jueves, 30 de julio de 2015

Capítulo VII (III)

III

<<Miércoles, 13 de Septiembre, 1995

Elissa hasta ahora se ha enterado de la muerte de Jorge un paciente con un autismo severo que falleció hacía algunos meses.

La estadía en este hospital, ya más profundamente, me ha hecho reflexionar acerca de temas filosóficos inconexos que me han hecho crecer bastante. Entre estos encuentro el caso de la “hermana” de Jorge, Natasia.

El caso de Natasia es bastante complejo, es una mujer de unos 24 años, aproximadamente, quien nació sin los sentidos del habla, la escucha ni la vista, lo que le dificulta en extremo la comunicación con otras personas y el aprendizaje de nuevas cosas.

Tan grandes son las limitaciones que esta mujer experimenta, que a la edad que tiene actualmente, sólo ha aprendido lo que un niño de 7 años sabría, lo que causa una gran impresión sobre la condición de un ser humano, y sobre todo el desamparo al que fue sometida desde sus primeros días.

Natasia nació en un hospital del norte. Su padre murió antes de su nacimiento y su madre la abandonó en un hospital psiquiátrico, aconsejada por varios médicos quienes le infundieron una idea sumamente exagerada a cerca de lo que podría ser la crianza de un ser en tal condición. Desde entonces no ha tenido hogar y ha venido siendo trasladada a centros que se puedan ocupar de su instrucción, pero debido a la falta de responsabilidad por parte de su madre, ha sido rechazada en muchas instituciones.

A veces me gustaría poder enseñarle a escribir para que pudiese exteriorizar todo lo que ha pasado a través de su vida, de tan sólo imaginar qué clase de pensamientos puedan atravesar la mente de una persona así, me genera escalofríos.


El doctor Woodcock me ha avisado hoy que David ha llamado, anunció que vendrá a visitarme mañana, ¡tengo tantas ganas de verle! Pero últimamente el insomnio no me deja pasar tranquilas noches.

Desearía poder dormir lo que queda de la noche para que al despertar le viese y pudiese abrazarle y besarle.

¡Cuánta falta me has hecho!

Los días han pasado largos y etéreos a mi percepción. No me siento distinta a como me encontraba en casa. Bueno, sí, la única diferencia es que aquí estoy encerrada sin poder salir. Los medicamentos que me han dado según el diagnóstico con el que concluyeron, sólo me atontan y reducen mis capacidades casi hasta el atrofio aunque “padezco” intervalos de lucidez en los que aprovecho para escribir, como en este instante o para socializar fraternalmente con Elissa.

…¡Oh, Elissa!

Es increíble cómo en mi vida diaria interactuaba con personas comunes, algo mediocres, que no tenían mayor pensamiento aparte de lo impuesto por los medios y la cultura basura de las comidas rápidas. Ahora que tengo la oportunidad de conversar con Elissa empiezo a preguntarme si ella en realidad sufre de algún trastorno, pues cuando hablamos su comportamiento es totalmente normal, dentro de los parámetros sociales. Sin embargo, muchas de sus ideas, las cuales algunas son algo descabelladas, me han impactado profundamente, su educación, a pesar de que es algo corta, ha sido bien aprovechada, le gusta mucho la lectura y conoce sobre temas trascendentales como filosofía, música y literatura universal. Es bastante audaz e ingeniosa, me gustaría parecerme un poco a ella en algunos aspectos, porque, como todo ser humano, también posee defectos, a veces es algo imprudente y no mide algunas de sus acciones que puedan tener consecuencias graves.

Varias veces se ha metido en problemas debido a esto y los castigos han sido severos.

Ya son las 8… pronto apagarán las luces y voy sintiendo el llamado a los brazos de Morfeo, intentaré dormir lo más posible, pues hacía mucho tiempo no esperaba el mañana con tanta ansiedad.>>

Esa noche, Caroline buscó el descanso, pero al no poder hallarlo, estuvo silenciosa en la penumbra maquinando pensamientos impuros con respecto a su situación y con respecto a David. Ella le amaba, pero había algo en su inconsciente, tal vez en su contraparte, que continuamente le cuestionaba su actuar, pues los hechos que habían ocurrido, hasta ese instante, eran “pruebas” inéditas de que su amor no era correspondido, más, inevitablemente, Ka, continuaba engañándose a sí misma a cerca de esta condición lo que le cargaba emocionalmente y la incertidumbre de los sucesos que acontecerían al día siguiente empezaron a carcomer su alma.

