III
Al llegar a la puerta, David no vio nada fuera de lo normal. Lanzó una
mirada perspicaz sobre el reloj que hasta ahora marcaba el mediodía. Pasó
velozmente a la cocina y preparó algo para merendar de lo cual comió un poco y
dejó casi todo para Ka, quien no demoraría en despertar.
Volvió a subir, esta vez a su habitación,
pasando con mucha cautela frente a la habitación de Ka. Estando allí se acercó
a su armario de roble curado y debidamente barnizado del que sacó su atuendo
habitual para trabajar, entre lo que se hallaban varias bufandas, un gorro de
lana, guantes y dos pares de medias, pues el frío que traía consigo el invierno
le carcomía hasta lo más profundo de los huesos.
Se cambió rápidamente y en cuestión de
minutos estuvo listo para partir. Entre tanto, Marion yacía acostada en el
colchón de Ka, somnolienta y un poco afiebrada. Organizó un tanto su habitación
y vació los baldes donde se recogía el agua que caía de las goteras más
grandes, pues no contaba con suficientes recipientes para cubrirlas todas y
sabía que hoy muy seguramente llovería.
Bajó nuevamente las escaleras y al abrir
la puerta escuchó un escándalo irrefrenable seguido del avistamiento de un ente
que le esperaba con gran paciencia justamente en el pórtico de la casa, el cual
saltó a su encuentro
.
Era Phil, su compañero de trabajo, a quien
había quedado de acompañar a hacer una “diligencia” antes de dirigirse a
laborar, y de la cual se había olvidado por completo, quien entre carcajadas y
bullicio le saludaba.
- ¡Maldita sea, Phil! Exclamó intentando
recobrar el aire que se le había escapado como respuesta a tan estruendosa
sorpresa. ¡Casi me cago del susto!
Se notaba que recién había dejado escapar
un cigarro de entre sus dedos, blancuzcos y delgados, con las uñas sucias y
algo corroídas por los gajes del oficio, pues el aroma tan característico del
tabaco todavía se percibía en el aire.
David siempre asimiló a Phil con una
máquina a vapor, cuyo sistema inhalaba enormes bocanadas de humo blanquecino,
casi como su rostro y su cabello, con sus ojos cafés resaltados por ojeras que
llevaba consigo desde su adolescencia tardía. Su dentadura, algo amarillenta
por todos los años que llevaba consumiendo tacos de cáncer, aparecía con mayor
frecuencia de lo deseada, pues era Phil un pésimo bromista, quien a pesar de
esto se reía enérgicamente de sus propias chanzas, mas era su risa algo aguda y
pegadiza lo que en realidad causaba la gracia del asunto. Su cabeza era
cuadriforme, cubierta por un manto blancuzco, casi imperceptible al ojo
descuidado, acompañada por un cuerpo delgado y desnivelado, cuyas extremidades
se movían de forma arrítmica e independiente, lo que le daba un aspecto aún más
mecánico, acompañado de ropas de antaño que le proporcionaba el aire
excéntrico, casi ridículo, que terminaba de componer aquél cuadro.
Se saludó, ahora más amistosamente, con
Phil quien le hizo muecas para indicar que se le hacía algo tarde para su
compromiso. David se asomó una última vez hacia adentro de la casa y al notar
un silencio fúnebre decidió emprender su camino sin decir adiós.
- Ha venido Marion otra vez, se ha pasado
fastidiando todo el día.
Phil le miró de reojo y entreabrió la boca
como si las palabras quisiesen escapar de entre sus fauces, pero las contuvo y
exhaló el vapor en el que las frases líquidas se habrían convertido al hervir
desde sus entrañas.
Continuaron caminando en silencio en
dirección a la plaza central de la ciudad, atravesando avenidas repletas de
hombrecitos cortados perfectamente a la medida, todos de traje y corbata, con
zapatos relucientes que centelleaban al compás de la marcha que se escuchaba al
unísono, como si hubiesen copiado el anuncio de un catálogo de revista cientos
de veces dando vida a seres bidimensionales compuestos, mayormente, por una
gran avaricia, sistematización y una ínfima porción de libre albedrío.
- ¿Ves a todos esos “empresarios” y
asalariados? – Preguntó Phil – Te puedo
apostar lo que quieras a que todos y cada uno de ellos debe tener grilletes
amarrados a sus pies y manos debajo del paño que llevan puesto. Cadenas de
opresión que les colocan como distinción ante su necesidad de obtener dinero para
subsistir. Aunque la peor forma de remunerar un trabajo bien hecho es de forma
económica, pues me pregunto ¿qué mayor satisfacción que ser reconocido por tus dotes
y talentos? Pero insisten en esta práctica vulgar de intentar compensar con
dinero ese desprecio que se encuentra oculto al “apremiar” a alguien por su
buena labor con algo tan efímero y banal.
- ¿Te has escuchado últimamente?, Dijo
David con un tono algo despectivo y burlón. A lo que Phil respondió con una
sonrisa tímida y frágil.
Finalmente estuvieron frente a la gran
catedral, cuya entrada rugía hacia los transeúntes y mendigos que se
regocijaban en la sombra de tan imponente símbolo de opresión.
