LIBRO CUARTO
Principios de Invierno
I
Dos días habían pasado desde la partida de
Caroline y David todavía se encontraba inconsciente en su caseta, en la misma
posición en la que se había desplomado esa fatídica noche de viernes, casi
sábado.
Phil, al parecer, permanecía inocente de
la situación por lo que no pasó por la caseta de David al terminar el turno.
Eran las 11 de la mañana, el día estaba
radiante y el sol de la tercera mañana se colaba por la ventana de la caseta.
David sintió la luz cegadora en su rostro y se despertó algo desorientado. A
pesar de su súbito desfallecimiento se sentía con bastante energía, pues en su
desmayo había podido dormir como hacía mucho no lo hacía.
– Un largo y merecido descanso, pensó.
Cuando finalmente volvió en sí y observó
su reloj notó que habían pasado 2 días, instantáneamente recogió sus
pertenencias y se dirigió a su hogar al trote.
Al llegar a la casa buscó por doquier la
presencia de Ka, pero al no encontrar nada más que recuerdos y melancolía,
acudió al último lugar donde habría querido entrar, la habitación de Alexei.
De pie frente a la puerta, transitaban
entre sus memorias los mejores momentos que había vivido con Ka, del otro lado
se escuchaba nítidamente a sí mismo musitando con Caroline a cerca de su
futuro, planeando cómo sería todo cuando su hijo llegase, el trabajo al que
David tendría que someterse con el fin de poder brindarles una vida decente y
sobre todo el amor que sentía por el ser que acarreaba el vientre de la única
mujer que había amado realmente.
Acercó su cadavérica mano a la perilla de
la cual emanaba una niebla grisácea lo que denotaba el frío que provenía de
este elemento metálico, más al tocarla sintió como si se avivase un minúsculo
fragmento de su alma.
Giró el cerrojo para activar el mecanismo
de apertura, empujó suavemente y cuando la puerta se hallaba a medio abrir, un
fuerte viento le empujó de vuelta y cerró con gran fuerza.
David lanzó un pequeño alarido y se apartó
momentáneamente.
El estruendo del golpe permaneció
resonante en su mente, mientras veía la realidad vibrar alrededor de sí. Mareado
y aturdido retomó su intención y bruscamente abrió la puerta, con los ojos
cerrados forzosamente debido al gran ventarrón que hallaba su camino por la
ventana y se perpetuaba revoloteante dentro de la habitación.
Alcanzó la ventana y le cerró, todavía con
los ojos cerrados.
Se recostó contra la ventana y cayó sentado,
desde donde vislumbró el interior de la morada.
La cuna se encontraba intacta, ni el polvo
ni la suciedad le habían cubierto. La pintura en las paredes se había corrido
un poco, pero todavía era visible un paisaje. A pesar de haber colaborado con
la decoración de esta habitación, David no lograba recordar desde cuándo estaba
dicho paisaje allí, pero al acercarse observó una capa de pintura más reciente.
Caroline había estado pintando recientemente un paisaje de montañas nevadas y
un día cálido.
En la pared posterior se encontraban los
grabados que había hecho David, una planicie de páramo llena de flores y formas
de diversos colores, con tres personas acostadas sobre el césped. Al ver dicha
imagen, su alma se estremeció y sus sueños revivieron momentáneamente, como un
destello de luz entrando por un pequeño agujero en una caverna oscura y
desolada.
Sin embargo, notó que de las tres personas,
la más pequeña, Alexei, estaba tachada y la corrosión empezaba a afectar el dibujo
que representaba a Caroline, más la escena del hombre que había perdido a su
hijo y a su amada le desconsoló amargamente, cayendo de rodillas, gimoteó y
maldijo su suerte.
Pero el recuerdo de Ka le reavivó, sabía
que todavía no la había perdido del todo, pues tal y como dicen, de forma
bastante acertada, “lo único que no tiene solución es la muerte”. Se incorporó
y decidido a dar con su encuentro se alistó para un viaje del cual no
regresaría solo.
Intuyó por la interpretación de los
dibujos recientes que tomaría camino hacia el este, en busca del paisaje que
buscaba plasmar en la habitación de Alexei, contando con el gran entusiasmo con
el que había hablado en repetidas ocasiones del páramo de Chingaza, al este de
Bogotá a donde habrían ido seguramente de no haber sido por aquél incidente.
Subió a su habitación donde sacó toda la
ropa que se llevaría, sus documentos, zapatos, una carpa, cobijas y algunos
elementos de aseo. Accedió a un escondite que tenía en su gran armario de roble
en un cajón interno, que había descubierto en una ocasión en la que se escondía
de su madre quien le buscaba para asestarle una muy merecida tunda por algún
error que había cometido en su infancia, de donde sustrajo una pequeña bolsa de
papel que en su interior contenía los ahorros que había almacenado desde hacía
ya varios años y lo que le serviría como sustento para su viaje, más al contar
el dinero, notó que tenía sólo la mitad de lo que había calculado, infirió que
Ka había tomado dinero de allí para emprender su travesía.
- Hasta para huir eres descarada. Pensó
mientras sonreía para sí mismo.
Tomó de otra mochila que guardaba,
receloso bajo la cama, las drogas en conjunto con sus implementos de
administración. Pensó en inyectarse una dosis antes de partir, pero desistió
debido al contacto social al que debería exponerse, pues había optado por
acudir a Phil para despedirse y preguntar de paso si conocía él algún detalle
que le pudiese servir de guía para rastrear su camino.