Estuvo en vigilia hasta entradas las horas de la madrugada, cambiándose de posición con el fin de poder divisar la luna, en cuarto menguante, que se colaba por la pequeñísima, y única, ventana de su sitio de reposo.

Su cuerpo reflejaba la luz de la luna, desnuda se posó bajo los rayos caucásicos que iluminaban su melancólica existencia. Cuando finalmente sintió deseos de dormir, se vistió nuevamente y tendió su humanidad acechada por ideas que revoloteaban por doquier en los sinfines de la habitación.


A la mañana siguiente, seres lujuriosos le despertaron bruscamente; babeantes, observaban con deseo su ser, a lo que ella respondía con la más fría mirada de desprecio.

Tomó una ducha congelada, lo que le espabiló inmediatamente, pues el agua le hacía tiritar por su glacial temperatura. Entumecida, se dirigió al comedor, donde les sirvieron huevos mal cocidos y chocolate en agua, lo que devoró con bestial apetito.

Se hallaba, más que impaciente, distante, pues no sabía a ciencia cierta a qué horas el altavoz anunciaría la llegada de tan esperado ser. Mientras tanto, Elissa le acompañaba, le relataba por quinceava vez la historia de cuando estuvo de vacaciones en Indonesia. Caroline era bastante tímida como para pedirle que se detuviese, pues finalmente no tenía nada más que hacer, aunque se supiera de memoria la historia que su interlocutora repetía en ocasiones de ocio extremo. Algunas veces inventaba variaciones de este relato, con trazos de fantasía perceptibles a simple vista, lo que dejaba por sentado la añoranza de realizar viajes, los cuales resultaban imposibles de llevar a cabo mientras estuviese aprisionada en tan desdichado recinto.

Fue el almuerzo y todavía no se había anunciado la llegada de David; entre más tiempo pasaba, más prestaba atención a lo que Marion le susurraba maléficamente al oído.

Al atardecer, sus esperanzas continuaban en pie, algo debilitadas por la larga espera que le habían hecho pasar, pero creía, o intentaba creer, con toda seguridad, que él vendría a verle. Estuvo sola en el césped del claustro, recostada, observando las nubes pasar, divisando formas inherentes y fantaseando sobre su futuro incierto.

Acompañó a Natasia, como lo hacía ciertos días a la semana, intentando enseñarle diferentes conceptos, pero le resultaba bastante engorroso, pues su percepción era totalmente distinta que la de un ser humano en todas sus facultades.

El ocaso se hacía cada vez más próximo y hasta el momento no se habían dado señales de David, Caroline se dirigía disgustada y cabizbaja hacia su habitación donde entrañaría sus peores pensamientos y como si hubiesen adivinado sus intenciones, de pronto el altavoz hizo su llamado: aquél que había estado esperando.

*Caroline, tienes visita*

Su corazón sintió un gran alivio. – Como siempre llegando tarde. Pensó en tono agridulce.

Al llegar a la recepción vió al Dr. Woodcock hablando con David. Su aspecto era infausto. Las ropas que traía estaban sucias y rotas, su cara se encontraba mucho más delgada que de costumbre y la sonrisa que emergió de sí al ver a Ka era dolorosa.

Caroline corrió y le abrazó fuertemente. – ¿Dónde habías estado?

- Trabajando, este hospital me resulta bastante caro, y tú lo sabes. Pero, ¿cómo has estado, cómo te sientes?, Preguntó mientras su voz se tambaleaba.

- Bien… Me has hecho mucha falta. No te imaginas lo que he pasado aquí, ¡ven! Te contaré todo.

- La verdad es que no puedo demorar demasiado, mi segundo trabajo me espera y no estoy nada cerca de allí.

Caroline soltó un suspiro profundo mientras David no apartaba la mirada de ella.

- ¿Sabes? He estado pasando las noches libres en el cuarto de Alexander.

- ¿Acaso? ¿Qué ocurre allí?, Preguntó Marion disgustada.

- Nada, sólo… me dejo llevar por pensamientos y cuando me doy cuenta, me encuentro recostado al lado de su cuna.

