jueves, 27 de agosto de 2015

Capítulo XI (II)

II

El invierno empezaba a tomar fuerza, las decoraciones navideñas no se hacían esperar y capas de granizo recubrían el campo mientras observaba, a través de la ventana, caer llovizna leve y delgada, como si estuviese especialmente diseñada para apenas sentirla. El rastro le había llevado hasta un pequeño pueblo fronterizo al que pronto llegaría recurriendo únicamente al “aventón”, después de haber bajado del autobús que había tomado desde su ciudad natal, el cual le permitió conocer muchas personas e historias en el camino, algunos habían escuchado a cerca de su amada, una persona extraña de por sí, alegaban, otros demostraban, en algunas ocasiones, malas intenciones por lo que David había tenido que escapar en repetidas ocasiones del automóvil en el que se movilizaba.

En esta ocasión se encontraba a bordo de un tractor de carga que transportaba enormes troncos, recién cortados de los cerros orientales, hacia pueblos que darían la forma de muebles y demás objetos finales de éstos seres vegetales ya muertos. Pasaron una señal de carretera, casi invisible por una delgada capa de hielo que recubría el anuncio azulado, lo que generaba un fuerte reflejo de la luz en el mismo, que indicaba que el próximo pueblo se encontraba a 32Km de distancia. El letargo de las noches sin descanso y la inactividad aparente, oprobiaban el estado de ánimo del conductor y el acompañante.

De la nada apareció un automóvil pequeño, a gran velocidad, el cual aceleraba presurosamente, lo que le hacía resbalar sobre el asfalto recubierto por una delgada capa de hielo, este automóvil en su apuro, perdió el control y por poco, al intentar rebasar el tractor, resulta arrollado por el mismo, a lo que reaccionó con un fuerte sonar de su claxon y varias vulgaridades que eran lanzadas con el miedo que permanece posterior a estar cerca de causar un accidente de cualquier índole.

- ¿Qué putas fue eso? Preguntó David al despertarse azarado tras las fuerte sacudida del tractor en el intento de evitar la colisión.

- Un maldito loco que no ha aprendido a conducir. Respondió Juan, quien se había espabilado tras dicho acontecimiento y ahora sostenía con fuerza el timón de la bestia que impulsaba su preciada carga.

Juan era ingeniero químico que trabajó para el gobierno en sus años gloriosos, pero enfrentó cargos por desarrollo de armas biológicas ante la corte internacional, por lo que fue destituido e inhabilitado de por vida para ejercer su profesión.

Se encontraba bastante obeso y descuidado, con cabello castaño y crespo, una barba espesa y ojos verdes resaltados por el contraste de sus mejillas rojizas y su frente que denotaba indicios de una inminente calvicie, cubierta siempre por una gorra de Texaco que llevaba a todas partes. David llegó a preguntarle si dormía también con la gorra puesta, cosa con la que rio a carcajadas, sin embargo, generó un poco de molestia en Juan.

En la distancia, a pesar de la visión reducida por la espesa neblina, particular de las zonas más frías de Colombia, se lograba divisar las primeras luces del pueblo en el ocaso.

Era un pueblo, más bien pequeño, con personas corrientes, que vivían del campo y el comercio. Como es usual en este tipo de lugares, la mayoría de residentes se conocían entre sí, y quienes pasaban por allí eran reconocidos inmediatamente en visitas posteriores, siempre con un trato bastante fraternal y acogedor.

Al llegar allí el sol se había puesto casi por completo y los vientos helados se arrebataron, lo que les obligó a detenerse a la entrada de una fonda donde habían otros automóviles, de diversas formas, tamaños y colores, estacionados, sin embargo, la mayoría, eran camiones o vehículos medianos usados para transporte de cargas y encomiendas.

Juan tomó su gruesa chaqueta de cuero beige para el frío, mientras David se estiraba tras un largo y plácido sueño, el cual lograba únicamente al viajar.

- Entraremos aquí. Repuso Juan. Es un buen sitio, bastante acogedor. Vamos te presentaré con el dueño del lugar y su hermosa hija.

David le observó de reojo, más sin poder negarse a entrar a este sitio, tomó su abrigo y bajó del camión.

La ventisca se hacía cada vez más fuerte, y la visibilidad se perdía a medida que la velocidad del viento aumentaba.

Él le gritó desde la entrada, donde le esperaba con otro personaje, un amigo con el que seguramente se había reencontrado dentro de aquél sitio. David se dirigió lo más a prisa hacia la puerta del recinto.
Entraron al sitio, un bar repleto de camioneros en extremo obesos o delgados, sin compostura ni modales, todos se hallaban en una euforia alcoholizada que se podía palpar en el ambiente.

Los gritos y carcajadas se escuchaban por doquier, perdidas entre la música que retumbaba proveniente de una enorme rockola multicolor situada entre las meas y la entrada al baño.

Toda la fonda estaba hecha en madera, muy al estilo antiguo, con manchas de bebidas alicoradas y demás fluidos emanados en las noches de juerga que perduraban en el suelo de este lugar. El segundo piso se encontraba aún más abarrotado, a pesar de esto, en todo la fonda, sólo habían dos o tres mujeres, sin contar las dos camareras que repartían las cervezas frías en enormes vasos chorreantes de espuma fría y saciante, a los clientes, algunos sentados en sus bancas, otros de pie, abrazados, unidos en un lazo fraternal del alcohol.

Hallaron un lugar en una mesa mediana, donde habían otros tres camioneros, quienes al parecer eran buenos amigos de Juan. Le invitaron uno de esos vasos de cerveza que, más que un vaso, parecía una jarra, la cual bebieron entre chistes y chanzas entre ellos. Entretanto David les escuchaba con detalle, sonriendo francamente cada que una de sus bromas le causaba gracia.

