jueves, 27 de agosto de 2015

Capítulo X (I)

LIBRO CUARTO

Principios de Invierno


I

Dos días habían pasado desde la partida de Caroline y David todavía se encontraba inconsciente en su caseta, en la misma posición en la que se había desplomado esa fatídica noche de viernes, casi sábado.

Phil, al parecer, permanecía inocente de la situación por lo que no pasó por la caseta de David al terminar el turno.

Eran las 11 de la mañana, el día estaba radiante y el sol de la tercera mañana se colaba por la ventana de la caseta. David sintió la luz cegadora en su rostro y se despertó algo desorientado. A pesar de su súbito desfallecimiento se sentía con bastante energía, pues en su desmayo había podido dormir como hacía mucho no lo hacía.

– Un largo y merecido descanso, pensó.

Cuando finalmente volvió en sí y observó su reloj notó que habían pasado 2 días, instantáneamente recogió sus pertenencias y se dirigió a su hogar al trote.

Al llegar a la casa buscó por doquier la presencia de Ka, pero al no encontrar nada más que recuerdos y melancolía, acudió al último lugar donde habría querido entrar, la habitación de Alexei.

De pie frente a la puerta, transitaban entre sus memorias los mejores momentos que había vivido con Ka, del otro lado se escuchaba nítidamente a sí mismo musitando con Caroline a cerca de su futuro, planeando cómo sería todo cuando su hijo llegase, el trabajo al que David tendría que someterse con el fin de poder brindarles una vida decente y sobre todo el amor que sentía por el ser que acarreaba el vientre de la única mujer que había amado realmente.

Acercó su cadavérica mano a la perilla de la cual emanaba una niebla grisácea lo que denotaba el frío que provenía de este elemento metálico, más al tocarla sintió como si se avivase un minúsculo fragmento de su alma.

Giró el cerrojo para activar el mecanismo de apertura, empujó suavemente y cuando la puerta se hallaba a medio abrir, un fuerte viento le empujó de vuelta y cerró con gran fuerza.

David lanzó un pequeño alarido y se apartó momentáneamente.

El estruendo del golpe permaneció resonante en su mente, mientras veía la realidad vibrar alrededor de sí. Mareado y aturdido retomó su intención y bruscamente abrió la puerta, con los ojos cerrados forzosamente debido al gran ventarrón que hallaba su camino por la ventana y se perpetuaba revoloteante dentro de la habitación.

Alcanzó la ventana y le cerró, todavía con los ojos cerrados.

Se recostó contra la ventana y cayó sentado, desde donde vislumbró el interior de la morada.

La cuna se encontraba intacta, ni el polvo ni la suciedad le habían cubierto. La pintura en las paredes se había corrido un poco, pero todavía era visible un paisaje. A pesar de haber colaborado con la decoración de esta habitación, David no lograba recordar desde cuándo estaba dicho paisaje allí, pero al acercarse observó una capa de pintura más reciente. Caroline había estado pintando recientemente un paisaje de montañas nevadas y un día cálido.

En la pared posterior se encontraban los grabados que había hecho David, una planicie de páramo llena de flores y formas de diversos colores, con tres personas acostadas sobre el césped. Al ver dicha imagen, su alma se estremeció y sus sueños revivieron momentáneamente, como un destello de luz entrando por un pequeño agujero en una caverna oscura y desolada.

Sin embargo, notó que de las tres personas, la más pequeña, Alexei, estaba tachada y la corrosión empezaba a afectar el dibujo que representaba a Caroline, más la escena del hombre que había perdido a su hijo y a su amada le desconsoló amargamente, cayendo de rodillas, gimoteó y maldijo su suerte.

Pero el recuerdo de Ka le reavivó, sabía que todavía no la había perdido del todo, pues tal y como dicen, de forma bastante acertada, “lo único que no tiene solución es la muerte”. Se incorporó y decidido a dar con su encuentro se alistó para un viaje del cual no regresaría solo.

Intuyó por la interpretación de los dibujos recientes que tomaría camino hacia el este, en busca del paisaje que buscaba plasmar en la habitación de Alexei, contando con el gran entusiasmo con el que había hablado en repetidas ocasiones del páramo de Chingaza, al este de Bogotá a donde habrían ido seguramente de no haber sido por aquél incidente.

Subió a su habitación donde sacó toda la ropa que se llevaría, sus documentos, zapatos, una carpa, cobijas y algunos elementos de aseo. Accedió a un escondite que tenía en su gran armario de roble en un cajón interno, que había descubierto en una ocasión en la que se escondía de su madre quien le buscaba para asestarle una muy merecida tunda por algún error que había cometido en su infancia, de donde sustrajo una pequeña bolsa de papel que en su interior contenía los ahorros que había almacenado desde hacía ya varios años y lo que le serviría como sustento para su viaje, más al contar el dinero, notó que tenía sólo la mitad de lo que había calculado, infirió que Ka había tomado dinero de allí para emprender su travesía.

- Hasta para huir eres descarada. Pensó mientras sonreía para sí mismo.

Tomó de otra mochila que guardaba, receloso bajo la cama, las drogas en conjunto con sus implementos de administración. Pensó en inyectarse una dosis antes de partir, pero desistió debido al contacto social al que debería exponerse, pues había optado por acudir a Phil para despedirse y preguntar de paso si conocía él algún detalle que le pudiese servir de guía para rastrear su camino.