- ¡Deja de ser tan infantil! ¡Él ya no está y nunca volverá! Gritó de repente.

David agachó su cabeza y gimió levemente, intentando no dejar escapar las lágrimas que le acompañaban desde hacía muchas semanas.

- Me voy. Dijo de súbito, a lo que Marion respondió altiva:

- ¡Eso! ¡Lárgate y déjanos tiradas como siempre haces! Esta chiquilla no hace más que pensar en ti, me tiene hastiada con su melosería empalagante, cuando de ti se trata. Lo mejor sería que dejases de alimentar esa ilusión que ella ha construido de lo que sólo son mentiras enmarañadas con las que intenta tapar tu egoísmo.

- ¿¡Dejarlas tiradas!? ¿Acaso comprendes lo que me estás diciendo? Trabajo día y noche para pagarte este maldito antro y ¿es así como me respondes? No digas cosas que de las que te puedas arrepentir.

Dijo ya bastante sulfurado.

- ¡No te olvides que cuando más te necesitábamos estabas pudriéndote en las drogas! Les amabas más que a nosotras, y sólo fuimos un reemplazo mientras estuvimos cargando con tu vástago.

De repente sonó un golpe seco.

David había abofeteado a Marion y su rostro empezaba a enrojecerse por la severidad del golpe. Su mirada iracunda le penetraba, mientras que ella continuaba con su rostro girado.

- Perdóname. Dijo Ka, finalmente. Todavía siente mucho rencor hacia ti, pero sólo he de culparme a mí misma por dejarme convencer de sus bífidos comentarios. Hasta algún punto han de tener razón, ¿no crees?

Hubo un corto silencio.

- Procura no meterte en problemas. Habiendo dicho esto dio media vuelta y se marchó de allí.

Marion, iracunda, se dirigió a la habitación. Gritaba y gemía con desesperación, mientras Caroline, internamente, buscaba la calma del enardecido ser.

La gran rabieta le desgastó en sobremanera, cayendo inconsciente tras un largo período de alaridos y contorsiones indecibles. 

Al despertar, Marion escuchó la voz de Caroline que le decía – Ahora sí pareces una puta loca, finalmente el lugar te ha afectado.

Todavía estaba oscuro, era de madrugada.


David se despertaba en su caseta, últimamente había podido dormir, pues su insomnio desaparecía tras un largo período de estupefacción y sosiego generado por la heroína. A pesar de su pesado dormitar, entre sueños le surgían visiones atormentadoras, veía a su hijo a su lado, y a su mujer del otro.

Se reacomodó para estirarse mientras removía de encima de sí las gruesas cobijas que le cubrían con un cálido abrazo. El sol empezaba a colorear el horizonte con tonos violeta y naranja.

Tocaron a su puerta suavemente.

Era Phil, quien le hacía señas para irse de allí con prontitud.

David se incorporó y organizó la caseta de forma rápida, mientras Phil prendía un cigarro en señal de espera.

- Estás vuelto mierda. Dijo Phil de repente. Indicando con sus dedos la flaqueza de rostro y la notoria pérdida de masa en todo su cuerpo. – Debes recuperarte pronto o terminarás muriendo de pena moral.
David se detuvo de lo que estaba haciendo momentáneamente y sin voltear a mirarle respondió – Justamente eso es lo que más temo. Habiendo dicho esto reanudó su labor y antes de que Phil pudiese acabar su cigarro, ya había cerrado la caseta con llave y se disponía a tomar rumbo hacia su casa, en la cual ya no encontraba un hogar, sino un recinto, una prisión para su ser.

Ya los primeros rayos de sol tocaban las copas de los árboles más altos. Phil continuaba fumando un cigarro tras otro, como si se encontrara desesperado por ver el paquete vacío, mientras David andaba a paso firme con la mirada en el suelo, recorriendo pasadizos internos en busca de las respuestas que dieran fin a su melancolía.

Al llegar a la casa de David, Phil se despidió amablemente y antes de retirarse le advirtió – Todo este asunto te tiene mal, y me parece que como lo estás enfrentando es bastante errado. Pero, ¿Quién soy yo para juzgar? En fin, si necesitas hablar con alguien no dudes en acudir a mí.