Sonaban las campanas de la iglesia. El
ganado humano que allí se conglomeraba para entrar al recinto se movía a un
paso aletargado, semi hipnótico. La gente asistía con gran devoción a este
negocio, donde a cambio de todo el dinero aportado, recibían palabras de
consuelo y esperanza, basadas en un libro tan modificado y esculpido conforme a
la doctrina esclavizante, que daría cabida al negocio más grande jamás
inventado por el hombre.
Mientras David observaba con algo de
disgusto la procesión que allí se llevaba a cabo, Phil se reunía con sus
hermanos en cristo saludándose con una cordialidad inesperada, casi artificial.
- ¿Entrarás conmigo?, Preguntó Phil, ahora
con una sonrisa que le llenaba toda la cara.
- Sabes que no soy esa clase de persona,
ya sabes, a esos a los que les gusta que le endulcen el oído con palabras de
aliento que, muy probablemente, se quedarán sólo en eso… palabras.
- De todas formas rezaré por ti.
David le observó e hizo un gesto de
disgusto. Phil dio media vuelta y continuó con su camino iluminado por el
centellear del oro que adornaba la catedral y que palidecía con el reflejo de
las luces apuntadas hacia un salvador crucificado, de expresión demacrada.
Era notoria la diferencia social de
quienes allí entraban, pues aquellos entes que demostraban su opulencia eran
cordialmente bienvenidos e invitados a las primeras filas, como espectadores
rapaces quienes cargaban con las ofrendas y diezmos más jugosos y apetecidos
por este hambriento negocio.
Mientras tanto, los mendigos y personas de
clase baja eran, algunas veces, apartados o dejados atrás, sin contar con que
ellos también alimentarían a esta avariciosa entidad a costas de su propia
subsistencia. Aun así, aquellas personas luchaban por entrar y tomar más
fervientemente las palabras de consuelo y ánimo que allí fueran mencionadas, ya
que, a diferencia de muchos, ellos sí las necesitaban y, para algunos, era esta
la razón para continuar con vida en una realidad tan decadente que les había
llevado a la extrema situación de tener como único soporte una cátedra que
habría podido ser hallada en cualquier libro de ayuda o superación.
David dio la espalda a esta realidad y se
dirigió hacia un vendedor que se hallaba bajando las escaleras, un hombre
chaparro y de aspecto algo dejado. Pidió un hot dog, lo cual sería su almuerzo
y cena, que devoró con gran apetito.
Ya habiendo comido, se sentó en los tres
primeros escalones de la catedral, al lado de pordioseros y mendigos, a
contemplar el hermoso atardecer que pronto tendría lugar, donde la luz
atravesaría la plaza central, y el obelisco alcanzaría con su sombra las
escaleras compuestas por lajas superpuestas y debidamente pulidas, un poco más
limpias que de costumbre por las recientes lluvias que refrescaban con una
delgada capa de rocío los recintos que se encontraban alrededor.
Cuando Caroline despertó, Marion ya se
había marchado. La casa estaba deshabitada y se formaba una pequeña penumbra
por el anochecer que ya se aproximaba.
Ka se hallaba en el primer piso, en la
sala, tendida en el sofá con un libro entreabierto sobre sus firmes pechos. Se
incorporó algo asustada y clamó el nombre de David varias veces, al no obtener
respuesta se apresuró hacia el reloj que marcaba las 4 de la tarde.
- Debió salir temprano para el trabajo,
susurró para sí, juntando el dedo índice con el pulgar frente a su boca, los
cuales mordió de forma suave y meditabunda al terminar de pronunciar dichas
palabras.
Continuó avanzando hacia la cocina, donde
encontró el desorden dejado por Marion. Se agachó, y al tomar una olla que se
encontraba en el suelo notó una mancha de sangre que recubría un costado del
elemento que ahora sostenía.
Se contuvo en sobremanera, pues la sangre
era, para ella, algo escandalosa. Dejó con gran cautela la olla en el
lavaplatos y se lavó las manos unas tres veces seguidas, mientras las lágrimas
corrían por sus mejillas. Desde su adolescencia siempre tuvo esta reacción
instantánea al ver sangre. Al terminar de refregar sus manos con desesperación,
dio vuelta y notó que los demás implementos que allí se encontraban regados
también estaban manchados de sangre. Dicha imagen le produjo unas náuseas
incontenibles y se vio obligada a vomitar en el lavaplatos, pero al no haber
ingerido nada desde la noche anterior, cuando David le había alimentado con pan
y agua, lo único que emergía de sus adentros era un líquido amarillento y de
sabor amargo.
Intentó reponerse y, por el momento, irse
de este sitio. Entrecerró los ojos y con cuidado de no tocar nada que ahora
reposase en el suelo, avanzó hacia la salida de la cocina, donde al llegar,
sintió un pequeño alivio entre tanta turbulencia generada por semejante
pequeñez.
- Por esta clase de mierdas es que todos
te odian, Marion. Dijo a media voz mientras se apoyaba contra el marco de la
puerta, todavía débil y desorientada.