- ¿Y este chaparro? Preguntó uno de los camioneros al cabo de un rato, al notar que no había pronunciado palabra alguna.

- Él es David, está en busca de su mujer que huyó hace varios días hacia el norte.

- ¿Qué le hiciste para que tuviera que huir? Preguntó con un tono serio, casi desafiante.

David le observó interrogante.

- Todo fue un malentendido. Respondió brevemente.

- Siempre somos malentendidos, es más, ¡dudo que las mujeres puedan entenderse a sí mismas! Bramó uno de los camioneros que le acompañaban a la mesa.

Al escuchar esto, toda la mesa carcajeó con gran ímpetu, proveyéndole, inherentemente, la aceptación en el círculo de bebedores al que había ingresado.

- He escuchado muchas historias, y creo que la tormenta no cesará en un buen rato, así que te pido que nos cuentes lo que te ha llevado a realizar tu odisea. Clamó quién le preguntó en primera instancia, mientras pedía otros dos vasos de cerveza para cada quien sin haber acabado la que sostenían entre sus regordetas manos.

Pasaron las horas mientras David contaba con gran detalle, aunque obviando ciertos hechos que le hubieran causado el repudio de tales acompañantes. Entre jarras de cerveza se iba tornando el ambiente algo cálido, la lluvia no cesaba de caer y dentro de unas horas, con suerte, el sol volvería a iluminar su andar.

Al terminar de contar su historia, todos los acompañantes se hallaban abrumados por su relato; conmovidos, le desearon la mejor de las suertes en su búsqueda, y le dieron indicios de una mujer que, al igual que él, había pasado por este lugar hacía varios días, a bordo de la camioneta perteneciente a una pareja de campesinos que se regresaban al pequeño pueblo de Santa Cecilia para las festividades.

Habiendo escuchado esto, el ánimo de David retornó a sí, el entusiasmo desbordaba su ser, acompañado por el sosiego de la leve ebriedad, la cual le había generado unas ganas irrefrenables de ir al baño, por lo que se incorporó y dando tumbos, chocando con las demás personas, en igual o peor estado en el que él se encontraba, llegó hasta la rockola que todavía seguía tocando alegres tonadas, donde tuvo que apoyarse para recuperar un poco su equilibrio, mientras sonaba una canción que le recordaba a su amada.

Más aquel momento, cuando David entró en el baño de ésta fonda, ni de tan mala muerte como había percibido, donde incontables transportistas habían dejado al descubierto su sexo desnudo, pudo sentir cómo su realidad se desdoblaba en vibrantes ondas de silencio; logró comprender y trazar la ruta que le llevaría a encontrar su, hasta el punto de inflexión, reconocida, amada.

Ella se hallaría en un camino hacia su felicidad, su sueño inconcluso y eternamente inalcanzable, una utopía donde no hubiese campo que diera lugar al hambre, la incertidumbre o el desconsuelo que amargamente trastornaba sus noches cubiertas por un lúgubre faro posado a miles de kilómetros sobre su cabeza, el cual alcanzaba a iluminar, fría e indiferente, su existencia.

Al regresar a la mesa, sintió una grave pesadez, la charla había perdido totalmente el sentido y sus oídos cansados dieron paso a un sueño por intervalos, pero bastante reparador. Cada vez que volvía en sí, encontraba menos gente en aquél lugar, los asistentes se iban desvaneciendo como siluetas multiformes que se escabullen en la penumbra previa al amanecer.

Cuando los rayos del sol golpearon su rostro, despertó paulatinamente en una resaca bastante cruda.

 En su mesa se encontraba Juan, todavía hablando con uno de los acompañantes que se había quedado allí toda la noche; otro se hallaba recostado sobre sus brazos en un profundo sueño, más no pudo divisar por ningún lugar a quien la noche anterior le había preguntado por Caroline y la historia que le acompañaba.

Capítulo X (I)

LIBRO CUARTO

Principios de Invierno


I

Dos días habían pasado desde la partida de Caroline y David todavía se encontraba inconsciente en su caseta, en la misma posición en la que se había desplomado esa fatídica noche de viernes, casi sábado.

Phil, al parecer, permanecía inocente de la situación por lo que no pasó por la caseta de David al terminar el turno.

Eran las 11 de la mañana, el día estaba radiante y el sol de la tercera mañana se colaba por la ventana de la caseta. David sintió la luz cegadora en su rostro y se despertó algo desorientado. A pesar de su súbito desfallecimiento se sentía con bastante energía, pues en su desmayo había podido dormir como hacía mucho no lo hacía.

– Un largo y merecido descanso, pensó.

Cuando finalmente volvió en sí y observó su reloj notó que habían pasado 2 días, instantáneamente recogió sus pertenencias y se dirigió a su hogar al trote.

Al llegar a la casa buscó por doquier la presencia de Ka, pero al no encontrar nada más que recuerdos y melancolía, acudió al último lugar donde habría querido entrar, la habitación de Alexei.

De pie frente a la puerta, transitaban entre sus memorias los mejores momentos que había vivido con Ka, del otro lado se escuchaba nítidamente a sí mismo musitando con Caroline a cerca de su futuro, planeando cómo sería todo cuando su hijo llegase, el trabajo al que David tendría que someterse con el fin de poder brindarles una vida decente y sobre todo el amor que sentía por el ser que acarreaba el vientre de la única mujer que había amado realmente.

Acercó su cadavérica mano a la perilla de la cual emanaba una niebla grisácea lo que denotaba el frío que provenía de este elemento metálico, más al tocarla sintió como si se avivase un minúsculo fragmento de su alma.

Giró el cerrojo para activar el mecanismo de apertura, empujó suavemente y cuando la puerta se hallaba a medio abrir, un fuerte viento le empujó de vuelta y cerró con gran fuerza.