David asintió y acto seguido se sumergió en su prisión; instintivamente regresó a la habitación de Alexander.

No había comido nada desde el almuerzo del día anterior. Sus venas ansiaban el líquido profano que lo llevaría a viajes lejanos, fantasiosos e irreales.

Hacía poco había comprado una silla mecedora, en la que se sentaba a observar la cuna vacía y las pinturas en las paredes, tan llenas de recuerdos y sentimientos que su corazón agobiado intentaba contener.

Se irguió en un arrebato de conciencia y se dirigió hacia la salida de la casa, pero antes de alcanzar la puerta escuchó sollozos provenientes del cuarto de Ka.

- ¡Vamos, deja de jugarme malas pasadas! Ya tengo suficiente con todo lo que está sucediendo. Pensó, pero al escuchar nuevamente el llanto, ahora más nítido, se dirigió expectante a esta habitación.

Al llegar allí observó un pequeño bulto sobre la cama.

Cayó de rodillas y quebrantado gimió – ¿Por qué juegas conmigo? Estoy consciente que allí no hay nada, pero aun así logro escuchar un pequeño niño llorar y veo este lastimero manojo de cobijas. ¡Maldita seas, DETENTE!

Huyó de allí sin siquiera cerrar la puerta de la casa tras de sí.

Se encontraba aturdido, caminaba con poco equilibrio, tambaleándose. Chocaba con los demás transeúntes que por allí pasaban, quienes le empujaban o simplemente giraban su cabeza y le dirigían una mirada fugaz aunque llena de odio.

En sus andares notó cómo el cielo se oscurecía a causa de nubes opulentas de agua evaporada que pronto sería arrojada a la superficie de la tierra.

Al llegar a un semáforo tuvo que apoyarse en un poste para no caer al suelo. Las personas ya ni le determinaban, y el semáforo con sus luces burlonas mostraban un hombre en rojo, apagado y sangrante. En un instante observó cómo las farolas sangraban, emanaba una sustancia viscosa y maloliente, la cual era lavada por las gotas que recién anunciaban un aguacero.

Al cambiar de señal y pasar a una persona en verde, todo se esclareció. Atravesó la calle y se dirigió a un callejón oscuro donde se tendió sobre papel periódico. Sus ropas harapientas hacían juego con el escenario en el cual era pasado por pordiosero.

De pronto empezó a llover más duro. Las gotas golpeaban con gran ímpetu toda superficie sobre la que caían. David, entre el papel vio cómo más adentro del callejón se acrecentaban charcos de forma caudalosa y violenta, pues entre mayor era la superficie del charco, más gotas caían dentro de él.

Estuvo entonces bajo la lluvia, ya totalmente lavado, divisando el charco que ya casi le alcanzaba, pues había inundado aquél callejón. Observó entonces un destello azul en el medio del charco lo que le causó gran impresión. Pensó que había sido el reflejo de un trueno, aguzó el oído pero no pudo percibir el estallido del mismo contra la tierra, al divisar aquél destello por segunda vez, más pronunciadamente, se acercó hacia el charco, el cual aumentaba su profundidad a medida que se adentraba en él. Al estar en la mitad del callejón se vio cubierto por el agua hasta más arriba de las rodillas. Indeciso se detuvo un instante, más su curiosidad era mayor y la intriga palpitaba cada vez más fuerte.

Continuó adentrándose y casi llegando al final, donde el agua le llegaba al cuello, pudo notar un enorme hueco que daba desde donde se encontraba hasta la pared donde acababa el callejón. Se sumergió totalmente e intentó divisar el fondo de este profundo manantial escondido entre los muros de una ciudad ruinosa y acelerada.

Al no poder encontrar el fondo decidió subir a la superficie una vez más. Tomó una bocanada de aire y notó que debajo de sí, desde la profundidad emergía una luz, tenue pero nítida.

Decidido, se zambulló una vez más y empezó su descenso, después de pasar la capa de asfalto, la cavidad se ensanchaba, pero sin poder divisar un fondo, continuó nadando hacia la luz que a cada brazada se tornaba más clara.

Hacía rato había pasado el punto de no retorno, aquél en el que todavía es posible regresar a la superficie, el aire se escapaba de sus pulmones y su agotamiento indicaba un final próximo, pero se encontraba ahora más cerca que nunca de la luz. Un sentimiento acogedor que le irradiaba esta luz le permitía continuar descendiendo.