Cuando tuvo todo listo, cargaba con una
maleta enorme y en extremo pesada, con todos los elementos necesarios, y un
poco más de sobra, para poder sobrevivir a la intemperie.
Antes de partir, dio un último vistazo a
su morada, cerró todas las ventanas, los registros del agua y el gas y aseguró
las puertas, cuando estuvo en la entrada se observó ante el reloj de piso que
había visto pocos días atrás a Caroline despedirse con una sonrisa alentadora.
El reloj ahora andaba y daba las 8pm, sin embargo, todavía era de día, David
corroboró con su reloj que marcaba las 3:40 en la tarde.
Se apartó lentamente mientras observaba su
reflejo que le acusaba feroz y vengativo, con una mirada turbada, mientras el
péndulo centellaba bamboleante a un ritmo hipnótico tras su imagen.
Enfiló su caminar rumbo a la casa de Phil,
quien vivía a pocas manzanas de su casa. Era una casa de fachada lujosa que sus
padres, ambos muertos ya, le habían heredado como hijo único.
Su antejardín se hallaba decorado con dos
árboles frutales, con pasto descuidado y algo largo, aunque debido a la época
no sería necesario cortarlo debido a que el frío penetrante le quemaría para cuando
el invierno enviara la cantidad de granizo necesaria para cubrirle por completo.
El camino que daba de la entrada principal
a la puerta se encontraba tapizado, casi en su totalidad, por hojas secas que
no habían sido recogidas durante el otoño que había finalizado hacía poco; la
puerta se veía desgastada y maltratada por el clima y extraños que hasta allí
llegaban con el único fin de arrojar objetos a esta puerta, pues era Phil una clase
de ermitaño que se sentaba a fumar cigarro tras cigarro, junto a la ventana,
viendo pasar personas frente a su hogar, de las cuales algunas le temían, sobre
todo los más jóvenes.
Tocó tres veces la aldaba, la cual estaba
tallada de forma que pareciese una mano sosteniendo el planeta tierra, lo que
resonó fuertemente al interior de la morada.
Pasaron diez minutos, al parecer no había
nadie en casa.
David, en medio de su angustia, golpeó
nuevamente, ahora más fuerte y tras escuchar el ruidoso eco que produjo este
burdo golpeteo, pudo percibir unos pasos que lentamente se acercaban hasta la
puerta desde el interior.
- ¿Quién es?, Preguntó Phil con voz
aletargada y ronca.
- Soy yo, David, ¡apresúrate a abrir!
De inmediato se escuchó un forcejeo
abrupto el cual precedió a la apertura de la entrada, revelando la cara en
extremo preocupada de Phil.
- ¿Has visto a Caroline?, Cuestionó David
sin siquiera saludarle previamente.
- No, respondió Phil con grave acento.
- ¡Malditasea! Ha escapado hace ya dos
días y no tengo idea de qué camino habrá tomado, sé que se irá de la ciudad,
pero no tengo pista o rastro alguno que me guíe hacia ella.
De repente la mirada de Phil emergió con
entusiasmo.
- ¡Sí le he visto!, Gritó con euforia. Me
acabo de acordar que le vi abordar un autobús, de esos que toman la vía hacia
el norte, saliendo por el cementerio Jardines de Paz; aunque le observé de
lejos y no estoy seguro de que haya sido ella.
- ¡Gracias Phil! Ahora mismo iré tras
ella.
Hubo un silencio momentáneo.
- ¿No quieres entrar a “relajarte” un
rato?
David le observó interrogante.
- Pensé que habías dejado las drogas,
Phil.
- “Una al año no hace daño”, Dijo mientras
sonreía amigablemente.
David asintió y entró al recinto donde
prepararon dos dosis y las inyectaron en acto seguido.
Estuvieron recostados en el piso de la
sala, observando, perdidos, entre los destellos que emanaban del candelabro de
cristal posado, colgante, sobre sus cabezas. La luz se difractaba entre las
decoraciones permitiendo la visualización de tonos multicolores que se cruzaban
entre sí, generando un espectáculo bastante peculiar para el deleite de los
sentidos.
Más sin embargo, David no podía evitar ver
por doquier el rostro de Ka, lo que le llevó, todavía con sus sentidos y
percepción tergiversada, a dirigirse hacia la parada donde tomaría el autobús
que muy seguramente Ka había tomado.
Se despidió suavemente de Phil, quien se
encontraba todavía en remotas locaciones, aunque su cuerpo estuviera tendido en
el suelo de su casa. Ante este mínimo estímulo que David hizo, Phil sólo giró
un poco sus ojos y le observó con un sosiego indescriptible.
Al salir de la casa notó que sus sentidos
todavía le engañaban, pues observaba cosas que, por razón y lógica, sabía que
no estaban allí.
Los rostros de las personas que pasaban
por su lado se desfiguraban nuevamente, como elásticos que tomaban diversas
formas según las expresiones que llevasen consigo.
El asfalto se tornaba de un color púrpura
oscuro, al reflejar el ocaso tardío que alcanzaba a iluminar con sus últimos
destellos la calle de esta, todavía pequeña, ciudad.
Pronto estuvo a bordo del autobús que le
llevaría hacia su amada, de repente escuchó como si de la lejanía se aproximara
una persona expulsando palabras leves, pero nítidas.
“For
our innocence is lost, you were always one of those blessed with lucky sevens
and a voice that made me cry”.
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