nevar.
Ya muy pocos autos transitaban, la
autopista estaba totalmente desolada y cada media hora o más pasaba uno que
otro carro a toda velocidad por lo que ni alcanzaban a notar a Ka pidiendo que
le recogiesen.
Un farol iluminó la espalda de Ka, quien
al observar su sombra detallada en el suelo, dio media vuelta y se acercó un
poco a la vía para pedir que le llevaran hasta la cúspide del páramo. Sin
embargo, notó algo peculiar en este auto; perdía el control tras tomar la curva
a gran velocidad derrapando inusitadamente, y no disminuía la velocidad para
retomar el control del vehículo sino que continuaba acelerando con gran
exaltación, forzando coléricamente el motor de su auto.
Caroline se apartó un poco de la carretera
y saltó hacia atrás mientras aquél carro, en su derrape, se enfilaba
horizontalmente hacia ella.
Alzó su vista al cielo y desde su posición
vislumbró cómo el último haz de luz desaparecía entre las copas de los árboles,
mientras todo giraba descontroladamente lo que le hizo cerrar sus ojos.
Cegada y aturdida en extremo, no pudo
visualizar nada más que la tierra y las pequeñas piedras que le tallaban el
costado izquierdo de su rostro, que le permitía observar el borde del asfalto
donde empezaba la autopista.
Ya no sentía dolor alguno en sus piernas, y
su brazo derecho no respondía.
Escuchó en la distancia la puerta de un
auto cerrarse arduamente, mientras en su interior un pequeño niño lloraba
alebrestado.
Unos pasos cojos se acercaron temerosos al
cuerpo tendido de Caroline, y vio un bastón de madera negra con punta de acero
junto a un par de botas, algo familiares.
- ¿Acaso estoy alucinando?, Preguntó
estupefacto el dueño del vehículo.
Caroline gimió al regresar en sí de su
aturdimiento y sentir una gran cantidad de heridas sulfurantes.
Gritó con fuerza y dolor mientras
intentaba aguzar su vista, todavía desorbitada por el impacto que había
recibido.
La sangre cubría sus ojos y sólo podía
mover su brazo derecho, pues el izquierdo se había roto por el fuerte golpe de
la caída.
Entre llanto y lamentos sintió cómo dos
manos le limpiaban la cara, dejando a la vista una cara que con ira insaciable
le observaba.
- No tenía idea.
- H… Henry?
Una
sonrisa se esbozaba de sus labios frígidos, sin embargo, se notaba en su
respiración agitada una pesadumbre colérica que inundaba sus venas con el más
tóxico veneno del resentimiento, bombeado por su corazón hasta su cerebro.
Hubo un silencio circunstancial.
- Mi delatora. Inquirió finalmente Henry.
Caroline, al escuchar esto, sonrió y apoyó
su cabeza nuevamente en la tierra, forzada por el pie de Henry que le machacó
fuertemente una única vez.
- Por tu culpa me retuvieron y me
golpearon casi hasta la muerte, mientras tú te encontrabas endulzándole el oído
al cabrón de Woodcock ¡Maldita perra!
- No fui yo, dijo Ka con las últimas
palabras que jamás pronunciaría.
- En realidad, la vida es bastante cómica.
Después de llegar al hospital, donde me dijeron que perdería mi pierna
izquierda a causa de la alta presión arterial que había generado la explosión
de un gran cúmulo de vasos sanguíneos, pude salvarme, y recuperarme, hasta
cierto punto. Ahora, te encuentro aquí, víctima de un accidente totalmente
adventicio, con ambas piernas roídas por el eje trasero de mi auto, cosa que no
fue mi intención, pero que tampoco me arrepiento que hubiese ocurrido, pues
cargas tú con mi odio. ¿Acaso sabes lo que tuve que pasar a causa tuya? ¿Lo que
mi familia tuvo que sufrir?... Sin embargo, no concibo qué hacer contigo pues
no te puedo subir a mi auto, pero tampoco te puedo dejar aquí tirada… ¿O SÍ?
Ka, con sus órganos internos bastante
lacerados, ya no podía articular palabra alguna, su raciocinio se había
deteriorado hasta tal punto de enfocarse únicamente en su supervivencia.
La nieve empezaba a recubrir su cuerpo
adolorido, calmando paulatinamente la hinchazón y el dolor provocado por la
dislocación de sus caderas, de donde se desprendían dos miembros, ahora
irreconocibles, con trazos rojos y blancos en una dolorosa mescolanza entre
carne y hueso al descubierto.
Henry le observó una última vez y le
sonrió sarcásticamente, con una sensación de llenura y saciedad que le
enmarcaba macabramente el rostro.
Sabía que era el final.
Caroline le devolvió la mirada llena de
piedad y consuelo, pues a pesar de su situación, sentía pena por esta alma
desdichada y lo que futuramente vendría para él.
Dicha mirada confundió amargamente a Henry,
quien no pudo verle más a los ojos y se dirigió al trote hacia su auto donde
apenas abrió la puerta se escuchó a su hijo reprocharle sonoramente – ¡La
mataste!
Entre llantos y lágrimas le golpeaba el
abdomen, mientras Henry intentaba calmarle y hacerle sentar en su puesto, cosa
que logró unos minutos después.
Caroline, abrazando su destino, observaba
a Henry quien giró para darle un último vistazo antes de subir a su auto blanco
con múltiples abolladuras.
Acudiendo a su única extremidad funcional,
pudo arrastrar su humanidad a través de la carretera, reposando finalmente al
lado de algunos frailejones que se abrían para formar un sendero.
Exhaló profundamente, mientras sus ojos se
cerraban. La sangre que brotaba de sus heridas se mezclaba con la nieve,
tornándola rosa alrededor de su ser, lo que le asemejaba a una frágil flor, al
borde de su extinción. Escuchó cómo el sonido arrullador de un río cercano le
llevaba consigo, sintiéndose cada vez más liviana, despojada, finalmente,
libre.
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