David lanzó un pequeño alarido y se apartó momentáneamente.

El estruendo del golpe permaneció resonante en su mente, mientras veía la realidad vibrar alrededor de sí. Mareado y aturdido retomó su intención y bruscamente abrió la puerta, con los ojos cerrados forzosamente debido al gran ventarrón que hallaba su camino por la ventana y se perpetuaba revoloteante dentro de la habitación.

Alcanzó la ventana y le cerró, todavía con los ojos cerrados.

Se recostó contra la ventana y cayó sentado, desde donde vislumbró el interior de la morada.

La cuna se encontraba intacta, ni el polvo ni la suciedad le habían cubierto. La pintura en las paredes se había corrido un poco, pero todavía era visible un paisaje. A pesar de haber colaborado con la decoración de esta habitación, David no lograba recordar desde cuándo estaba dicho paisaje allí, pero al acercarse observó una capa de pintura más reciente. Caroline había estado pintando recientemente un paisaje de montañas nevadas y un día cálido.

En la pared posterior se encontraban los grabados que había hecho David, una planicie de páramo llena de flores y formas de diversos colores, con tres personas acostadas sobre el césped. Al ver dicha imagen, su alma se estremeció y sus sueños revivieron momentáneamente, como un destello de luz entrando por un pequeño agujero en una caverna oscura y desolada.

Sin embargo, notó que de las tres personas, la más pequeña, Alexei, estaba tachada y la corrosión empezaba a afectar el dibujo que representaba a Caroline, más la escena del hombre que había perdido a su hijo y a su amada le desconsoló amargamente, cayendo de rodillas, gimoteó y maldijo su suerte.

Pero el recuerdo de Ka le reavivó, sabía que todavía no la había perdido del todo, pues tal y como dicen, de forma bastante acertada, “lo único que no tiene solución es la muerte”. Se incorporó y decidido a dar con su encuentro se alistó para un viaje del cual no regresaría solo.

Intuyó por la interpretación de los dibujos recientes que tomaría camino hacia el este, en busca del paisaje que buscaba plasmar en la habitación de Alexei, contando con el gran entusiasmo con el que había hablado en repetidas ocasiones del páramo de Chingaza, al este de Bogotá a donde habrían ido seguramente de no haber sido por aquél incidente.

Subió a su habitación donde sacó toda la ropa que se llevaría, sus documentos, zapatos, una carpa, cobijas y algunos elementos de aseo. Accedió a un escondite que tenía en su gran armario de roble en un cajón interno, que había descubierto en una ocasión en la que se escondía de su madre quien le buscaba para asestarle una muy merecida tunda por algún error que había cometido en su infancia, de donde sustrajo una pequeña bolsa de papel que en su interior contenía los ahorros que había almacenado desde hacía ya varios años y lo que le serviría como sustento para su viaje, más al contar el dinero, notó que tenía sólo la mitad de lo que había calculado, infirió que Ka había tomado dinero de allí para emprender su travesía.

- Hasta para huir eres descarada. Pensó mientras sonreía para sí mismo.

Tomó de otra mochila que guardaba, receloso bajo la cama, las drogas en conjunto con sus implementos de administración. Pensó en inyectarse una dosis antes de partir, pero desistió debido al contacto social al que debería exponerse, pues había optado por acudir a Phil para despedirse y preguntar de paso si conocía él algún detalle que le pudiese servir de guía para rastrear su camino.

Cuando tuvo todo listo, cargaba con una maleta enorme y en extremo pesada, con todos los elementos necesarios, y un poco más de sobra, para poder sobrevivir a la intemperie.

Antes de partir, dio un último vistazo a su morada, cerró todas las ventanas, los registros del agua y el gas y aseguró las puertas, cuando estuvo en la entrada se observó ante el reloj de piso que había visto pocos días atrás a Caroline despedirse con una sonrisa alentadora. El reloj ahora andaba y daba las 8pm, sin embargo, todavía era de día, David corroboró con su reloj que marcaba las 3:40 en la tarde.

Se apartó lentamente mientras observaba su reflejo que le acusaba feroz y vengativo, con una mirada turbada, mientras el péndulo centellaba bamboleante a un ritmo hipnótico tras su imagen.


Enfiló su caminar rumbo a la casa de Phil, quien vivía a pocas manzanas de su casa. Era una casa de fachada lujosa que sus padres, ambos muertos ya, le habían heredado como hijo único.

Su antejardín se hallaba decorado con dos árboles frutales, con pasto descuidado y algo largo, aunque debido a la época no sería necesario cortarlo debido a que el frío penetrante le quemaría para cuando el invierno enviara la cantidad de granizo necesaria para cubrirle por completo.

El camino que daba de la entrada principal a la puerta se encontraba tapizado, casi en su totalidad, por hojas secas que no habían sido recogidas durante el otoño que había finalizado hacía poco; la puerta se veía desgastada y maltratada por el clima y extraños que hasta allí llegaban con el único fin de arrojar objetos a esta puerta, pues era Phil una clase de ermitaño que se sentaba a fumar cigarro tras cigarro, junto a la ventana, viendo pasar personas frente a su hogar, de las cuales algunas le temían, sobre todo los más jóvenes.

Tocó tres veces la aldaba, la cual estaba tallada de forma que pareciese una mano sosteniendo el planeta tierra, lo que resonó fuertemente al interior de la morada.

Pasaron diez minutos, al parecer no había nadie en casa.

David, en medio de su angustia, golpeó nuevamente, ahora más fuerte y tras escuchar el ruidoso eco que produjo este burdo golpeteo, pudo percibir unos pasos que lentamente se acercaban hasta la puerta desde el interior.

- ¿Quién es?, Preguntó Phil con voz aletargada y ronca.