Faltando poco para poder alcanzar el punto de donde emergía dicha luz sintió el último ápice de aire escapar de sí.

- Finalmente, he muerto. Pensó con sosiego, guarecido por la calma que le proporcionaba la cercanía de dicha luz.

Sentía como el líquido neutro llenaba sus pulmones lentamente, mientras flotaba inerte, esperando que su sistema dejase de funcionar.

Cerró sus ojos por última vez. Más sintió la necesidad con afán inherente de volver en sí.
Al abrir los ojos se encontraba nuevamente sentado en la silla mecedora, en el cuarto de Alexander.
El sol se encontraba cercano al ocaso y en su mano derecha sostenía todavía la jeringa con la que había inyectado el analgésico opioide.

Se alistó nuevamente y sin probar bocado salió de su casa hacia la caseta donde empezaría nuevamente este ciclo repetitivo, tambaleante entre la realidad y los macabros espejismos que se irían revelando a medida que incurriera más en este hábito.


Pasaron algunas semanas sin mayor acontecimiento, Caroline continuaba su rutina usual en el hospital. Había acrecentado la compañía que brindaba a Natasia, a quien ya le reconocía y le había dado la confianza suficiente como para llegar a congeniar en algunos asuntos, sin embargo, la comunicación era, de todas formas, bastante complicada.

Elissa seguía inventando historias y leyendo cuentos fantásticos que le transportaran a aventuras fuera de sí, lo que alimentaba sus constantes anhelos de viajar.

Marion se presentaba ocasionalmente, únicamente por ocio, y conversaba con personas cuyos malestares eran mucho más complejos como forma de matar el tiempo. También mostraba algo de interés en el tema de la psiquiatría, pues últimamente había venido sufriendo de prolongadas crisis existenciales, imperceptibles para Caroline, pero que de todas formas alcanzaba a afectar de un modo u otro su estado anímico.


<<Lunes, 3 de Octubre, 1995

Es casi media noche y no puedo conciliar el sueño, tal vez sea por el mes, nunca me gustó octubre, hay algo feo en ésta época del año.

Desde hace dos noches vengo escuchando un bebé llorar, a pesar que esta institución no cuenta con una sección de pediatría, no le he comentado a nadie. Marion ahora se cree psicoanalista, desde que ha estado leyendo acerca del tema, me dice que lo que escucho es una proyección del deseo de tener un hijo, el cual me fue arrebatado, y según los traumas que esto generó, podría estar ocurriendo esto; hasta cierto punto puede que tenga razón, pero ¿desde qué se fundamenta para dictaminarme? Ja! Me causa una gracia infinita que mi pseudopersonalidad tenga el descaro de analizarme, sabiendo que ella, muy seguramente, sea el ejemplo más notorio de mis desvaríos, cosa que he tenido oportunidad de decirle pero que ignora y continúa en su rol de analista, aunque creo que lo hace, más que todo, para matar el tedio de la inactividad.

También he tenido varios sueños algo perturbadores, en uno de ellos me encontraba tras un biombo traslúcido y muchas personas se acercaban del otro lado, más sus ojos parecían linternas de colores fosforescentes y mientras más aguzaba la vista, más linternas aparecían del otro lado y cuando el biombo estuvo totalmente iluminado desperté algo agitada en mi habitación, pero había algo que no era del todo normal, todo se veía más gris y apagado. Salí de mi habitación y el reloj del pasillo se había detenido al marcar las 3, no sé por qué pero sentí una necesidad casi vital de pasar por donde se encontraba el cuarto donde residía Jorge, fue entonces cuando le vi, en el suelo boca arriba con fluidos, espumosos, blancuzcos, brotando de sus orificios nasales. En su agonía apuntó su dedo hacia la pared que tenía en frente, donde divisé una imagen de un ser antropomorfo, pero sus órganos sensoriales se hallaban externos a sí y se conectaban con el cuerpo a través de pesados grilletes y cadenas. Tal vez era la concepción que su experiencia con Natasia le había hecho desarrollar… o, al menos, así lo inferí.

