II
El invierno empezaba a tomar fuerza, las
decoraciones navideñas no se hacían esperar y capas de granizo recubrían el
campo mientras observaba, a través de la ventana, caer llovizna leve y delgada,
como si estuviese especialmente diseñada para apenas sentirla. El rastro le
había llevado hasta un pequeño pueblo fronterizo al que pronto llegaría recurriendo
únicamente al “aventón”, después de haber bajado del autobús que había tomado
desde su ciudad natal, el cual le permitió conocer muchas personas e historias
en el camino, algunos habían escuchado a cerca de su amada, una persona extraña
de por sí, alegaban, otros demostraban, en algunas ocasiones, malas intenciones
por lo que David había tenido que escapar en repetidas ocasiones del automóvil
en el que se movilizaba.
En esta ocasión se encontraba a bordo de
un tractor de carga que transportaba enormes troncos, recién cortados de los
cerros orientales, hacia pueblos que darían la forma de muebles y demás objetos
finales de éstos seres vegetales ya muertos. Pasaron una señal de carretera,
casi invisible por una delgada capa de hielo que recubría el anuncio azulado,
lo que generaba un fuerte reflejo de la luz en el mismo, que indicaba que el
próximo pueblo se encontraba a 32Km de distancia. El letargo de las noches sin
descanso y la inactividad aparente, oprobiaban el estado de ánimo del conductor
y el acompañante.
De la nada apareció un automóvil pequeño,
a gran velocidad, el cual aceleraba presurosamente, lo que le hacía resbalar
sobre el asfalto recubierto por una delgada capa de hielo, este automóvil en su
apuro, perdió el control y por poco, al intentar rebasar el tractor, resulta arrollado
por el mismo, a lo que reaccionó con un fuerte sonar de su claxon y varias
vulgaridades que eran lanzadas con el miedo que permanece posterior a estar
cerca de causar un accidente de cualquier índole.
- ¿Qué putas fue eso? Preguntó David al
despertarse azarado tras las fuerte sacudida del tractor en el intento de
evitar la colisión.
- Un maldito loco que no ha aprendido a
conducir. Respondió Juan, quien se había espabilado tras dicho acontecimiento y
ahora sostenía con fuerza el timón de la bestia que impulsaba su preciada
carga.
Juan era ingeniero químico que trabajó
para el gobierno en sus años gloriosos, pero enfrentó cargos por desarrollo de
armas biológicas ante la corte internacional, por lo que fue destituido e
inhabilitado de por vida para ejercer su profesión.
Se encontraba bastante obeso y descuidado,
con cabello castaño y crespo, una barba espesa y ojos verdes resaltados por el
contraste de sus mejillas rojizas y su frente que denotaba indicios de una
inminente calvicie, cubierta siempre por una gorra de Texaco que llevaba a
todas partes. David llegó a preguntarle si dormía también con la gorra puesta,
cosa con la que rio a carcajadas, sin embargo, generó un poco de molestia en Juan.
En la distancia, a pesar de la visión
reducida por la espesa neblina, particular de las zonas más frías de Colombia,
se lograba divisar las primeras luces del pueblo en el ocaso.
Era un pueblo, más bien pequeño, con
personas corrientes, que vivían del campo y el comercio. Como es usual en este
tipo de lugares, la mayoría de residentes se conocían entre sí, y quienes
pasaban por allí eran reconocidos inmediatamente en visitas posteriores,
siempre con un trato bastante fraternal y acogedor.
Al llegar allí el sol se había puesto casi
por completo y los vientos helados se arrebataron, lo que les obligó a
detenerse a la entrada de una fonda donde habían otros automóviles, de diversas
formas, tamaños y colores, estacionados, sin embargo, la mayoría, eran camiones
o vehículos medianos usados para transporte de cargas y encomiendas.
Juan tomó su gruesa chaqueta de cuero
beige para el frío, mientras David se estiraba tras un largo y plácido sueño,
el cual lograba únicamente al viajar.
- Entraremos aquí. Repuso Juan. Es un buen
sitio, bastante acogedor. Vamos te presentaré con el dueño del lugar y su
hermosa hija.
David le observó de reojo, más sin poder
negarse a entrar a este sitio, tomó su abrigo y bajó del camión.
La ventisca se hacía cada vez más fuerte,
y la visibilidad se perdía a medida que la velocidad del viento aumentaba.
Él le gritó desde la entrada, donde le
esperaba con otro personaje, un amigo con el que seguramente se había
reencontrado dentro de aquél sitio. David se dirigió lo más a prisa hacia la
puerta del recinto.
Entraron al sitio, un bar repleto de
camioneros en extremo obesos o delgados, sin compostura ni modales, todos se
hallaban en una euforia alcoholizada que se podía palpar en el ambiente.
Los gritos y carcajadas se escuchaban por
doquier, perdidas entre la música que retumbaba proveniente de una enorme
rockola multicolor situada entre las meas y la entrada al baño.