Debido a este incidente, Ka, ni siquiera
se fijó en el alimento que David había dejado para ella. No se había bañado en
días y llevaba pijama desde su último lapso de memoria, dos noches atrás.
Subió delicadamente al segundo piso, dando
cada paso con dificultad. Los escalones que se encontraban frágiles ni siquiera
sintieron el peso que Ka ejercía, pues desde aquel incidente se encontraba en un estado de leve desnutrición que
había venido empeorando a medida que pasaban los días.
Al encontrarse frente a su habitación notó
que la puerta del cuarto de David se encontraba entreabierta. Se escabulló por
entre la apertura procurando siquiera tocarla. Cuando estuvo adentro del cuarto
notó que la cama estaba recubierta por una gruesa capa de polvo, se acercó
hacia esta y pasó su dedo por encima para comprobar qué tan sucio se encontraba
todo– ¡Maldita sea, Ka! ¿Cuantas veces te he dicho que no toques mis putas
cosas? ¡Lárgate de aquí! –una voz del pasado retumbó en la mente de Ka, al
tocar el cubrelecho gris con franjas azules.
Asustada e invadida por una sensación de
congoja, se apartó de la cama de un salto, pues tales palabras sonaron con tal
vividez como si alguien se las hubiese gritado al oído. Y era la esencia
melancólica de David la que permanecía en esta habitación, dejando un sosiego
tibio y vacío como el que le proporcionaba, la mayoría de las veces, su
compañía.
De repente fijó su atención, cabizbaja, en
el sillón donde David se postraba durante horas, percibiendo hasta lo más
recóndito que sus sentidos le permitiesen. Se acercó dando pasos cautelosos,
como si evitase memorias que transcurrían a la par en su realidad, algunas
dolorosas, otras llenas de regocijo, pero era claro que todo aquello cuanto
veía era anterior al incidente que tuvo las más graves repercusiones en ella.
Prontamente se sintió a desfallecer, y se dejó caer en el sillón que escupía
recuerdos a sus oídos, rasgando sus tímpanos, dando paso a las gotas
cristalinas que corrían por sus tersas mejillas.
Mientras su cuerpo se desleía entre los
recuerdos que le apuñalaban el alma con agudas vivencias, sus lágrimas caían al
sillón donde David encontraba su único regocijo y amparo. Estuvo allí
sollozando amargamente mientras las épocas de felicidad y gozo se posaban
diáfanas ante sus ojos con una nostalgia inconmensurable, aquella con la que se
aprecia algo que fue y nunca más será, pero al intentar cerrar sus ojos sólo
conseguía hacer más vívidas aquellas visiones que le llevaban a la desesperación.
- Te detesto. ¡Maldito seas, TE DETESTO!
Gimió con dolor mientras las perlas cálidas rodaban inclementes por los
precipicios de su rostro.
Intentó contenerse, enjugando sus lágrimas
con sus antebrazos blancos como la nieve, pero al notar el incesante escape de
la máxima expresión que pudiese brotar de aquella mujer, pegó su rostro contra
el sillón e hizo un esfuerzo sobrehumano por mantener sus ojos cerrados, lo que
finalmente le llevó a un estupor profundo.
Se encontraba ahora en un limbo entre el
sueño y la vigilia, llevada por un pesado adormecimiento, empero, continuaba
con los ojos entreabiertos, y al mirar hacia la ventana por la que entraban los
últimos rayos de luz, aquellos que se logran divisar antes de que el sol pereciese
en el espectáculo inmarcesible que representaba para ella el ocaso, divisó los arreboles
que se perdían en el horizonte como si estuviesen llamándola, incitándola a escapar.
Sin embargo fue, finalmente, el hambre la que la sacó de tal estado de
estupefacción somnolienta.
Se dirigió hacia la cocina donde ya todo
se encontraba a oscuras y esto le permitía eludir las visiones de sangre que le
aterraban.
Se acercó con cautela a un plato que se
hallaba sobre la mesa, el cual no había visto anteriormente por el pánico
generado por las chanzas de Marion.
- Queso y pan viejo, una vez más… ¿Por qué
no me dejas mejor un poco de cicuta?, Pensó mientras tomaba y engullía el pan
ya blando y rejudo, acompañado de un queso desabrido y de contextura pastosa.
Se duchó a prisa por falta de agua
caliente y prosiguió a vestirse y emperifollarse con maquillaje y perfumes que
guardaba con gran recelo.
- ¿Por qué la belleza ha de depender de
parámetros impuestos por los medios?, Pensó de súbito al florecer la idea que
le había implantado su propio reflejo demacrado en el espejo. ¿Acaso la
hermosura que se percibe es solamente un paradigma impuesto por una mentalidad
colectiva?
Observaba, ahora, su imagen reflejada en
el vidrio del reloj de piso, que se encontraba cerca a la entrada, el cual marcaba
las 6 pasadas.
-
No, eso no es belleza. Continuaba monologando. La verdadera belleza reside en
el aprecio de hechos comunes y corrientes, el caos y la decadencia que habita
en nuestra realidad monótona y fría. Lo bello… Suspiró profundamente. Lo bello
es apreciar la mierda de vivir.
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