Después de ver detenidamente esta escena, volví a despertar. Esta vez sí me aseguré que estuviera del todo despierta y que mi realidad no se tergiversaría, hasta me atreví a preguntarle a un buitre qué día y hora eran, más el me vio con un gesto de extrañeza, algo jocoso, desde mi perspectiva, sin embargo me respondió acertadamente.

Maldita sea, allí está de nuevo ese mocoso llorando, cada vez se escucha más cerca, anoche estaba a 6 puertas, donde se encuentra la habitación de Elissa, ahora, según calculo, debe estar en el cuarto donde murió Jorge.

He tenido en la mente a David, bueno, más de lo usual. Me pregunto si estará bien… si me habrá olvidado o… ¿superado? Esta última idea me carcome, me desespera y me lleva a un punto de desequilibrio donde no me hallo, pues me fastidia el hecho mismo de existir, el pensamiento se torna una carga tan pesada que anhelo el descanso eterno para poder evitar los procesos mentales que me conducen a maquinar los mismos.

En cuanto a Natasia, las últimas semanas nos hemos podido comunicar ya más fluidamente. Me ha hecho saber con respecto a temas bastante avanzados en cuanto a la percepción y el conocimiento.

Según lo que le he entendido, para ella, el mundo real (exterior a sí) es percibido por obra y gracia de nuestros sentidos, más al tener la privación de los mismos no se puede descartar la teoría de que el mundo, tal y como lo percibimos, es algo netamente interno, puesto que el cerebro asigna ciertas características a los objetos con los que interactuamos, es por esto que lo que suponemos percibir es, realmente, lo que nuestra mente interpreta de los estímulos que recibimos, por lo que no vemos el mundo como es en realidad sino como la interpretación de los sentidos nos lo muestra.

Hemos sostenido una larga discusión sobre este tema y me ha resultado muy edificante.

También me ha comentado que en las noches, cuando ya todo está en calma, viene un ente a visitarle, le ha permitido tocar su rostro. Es un muchacho algo corto de estatura, muy bien parecido, de pómulos finos y mentón perfecto, con grandes ojos y cejas pobladas, de cabello lacio, suave y largo, con una nariz respingada y una cicatriz en la frente. He intentado identificar quién es, pero no he visto a nadie parecido en este sitio. ¿Tal vez sea un buitre?

Me dice que es muy noble y cariñoso con ella, que le abraza y se recuesta en su regazo para que le acaricie, también le ha besado una única vez. Su beso, sabor a chocolate, fue el primero que ella ha probado en su vida.

¡Maldito chiquillo, se ha parado a llorar frente a mi puerta! No sé qué tanto pueda soportar esto, intentaré dormir para no escucharle.

Pero antes de esto, aunque me alegra que Natasia esté viendo a alguien, me preocupa un poco que pueda resultar herida pues veo que ha empezado a tomarle un gran aprecio a esta persona, lo he visto en sus ojos, aunque inservibles para su función natural, destellan un brillo inusual entre su tono gris verdoso cuando habla de él.


¡Finalmente se ha callado! Me dormiré antes de que empiece a llorar de nuevo.>>

jueves, 23 de julio de 2015

Capítulo VI (IV)

IV

Caroline se encontraba, una vez más en aquél consultorio aséptico y monocromático. Observaba su reflejo en los lentes de su tratante quien le mostraba imágenes según dictamina el test de Rorschach. Al terminar de observar las diversas pictografías, a las cuales respondía mintiendo, pues lo que veía en aquellas ilustraciones le era muy similar a órganos expuestos y amputados o salpicaduras de sangre.

Se puso en marcha una grabadora mientras el médico  se disponía a hacerle una serie de preguntas.
Todo el consultorio se encontraba en un silencio sepulcral, lo único que se escuchaba era el funcionamiento de la grabadora y el lápiz chocando contra el papel que el doctor Woodcock usaba para llevar sus anotaciones.

- ¿Con quién estoy hablando?

- Con Caroline.

- ¿Cómo estás Caroline? ¿Cómo te sientes hoy?

- Bien, algo aturdida por los medicamentos, pero nada fuera de lo usual.

Woodcock escribía en profundo detalle todo cuanto le fuese imposible percibir al escuchar la cinta.
- ¿Marion ha venido a visitarte?

La mirada aletargada de Ka perdió su calma.