- Soy yo, David, ¡apresúrate a abrir!

De inmediato se escuchó un forcejeo abrupto el cual precedió a la apertura de la entrada, revelando la cara en extremo preocupada de Phil.

- ¿Has visto a Caroline?, Cuestionó David sin siquiera saludarle previamente.

- No, respondió Phil con grave acento.

- ¡Malditasea! Ha escapado hace ya dos días y no tengo idea de qué camino habrá tomado, sé que se irá de la ciudad, pero no tengo pista o rastro alguno que me guíe hacia ella.

De repente la mirada de Phil emergió con entusiasmo.

- ¡Sí le he visto!, Gritó con euforia. Me acabo de acordar que le vi abordar un autobús, de esos que toman la vía hacia el norte, saliendo por el cementerio Jardines de Paz; aunque le observé de lejos y no estoy seguro de que haya sido ella.

- ¡Gracias Phil! Ahora mismo iré tras ella.

Hubo un silencio momentáneo.

- ¿No quieres entrar a “relajarte” un rato?

David le observó interrogante.

- Pensé que habías dejado las drogas, Phil.

- “Una al año no hace daño”, Dijo mientras sonreía amigablemente.

David asintió y entró al recinto donde prepararon dos dosis y las inyectaron en acto seguido.

Estuvieron recostados en el piso de la sala, observando, perdidos, entre los destellos que emanaban del candelabro de cristal posado, colgante, sobre sus cabezas. La luz se difractaba entre las decoraciones permitiendo la visualización de tonos multicolores que se cruzaban entre sí, generando un espectáculo bastante peculiar para el deleite de los sentidos.

Más sin embargo, David no podía evitar ver por doquier el rostro de Ka, lo que le llevó, todavía con sus sentidos y percepción tergiversada, a dirigirse hacia la parada donde tomaría el autobús que muy seguramente Ka había tomado.

Se despidió suavemente de Phil, quien se encontraba todavía en remotas locaciones, aunque su cuerpo estuviera tendido en el suelo de su casa. Ante este mínimo estímulo que David hizo, Phil sólo giró un poco sus ojos y le observó con un sosiego indescriptible.

Al salir de la casa notó que sus sentidos todavía le engañaban, pues observaba cosas que, por razón y lógica, sabía que no estaban allí.

Los rostros de las personas que pasaban por su lado se desfiguraban nuevamente, como elásticos que tomaban diversas formas según las expresiones que llevasen consigo.

El asfalto se tornaba de un color púrpura oscuro, al reflejar el ocaso tardío que alcanzaba a iluminar con sus últimos destellos la calle de esta, todavía pequeña, ciudad.

Pronto estuvo a bordo del autobús que le llevaría hacia su amada, de repente escuchó como si de la lejanía se aproximara una persona expulsando palabras leves, pero nítidas.


For our innocence is lost, you were always one of those blessed with lucky sevens and a voice that made me cry”.

jueves, 13 de agosto de 2015

Capítulo IX (I)

LIBRO TERCERO

Inflexión


I

Regresaba en sí tras un período agobiante, en el que su conciencia no había encontrado presencia, mas su homónima había recibido con gran agrado la descarga de energía que incurría, cada vez más frecuente, sus largas jornadas de bacanales y orgías modernas disfrazadas en pudorosos claustros donde todo lucía temperamentalmente sano hasta que los hilos resplandecientes del líquido benevolente y traicionero que sosegaba el alma y destruía el cuerpo, el elixir de Baco, llenaban su ser, desinhibiéndose y entregándose completamente a sus deseos carnales.

En un hogar destruido con cimientos derruidos se encontraba el cuerpo débil de Caroline, con el pelo enmarañado y con el maquillaje corrido por las largas jornadas en que su cuerpo era el templo de la lujuria.

- Despierta putica. Susurraron a su oído. Unas breves imágenes advinieron a su mente, fuertes recuerdos de actos sexuales descomunales que, hacía pocas horas habían sucedido, pasaban fugazmente ante sus ojos.

A pesar de su avanzado embarazo, sus muslos, enardecidos, denotaban un rastro de sangre, derramada entre los furiosos entrares y salires de entes desconocidos a su ser. Tenía varias lesiones en su espalda, lo que muy seguramente le impediría erguirse al intentar soportar el peso de dos seres con su única existencia.

- Qué buena noche la que pasamos, ¿eh?, Dijo Marion, bastante entusiasta.

Caroline continuaba sentada y adolorida, intentó incorporarse dos veces, pero en ambas ocasiones cayó. Decidió entonces apoyarse en una pared con el fin de incorporarse, sus manos se raspaban con la superficie irregular de la pared, sus piernas temblaban.

Cuando finalmente estuvo de pie, se dio cuenta que no sabía dónde estaba. Al salir de la casa notó que se encontraba debajo de un gran puente vehicular, era una casa abandonada donde iban a parar los indigentes quienes encontraban refugio entre las montañas de basura agolpadas por doquier.

A pesar del aspecto de tan detestable lugar, notó que el puente conectaba dos grandes costas en un río amplio y calmo. – Siempre te gustó estar cerca a la costa, ¿no?, Pensó Ka mientras divisaba un paisaje adornado por gaviotas y otros pájaros que danzaban bajo el sol en busca de alimento.

Caroline se abrió camino entre los desperdicios para rodear y subir el puente.

Era una ciudad pequeña, por lo que no le tomaría demasiado regresar a casa, pero debido a su pesada carga, en constante crecimiento, se veía obligada a detenerse en intervalos cortos, más por sus ropas desjaretadas y su aspecto roñoso se veía incapaz de pedir el favor a algún auto, que por allí pasase, que le llevara a los adentros de la ciudad.