Toda la fonda estaba hecha en madera, muy
al estilo antiguo, con manchas de bebidas alicoradas y demás fluidos emanados
en las noches de juerga que perduraban en el suelo de este lugar. El segundo
piso se encontraba aún más abarrotado, a pesar de esto, en todo la fonda, sólo
habían dos o tres mujeres, sin contar las dos camareras que repartían las
cervezas frías en enormes vasos chorreantes de espuma fría y saciante, a los
clientes, algunos sentados en sus bancas, otros de pie, abrazados, unidos en un
lazo fraternal del alcohol.
Hallaron un lugar en una mesa mediana,
donde habían otros tres camioneros, quienes al parecer eran buenos amigos de Juan.
Le invitaron uno de esos vasos de cerveza que, más que un vaso, parecía una
jarra, la cual bebieron entre chistes y chanzas entre ellos. Entretanto David
les escuchaba con detalle, sonriendo francamente cada que una de sus bromas le
causaba gracia.
- ¿Y este chaparro? Preguntó uno de los
camioneros al cabo de un rato, al notar que no había pronunciado palabra
alguna.
- Él es David, está en busca de su mujer
que huyó hace varios días hacia el norte.
- ¿Qué le hiciste para que tuviera que
huir? Preguntó con un tono serio, casi desafiante.
David le observó interrogante.
- Todo fue un malentendido. Respondió
brevemente.
- Siempre somos malentendidos, es más,
¡dudo que las mujeres puedan entenderse a sí mismas! Bramó uno de los
camioneros que le acompañaban a la mesa.
Al escuchar esto, toda la mesa carcajeó
con gran ímpetu, proveyéndole, inherentemente, la aceptación en el círculo de
bebedores al que había ingresado.
- He escuchado muchas historias, y creo
que la tormenta no cesará en un buen rato, así que te pido que nos cuentes lo
que te ha llevado a realizar tu odisea. Clamó quién le preguntó en primera
instancia, mientras pedía otros dos vasos de cerveza para cada quien sin haber
acabado la que sostenían entre sus regordetas manos.
Pasaron las horas mientras David contaba
con gran detalle, aunque obviando ciertos hechos que le hubieran causado el
repudio de tales acompañantes. Entre jarras de cerveza se iba tornando el
ambiente algo cálido, la lluvia no cesaba de caer y dentro de unas horas, con
suerte, el sol volvería a iluminar su andar.
Al terminar de contar su historia, todos
los acompañantes se hallaban abrumados por su relato; conmovidos, le desearon
la mejor de las suertes en su búsqueda, y le dieron indicios de una mujer que,
al igual que él, había pasado por este lugar hacía varios días, a bordo de la
camioneta perteneciente a una pareja de campesinos que se regresaban al pequeño
pueblo de Santa Cecilia para las festividades.
Habiendo escuchado esto, el ánimo de David
retornó a sí, el entusiasmo desbordaba su ser, acompañado por el sosiego de la
leve ebriedad, la cual le había generado unas ganas irrefrenables de ir al
baño, por lo que se incorporó y dando tumbos, chocando con las demás personas,
en igual o peor estado en el que él se encontraba, llegó hasta la rockola que
todavía seguía tocando alegres tonadas, donde tuvo que apoyarse para recuperar
un poco su equilibrio, mientras sonaba una canción que le recordaba a su amada.
Más aquel momento, cuando David entró en
el baño de ésta fonda, ni de tan mala muerte como había percibido, donde
incontables transportistas habían dejado al descubierto su sexo desnudo, pudo
sentir cómo su realidad se desdoblaba en vibrantes ondas de silencio; logró
comprender y trazar la ruta que le llevaría a encontrar su, hasta el punto de
inflexión, reconocida, amada.
Ella se hallaría en un camino hacia su
felicidad, su sueño inconcluso y eternamente inalcanzable, una utopía donde no
hubiese campo que diera lugar al hambre, la incertidumbre o el desconsuelo que
amargamente trastornaba sus noches cubiertas por un lúgubre faro posado a miles
de kilómetros sobre su cabeza, el cual alcanzaba a iluminar, fría e indiferente,
su existencia.
Al regresar a la mesa, sintió una grave
pesadez, la charla había perdido totalmente el sentido y sus oídos cansados
dieron paso a un sueño por intervalos, pero bastante reparador. Cada vez que
volvía en sí, encontraba menos gente en aquél lugar, los asistentes se iban
desvaneciendo como siluetas multiformes que se escabullen en la penumbra previa
al amanecer.
Cuando los rayos del sol golpearon su
rostro, despertó paulatinamente en una resaca bastante cruda.
En
su mesa se encontraba Juan, todavía hablando con uno de los acompañantes que se
había quedado allí toda la noche; otro se hallaba recostado sobre sus brazos en
un profundo sueño, más no pudo divisar por ningún lugar a quien la noche
anterior le había preguntado por Caroline y la historia que le acompañaba.
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