Cuando tuvo todo listo, cargaba con una maleta enorme y en extremo pesada, con todos los elementos necesarios, y un poco más de sobra, para poder sobrevivir a la intemperie.

Antes de partir, dio un último vistazo a su morada, cerró todas las ventanas, los registros del agua y el gas y aseguró las puertas, cuando estuvo en la entrada se observó ante el reloj de piso que había visto pocos días atrás a Caroline despedirse con una sonrisa alentadora. El reloj ahora andaba y daba las 8pm, sin embargo, todavía era de día, David corroboró con su reloj que marcaba las 3:40 en la tarde.

Se apartó lentamente mientras observaba su reflejo que le acusaba feroz y vengativo, con una mirada turbada, mientras el péndulo centellaba bamboleante a un ritmo hipnótico tras su imagen.


Enfiló su caminar rumbo a la casa de Phil, quien vivía a pocas manzanas de su casa. Era una casa de fachada lujosa que sus padres, ambos muertos ya, le habían heredado como hijo único.

Su antejardín se hallaba decorado con dos árboles frutales, con pasto descuidado y algo largo, aunque debido a la época no sería necesario cortarlo debido a que el frío penetrante le quemaría para cuando el invierno enviara la cantidad de granizo necesaria para cubrirle por completo.

El camino que daba de la entrada principal a la puerta se encontraba tapizado, casi en su totalidad, por hojas secas que no habían sido recogidas durante el otoño que había finalizado hacía poco; la puerta se veía desgastada y maltratada por el clima y extraños que hasta allí llegaban con el único fin de arrojar objetos a esta puerta, pues era Phil una clase de ermitaño que se sentaba a fumar cigarro tras cigarro, junto a la ventana, viendo pasar personas frente a su hogar, de las cuales algunas le temían, sobre todo los más jóvenes.

Tocó tres veces la aldaba, la cual estaba tallada de forma que pareciese una mano sosteniendo el planeta tierra, lo que resonó fuertemente al interior de la morada.

Pasaron diez minutos, al parecer no había nadie en casa.

David, en medio de su angustia, golpeó nuevamente, ahora más fuerte y tras escuchar el ruidoso eco que produjo este burdo golpeteo, pudo percibir unos pasos que lentamente se acercaban hasta la puerta desde el interior.

- ¿Quién es?, Preguntó Phil con voz aletargada y ronca.

- Soy yo, David, ¡apresúrate a abrir!

De inmediato se escuchó un forcejeo abrupto el cual precedió a la apertura de la entrada, revelando la cara en extremo preocupada de Phil.

- ¿Has visto a Caroline?, Cuestionó David sin siquiera saludarle previamente.

- No, respondió Phil con grave acento.

- ¡Malditasea! Ha escapado hace ya dos días y no tengo idea de qué camino habrá tomado, sé que se irá de la ciudad, pero no tengo pista o rastro alguno que me guíe hacia ella.

De repente la mirada de Phil emergió con entusiasmo.

- ¡Sí le he visto!, Gritó con euforia. Me acabo de acordar que le vi abordar un autobús, de esos que toman la vía hacia el norte, saliendo por el cementerio Jardines de Paz; aunque le observé de lejos y no estoy seguro de que haya sido ella.

- ¡Gracias Phil! Ahora mismo iré tras ella.

Hubo un silencio momentáneo.

- ¿No quieres entrar a “relajarte” un rato?

David le observó interrogante.

- Pensé que habías dejado las drogas, Phil.

- “Una al año no hace daño”, Dijo mientras sonreía amigablemente.

David asintió y entró al recinto donde prepararon dos dosis y las inyectaron en acto seguido.

Estuvieron recostados en el piso de la sala, observando, perdidos, entre los destellos que emanaban del candelabro de cristal posado, colgante, sobre sus cabezas. La luz se difractaba entre las decoraciones permitiendo la visualización de tonos multicolores que se cruzaban entre sí, generando un espectáculo bastante peculiar para el deleite de los sentidos.

Más sin embargo, David no podía evitar ver por doquier el rostro de Ka, lo que le llevó, todavía con sus sentidos y percepción tergiversada, a dirigirse hacia la parada donde tomaría el autobús que muy seguramente Ka había tomado.

Se despidió suavemente de Phil, quien se encontraba todavía en remotas locaciones, aunque su cuerpo estuviera tendido en el suelo de su casa. Ante este mínimo estímulo que David hizo, Phil sólo giró un poco sus ojos y le observó con un sosiego indescriptible.

Al salir de la casa notó que sus sentidos todavía le engañaban, pues observaba cosas que, por razón y lógica, sabía que no estaban allí.

Los rostros de las personas que pasaban por su lado se desfiguraban nuevamente, como elásticos que tomaban diversas formas según las expresiones que llevasen consigo.

El asfalto se tornaba de un color púrpura oscuro, al reflejar el ocaso tardío que alcanzaba a iluminar con sus últimos destellos la calle de esta, todavía pequeña, ciudad.

Pronto estuvo a bordo del autobús que le llevaría hacia su amada, de repente escuchó como si de la lejanía se aproximara una persona expulsando palabras leves, pero nítidas.


For our innocence is lost, you were always one of those blessed with lucky sevens and a voice that made me cry”.

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