Mientras caminaba bajo el sol picante y abrumador reprendía a Marion por su comportamiento, pues a pesar que en un tiempo le gustó salir y perder la decencia, ahora, estando embarazada, se cuidaba en demasía, hasta que Marion lograba retomar conciencia para llevar a cabo sus imprudentes jornadas de desenfreno autodestructivo.

En esta ocasión en particular, la ira de Ka opacó la de Marion. Había ido muy lejos en sus hazañas y temía que su hijo pudiera morir por el consumo de sustancias desconocidas. Por lo que le escarmentó tan severamente que notó una ausencia casi total del tercer ser que habitaba dentro de ella.

El sosiego de Marion oprobiaba el estado anímico de Ka. Tal vez era dicho sosiego el cual finalmente le llevó a su ausencia y enmudecimiento temporal.

Al llegar a casa no sintió presencia alguna, aprovechó para bañarse rápidamente y cambiar sus ropas, pues desde que David había recibido la noticia del embarazo le cuidaba como si fuese su hija, con numerosas restricciones y reproches que desbordaban por doquier cuando sus órdenes no eran acatadas.

A pesar de su sobreprotección, David, no era cuidadoso con sus hábitos, continuaba hundido, dependiente de las drogas y el alcohol, lo que Caroline ni se atrevía a mencionar, mientras que Marion sí le recriminaba arduamente, llevándole, en algunos casos, hasta el extremo de la ignominia.

Tenía ya 5 meses de embarazo, su abultado abdomen se mecía con cada paso que daba, y su semblante irradiaba un aura especial que sólo logran las mujeres en este estado. Se le veía generalmente con una sonrisa añorante, siempre con sus brazos cerca de la criatura que gestaba en su interior, le susurraba y le acariciaba cariñosamente para calmar sus ratos de angustia en los que revoloteaba en su interior y pateaba las paredes del útero.

El sol marcaba ya más del medio día, tal vez eran las 2 o 3 de la tarde, no se podía saber a ciencia cierta, pues desde que Caroline se enteró que estaba embarazada, el reloj de piso que se hallaba cerca a la entrada de la casa, se había detenido.

Caroline aprovechó la relativa calma para organizar un poco la casa, recogió todo el desorden de su habitación y de la sala, pasó la escoba por todas las habitaciones, incluyendo la de David, donde encontró un gran número de jeringas usadas, cucharas y encendedores, todo recubierto por una gruesa capa de polvo y mugre, en tal medida que tuvo que sacar una bolsa de basura llena hasta más de la mitad, únicamente de lo que había recogido al barrer. Al terminar se dirigió a la habitación de Alexei, donde cayó en un profundo sueño, recostada sobre la alfombra mullida y suave que recubría el suelo de la habitación.


En su sueño que recapitulaba una etapa de su vida con David, pudo visualizar cuando recién se mudó Caroline a esta casa, cuando era un hogar. Su vida transcurría en un sinfín de azares, despilfarros y una vanidad casi grosera, donde elegirían a sus amistades con el mismo dedo con el que señalaban para erigir prejuicios sobre las personas que dejaban de lado, obviándolas o excluyéndolas por no contar con los “requerimientos” necesarios para siquiera socializar con ellos.

Estaban en una reunión con su grupo de amistades “de élite”, con quienes usuaban embriagarse y drogarse, mientras despotricaban de las clases bajas, de personas que conocían en común y que aborrecían debido a su situación socioeconómica, tomando posiciones altivas y en extremo despectivas.

Criticaban la forma en que “los ricos” (de los que, irónicamente, no había ninguno presente), debían sostener toda la carga que representaban las personas que no podían acceder a cosas tan simples como educación o salud, quienes financiaban sus necesidades por medio de los impuestos que pagaban los contribuyentes. Les llamaban mugrosos, parásitos, sucios o tercermundistas, recayendo en un estereotipo xenofóbico que agraviaba su ofensa, la cual era bien recibida por personas de esta calaña.

Era de madrugada y el efecto del alcohol y la heroína, en casi todos los presentes, les impedía llevar una conversación coherente y duradera; de sus buches inflados y testarudos emergían palabras monosílabas seguidas por una breve logorrea que se desbordaba, finalmente, en balbuceos inentendibles y un silencio sosegado.

A medida que se empezaban a espabilar, cada asistente se incorporaba, asentía en forma de despedida y se marchaba sin decir más, mientras los demás continuaban sumidos en su viaje interno, en busca de algo que muy seguramente habían perdido y buscaban con desesperación; la sensación de la primera vez que habían probado las drogas, dicha sensación descrita como el mejor orgasmo sentido en vida, multiplicado por mil, el cual era alcanzado en el momento que la sustancia se mezclaba con la sangre y entraba en el torrente, siendo bombeada por todo el cuerpo, y que nunca jamás volverían a sentir, por más que le buscaran.


Cuando finalmente David regresó en sí, se vio sentado en su gran sofá, con Caroline a su lado, recostada en su hombro, rodeados por algunas sillas y dos sillones vacíos. La luz del candelabro de la sala le cegaba, su tono amarillento casi fosforescente le impedía la visión más allá de los sillones que se encontraban delante de sí. Intentó incorporarse pero al sentir el peso de Ka en su hombro, cayó de espaldas de nuevo al sillón, lo que aturdió un poco a Caroline quien se había encontrado sumida en un sinfín de pensamientos aleatorios, pero que dejó de lado al sentir el estruendo de la humanidad de David al caer una tercera vez sobre el sillón.

- Muévete. Dijo David en un tono alto, rozando lo grosero, a lo que Caroline acató instantáneamente.
Cuando estuvo incorporado, se giró para besar a Ka, quien le tomó por la cara y con ansias mordía sus labios en un beso apasionado.

David se separó un poco y le observó con gran lascivia, lo que Caroline comprendió inmediatamente y le tomó de la mano para llevarle hasta el cuarto donde se había instalado una cama grande, esponjosa.

Aceleraron el paso, David observaba las finas caderas y las nalgas, ni tan carentes de carne, bambolearse hipnóticamente delante de él mientras subían las escaleras.

Estando ya en la habitación, la piel tersa de Caroline se dio a la vista, cálida y frágil se desnudó con gran sensualidad, mientras David observaba con deseo tan deleitante escena. Su pequeña blusa de algodón dejó ver, primeramente, sus delicados hombros, blancos y suaves como la nieve, entre besos y caricias continuó descendiendo, dejando al descubierto sus brazos, delgados y firmes, a la par con dos lunas, adornadas por sus pequeños pezones y lunares que recubrían sus senos, perfectamente redondeados, los cuales no eran abundantes pero tampoco carentes y su abdomen delineado brotó cubierto por sudor producto de la excitación momentánea.

Abrazó a David; él recorría su cuerpo con besos, mordiscos y caricias, entretanto ella soltaba gemidos suaves, y su respiración al compás, exhalaba un almizcle hirviente de erotismo. Empujó con su brazo desnudo a David para que se apartase, quedando tendido en la cama. Ella dio media vuelta y bajó sus jeans holgados permitiendo la agradable vista de su desnudez, llevaba las bragas con encajes que David le había otorgado como presente en una ocasión.

En una casa vecina se escuchaba la canción, Summertime, de Janis Joplin en su disco compilatorio “Greatest Hits” de 1973, y al ritmo de la música, se despojó de todo tejido superfluo que ocultase su sexo húmedo y tibio, para regresar a los brazos de su amante, quien se había desvestido en un frenesí afrodisíaco mientras los movimientos de tan despampanante ser le robaban completamente su observar.

Los deseos se palpaban en el ambiente, al penetrar por vez primera, Ka se estremeció y soltó un grito suave y placentero, lo que enervó a David y prosiguió su movimiento repetitivo que le llevaría al éxtasis del sexo. Sus cuerpos revoloteaban como una sola masa tendida en el placer. A medida que continuaban, los alaridos y gemidos se hacían más estridentes, hasta tal punto en que podrían ser audibles hasta a dos casas de distancia.

Los amantes empedernidos saciaban su apetito, casi llegando al clímax del acto. Caroline se hallaba acostada, mientras que en su cima, David empujaba dentro de ella su ser, maquinalmente y de vez en cuando se encorvaba para besar sus finos pechos como dos copas de helado de la más dulce vainilla, mientras Ka cerraba sus ojos dejándose llevar por el placer arrobante, pero justo antes de alcanzar el máximo placer, Ka abrió sus ojos repentinamente y vio, por encima del cuerpo de David, una figura sombría en la puerta.

Marion les observaba desde hacía ya un tiempo y con sonrisa maléfica esperaba el momento en que fuese notada.

Hubo un grito de placer al unísono de ambos seres, dos voces idénticas gritaron y David, todavía sin alcanzar su placer, giró la vista hacia Marion y de un salto estuvo en el marco de la puerta mientras el cuerpo de Caroline se retorcía entre espasmos producto de su orgasmo.

Al girar la vista, Ka, pudo denotar el terror en la mirada de David que apuntaba al punto de placer de Caroline. Vio un rastro de sangre. Caroline en acto seguido bajó su mirada y observó cómo desde su ombligo y su vagina brotaba un sinfín de pequeñas arañas negras, recubiertas por un pelaje oscuro en su mayoría con patrones geométricos de colores llamativos a lo largo de su opistosoma. Se retorció y empezó a golpearles con gran desesperación y furia; lágrimas de sangre emanaban de sus ojos y nariz, entretanto David, estupefacto, helado, no podía apartar la vista de ella pero tampoco se veía en la capacidad siquiera de moverse y Marion reía a carcajadas desde el marco de la puerta, junto a él.
Quejidos de amarga angustia eran expulsados al aire, mientras los seres octópodos continuaban emergiendo de su interior. Se lanzó al suelo y se revolcó en él, sin embargo, el flujo de arácnidos no cesaba su camino desde el interior de Ka, más de repente sintió un dolor profundo en su vientre. La mano de Alexei se asomó empujando la piel, estirándola como si fuese de goma, buscando la escapatoria de su blanda prisión. Presionaba con gran entusiasmo, empleando ambos brazos para esto, lo que causaba una escena en extremo repulsiva y dolorosa.

Finalmente la piel del vientre empezó a quebrarse, mientras Ka continuaba gimiendo de dolor, tendida ahora en el suelo. Al aparecer un pequeño brazo de su vientre, totalmente cubierto de sangre, Caroline perdió el conocimiento. Al abrir los ojos nuevamente despertaba en la habitación de Alexei, acurrucada al lado de la cuna y acogiendo con ambos brazos su barriga mientras acontecían pequeños espasmos involuntarios que le mecían calmadamente.


Se incorporó atemorizada, se revisó por doquier por rastros de sangre pero al no hallar nada retornó la calma, lentamente, a su ser.

Las náuseas y el mareo le impedían permanecer de pie a no ser que estuviese apoyada en algo, entretanto, David recién regresaba a la casa, pues tras aquél episodio había llevado a Ka, todavía inconciente a la habitación de Alexei.

Sonó la puerta cerrarse estruendosamente seguido de fuertes pasos que golpeaban la madera hasta su santuario.

Caroline se hizo su camino hacia la salida de la habitación de Alexei, se sostuvo un momento de la perilla, más al girarla perdió el equilibrio y tuvo que recostarse en la puerta, lo que generó un fuerte sonido el cual alertó dramáticamente a David quien bajó de su habitación a toda prisa.

Buscó primero en la cocina, donde no encontró nada más que platos sucios y desorden, continuó por la sala, y el baño. Todo se encontraba tan monótono y lúgubre como de costumbre. El miedo empezó a recorrer su cuerpo, la sensación de un frío intravenoso le recorrió el torrente sanguíneo hasta llegar a su cerebro, donde el pánico tomó su lugar.

Al llegar al cuarto de Alexei notó una sombra detrás de la puerta. Su frente, empapada de sudor, dejaba escurrir pesadas gotas que caían a sus ojos y le cegaban momentáneamente. Se acercó con sigilo y palpó la puerta, como si pudiese así inferir quién se encontraba del otro lado.

- ¿Ka, eres tú?, Preguntó con voz tensionada.

Hubo un corto silencio, mientras, tanto David como Caroline, se encontraban apoyados en la puerta.
Cuando David se apartó un poco, la puerta empezó a abrirse, sus ojos abiertos casi hasta el contorno de sus órbitas punzaban en la puerta, con ansias de develar al ser que detrás de esta se regocijaba.
Asomó primero una barriga inflada, cubierta por un saco grisáceo, un poco desgastado.

David se contuvo y pasó saliva un poco más relajado, más al emerger Caroline del interior de la habitación, no pudo aguantar el peso de su carga y cayó estrepitosamente al suelo, a lo que David reaccionó inmediatamente y se lanzó a su socorro.

Tras aquella escena David había quedado en un estado de conciencia irregular, llegando a cuestionar su propia salud mental.

El maltrato del ajetreo de la noche anterior demostraba, ahora, sus repercusiones en totalidad; su espalda y piernas no podían resistir más esfuerzo, por lo que tuvo que apoyarse completamente en David para poder llegar y acomodarse en la cama.

La deshidratación y el mal estado en el que se encontraba le sumieron en una alta fiebre, para cuando oscureció, Caroline, deliraba entre sueños y sudaba en grandes cantidades, sin embargo, David se había quedado dormido a su lado sin notar el malestar que aquejaba a su compañera, quien cargaba con toda la significación de su existencia dentro de sí.

Al llegar la madrugada, los quejidos de Caroline despertaron a David, quien en seguida notó el mal estado en el que ella se encontraba. Una gran mancha de sudor rebordeaba su cuerpo, extendiéndose por más de la mitad del área de la cama, lo que le alteró en gran medida, y corrió en seguida por recipientes con agua y paños húmedos para colocarle en la frente con el fin de disminuir su fiebre.

Regresó a la habitación con todos los implementos, Ka se encontraba ahora despierta, con la mirada fija en un punto en el techo.

- No dejes que se lo lleve. Susurraba para sí misma mientras algunas lágrimas recorrían los caminos que el sudor, al recorrer su rostro, había trazado previamente.

Sus ropas estaban totalmente empapadas, David optó por desnudarle y colocarle sobre una toalla extendida para luego cubrirle con una cobija delgada, mientras ponía pañuelo tras pañuelo húmedo en su frente, hasta que la alta temperatura le secaba del todo y se veía obligado a remojarlo nuevamente.
Amaneció y el estado de Ka no mostraba mejoría alguna, pero tampoco empeoraba, David, exhausto, la cargó hasta la tina en donde había preparado un baño de agua tibia. Aletargada, observaba con mirada perdida su entorno, no lograba concentrarse y un mareo apabullante conducía su mente hacia un estado incontrolable, perdiendo noción de todo cuanto a su alrededor pasase.

David le dejó tendida en la tina, el agua cubría su cuerpo casi hasta sus hombros. Su cabeza recostada, entre sueños, daba una impresión de paz momentánea, por lo que decidió salir de la habitación y cambiar las sábanas de la habitación pues allí le volvería a acostar después del baño.

Demoró casi veinte minutos, en los que no escuchó mayor sonido que le pudiese alertar de lo que a continuación acontecería.

Al retornar al baño notó que Caroline se encontraba sumergida del todo. No sabía cuánto tiempo llevaba así, pero al parecer se encontraba con sus ojos abiertos y una expresión sombría, macabra.

David se lanzó a su rescate, a lo que ella se resistió, pero después de un breve forcejeo, logró sacarla de la tina y en el suelo del baño se retorcía y maldecía con ira.

En un intento de taparle con una toalla seca, se acercó sin mesura, acto del cual Marion sacó provecho, lanzándose a su rostro con las uñas, desgarrando parte de su pómulo. Cuando vio recorrer la sangre que bajaba por el rostro, su ser colapsó.

- ¿Qué putas te pasa?, Gritó iracundo. Me estoy hartando de tu mierda, ¡siempre lo mismo! Si por lo menos fueras más consciente, sabrías que estás así por irte de fiesta en fiesta como una puta vagabunda, en busca de alcohol y drogas. No creas que no sé qué haces en esos antros, te he visto con mis propios ojos, ¡y me duele! Pero al cargar con mi anhelado futuro no soy capaz siquiera de reprocharte.

Caroline le observaba con desconsuelo mientras David se disponía a continuar su largo sermón, por lo que se incorporó, venciendo su mareo, y corrió tambaleándose hasta la habitación de David, donde se encerró víctima del terror que le provocaba verle así.

Él le siguió con paso marchante, se acercó a la puerta y tomó la perilla, más al intentar girarla notó que se había encerrado con llave. Esto avivó más las llamas de su furia que parecía no tener límites. Caroline, sentada en la cama de David, con las piernas recogidas, esperaba con los ojos cerrados y una mueca de dolor el momento en que todo empezara.

Sonó el primer golpe que sacudió la puerta, entre los rayos de luz que se colaban, se veía el polvo desprendiéndose de la misma con cada sacudida que sufría a causa de los fuertes golpes con los que arremetía David.

- Sal a las buenas y todo irá bien, te lo pido. Dijo con voz alterada, en un esfuerzo sobrehumano para contener su cólera.

Ka enmudeció, mordía sus labios mientras sollozos sordos le aturdían.

Aconteció una calma repentina interrumpida por un segundo golpe que resonó en toda la casa, haciendo vibrar el piso y las ventanas.

- Te lo ruego, no me hagas entrar de esta forma. Sabes cómo terminará este asunto.

- ¡Lárgate, no quiero saber de ti! Respondió Caroline entre lamentos.

Golpeó una vez más la puerta. La madera empezaba a crujir al ceder para abrirse forzadamente.

- ¡Maldito imbécil! ¿Por qué peleas tanto? Si bien sabes que este hijo que cargamos ni siquiera es tuyo. Gritó finalmente Marion. A decir verdad ni siquiera sé de quién es, hay tantos posibles padres de este vástago que me sorprendería en realidad si llegase a ser tuyo.

David, cegado por lágrimas, se recostó en la puerta, mientras pensamientos atravesaban fugaces por su mente, cada vez más breves y centelleantes, dejaban una estela cognoscente en su dirección hacia el exterior.

Una última patada con toda su fuerza rompió el agujero donde se encontraba la perilla, saliendo a volar hasta debajo de la cama donde Caroline se encontraba, entumida, asustada y mareada.

Al abrirse la puerta, Ka soltó un alarido, y observó a David quien no se podía controlar debido a la ira que dominaba su ser. Se encontraba de pie en el marco de la puerta, con ambas manos empuñadas al punto que sus venas de los brazos se brotaban repulsivamente. Su ceño fruncido con una expresión de odio puro dio paso a la siniestra imagen que se apreciaba.

Entró dando pasos con intervalos lentos, mientras más se acercaba a donde ella se encontraba, más agudos se hacían los lamentos de Ka, quien se hallaba inmóvil, petrificada, en la misma posición en la que había permanecido todo este tiempo.

Cuando estuvo al lado de la cama, su mirada baja, inquina, se posaba sobre la existencia de Caroline, quien encontraba imposible detener su llanto en ese instante.

Un golpe seco y en extremo sonoro calló sus lamentos, la sangre de su boca empezó a fluir mientras el puño enardecido quebraba el viento posterior al certero golpe que había encajado perfectamente el rostro de Ka.

Le tomó del cabello y le arrastró consigo mientras ella gritaba y gemía por su bienestar. Todavía le era imposible sostenerse, por lo que sus piernas adoloridas revoloteaban a medida que avanzaban lentamente hacia la habitación principal.

Al llegar allí, sus ojos, irritados por el constante brote del noble líquido que expresaba su más terrible angustia, lograron denotar a Marion, recostada contra la pared en la esquina de la habitación.

- En algún momento se debía enterar, y ¿qué mejor momento que ahora?, Dijo entre carcajadas al ver cómo David continuaba golpeando maquinalmente a Caroline, mientras ella no apartaba la vista de Marion.

Finalmente vio sus puños totalmente ensangrentados, y la cara desfigurada que desde hacía un buen rato le repetía “basta”, tuvo un respiro suficiente para escupir dos o tres dientes que emergieron dolorosamente de su boca.

Ya todo se encontraba en silencio.

- Maldita puta. Inquirió David con su ira ya saciada, quien se disponía a dejar la habitación.

Antes de que pudiese colocar el primer pie fuera, escuchó de repente un lamento irrefrenable, como algo que nunca hubiese escuchado antes.

Al girar su mirada observó la cara, totalmente ensangrentada y roída por la gran cantidad de golpes que con extrema violencia fueron administrados, todavía capaz de expresar un terrible desespero y miedo, al notar que un gran flujo de sangre emergía de su sexo.

David se alertó en gran medida. Su odio se tornó en desesperación y culpa, mientras se acercaba a examinar, pero al notar dicho acercamiento, Ka se apartó de él con gran temor, esquivando cualquier contacto que pudiese tener con él.

Sin embargo no pudo continuar evadiéndole al observar una pequeña araña descender del techo, la cual apenas se posó, una gran hemorragia empezó a emerger desde su interior.

El cuerpo de Caroline, tintado por un rojo ferroso aparentaba un aspecto macabro, al no ser posible divisar siquiera una pulgada de piel sin estar cubierta por sangre.

Al lado de Marion, el cuerpo de Caroline se doblaba en inflexiones abruptas mientras alucinaba estar totalmente cubierta por arañas por lo que se retorcía y aruñaba frenéticamente. En un determinado instante, sintió una carga infinitamente pesada abandonarle. David observaba con pánico inconmensurable mientras el feto inconcluso emergía a borbotones del interior de Ka.

La mano de Marion acariciaba la cabeza de Caroline, mientras David tomaba al feto entre sus brazos, le mecía con ternura y las lágrimas inundaban su rostro.

- Eres un puto idiota, ése hijo era tuyo. Dijo Caroline antes de perder el conocimiento.



Ka fue trasladada al hospital más cercano donde su agravada condición desataría un proceso judicial contra David, a lo que ella rehusó presentar cargos en el momento en que recuperó su completa lucidez.

Su evolución fue lenta, afortunadamente no tuvieron que llevar a cabo cirugías faciales reconstructivas, pues no se vieron afectados los rasgos estéticos fundamentales de su ser.

El diagnóstico final indicaba un aparente aborto espontáneo, completo, causado por la muerte previa del feto debido a la alta fiebre sufrida por Caroline.


Se tomó como probable la alucinación de un ente externo debido a los delirios propios de la fiebre, sin embargo, en un examen posterior por parte del área de psiquiatría dictaminó que Ka sufría de un trastorno de personalidad disociativa, por lo que debería ser internada en un hospital psiquiátrico cuando su condición física mejorase.