- No. Respondió de forma seca y concisa. Instantáneamente apartó su mirada esquiva de los ojos del doctor, quien notó este minúsculo gesto y procedió a anotarlo de inmediato en su cuadernillo.

- ¡Perfecto! Hoy continuaremos con lo que me venías contando la sesión pasada. La cúspide de tu relato. Le miró de reojo y con malicia. Ayúdame a hacer memoria, ¿en qué nos habíamos quedado?

Caroline empezó a agitarse, sus manos revoloteaban por doquier y su boca repetía palabras involuntariamente mudas, sin dejar escapar un ápice de aire.

- ¡Ah, sí! En tu reciente embarazo. ¿Qué sucedió cuando recibiste la noticia? ¿Cómo te sentiste en ese instante… lo  puedes recordar?

Sus ojos retomaron cierto sosiego mientras suspiraba anhelante. –Eran  los primeros días de febrero y tenía una cita con el médico, pues desde hacía casi una semana que no me sentía del todo bien. Era de noche. Fui sola por que David no había podido asistir, ya que se había quedado después del trabajo para irse de juerga con sus amigos.

- ¿Solía él dejarte sola por períodos muy extensos?, Interrumpió Woodcock.

- No, dijo dubitativamente e hizo una pausa. Bueno, tal vez. Muchas de sus ausencias se daban cuando yo también me encontraba ausente, si sabe a lo que me refiero.

- Sí, pero no quiero que estos asuntos entren en discusión en este momento. Por favor, continúa.

Caroline hizo un gesto de disgusto y prosiguió. – Esa noche llegué particularmente temprano. Estuve un tiempo en una sala de espera, algo pequeña y desordenada. Había revistas regadas por doquier, como era de esperarse para las últimas horas de atención en los consultorios.

Después de aguardar por unos minutos, la doctora Olive me hizo seguir a su consultorio. Le noté exhausta y algo temblorosa por la masiva cantidad de café que había ingerido este peculiar día.

Me hizo las preguntas de rutina, me examinó y mientras tanto le iba comentando cómo me sentía y los malestares que me aquejaban. Ella conocía mi condición. Me palpó el vientre y de pronto se quedó estupefacta.

- ¿Hace cuánto vienes teniendo estos síntomas?, Me preguntó con un tono de asombro.

Le respondí que hacía varias semanas, pero hasta hacía relativamente poco tiempo, se habían agravado.

Me lanzó una mirada extraña, sus facciones se tornaron inquietantes y su cara se cubrió de una mueca burlona.

- Estás embarazada. Dijo de repente, mientras una sonrisa nerviosa se esbozaba de sus labios resecos.
Todo lo que venía sintiendo de repente desapareció y mi cuerpo se heló. Sentí escalofríos y mis pies se entumieron.

- Tienes ocho semanas de embarazo.

Al regresar a la casa, vi que David no había llegado todavía. Eran las 11 pasadas. Estaba ansiosa por contarle lo que me había ocurrido y me senté a esperar su llegada. De regreso había pasado por una librería y compré un par de libros sobre maternidad, los cuales leí mientras esperaba impaciente.

Finalmente, cuando amaneció, David llegó. Venía borracho, casi inconsciente, y sin siquiera decir hola, se lanzó sobre el sofá y quedó allí rendido. Le miré de reojo y me dirigí a la cama, pues sabía que él no despertaría hasta las horas de la tarde, como era usual.

Woodcock, sin poder esperar a la continuación del relato preguntó inquieto. ¿Y David, cómo tomó esta noticia?

Caroline sonrió levemente.

- Tardó un poco en asimilarlo, pues esto fue algo muy inesperado, y él todavía recaía en sus vicios debido a la desesperación y la incomprensión de su situación, ya que tras fracasar en repetidos intentos por tener un hijo, y recibir los diagnósticos de infertilidad, su espíritu se había quebrantado y su voluntad se había desvanecido.

El doctor Woodcock asintió con la cabeza y anotó dos detalles.

- Dicha noticia le causó una euforia indómita, recuerdo que cuando volvió en sí me besaba la cara y posaba su rostro y manos sobre mi vientre, pues allí se alojaban sus más profundos anhelos y en torno a esto giraría, de ahora en adelante, completamente, su existencia.

Los días siguientes estuvimos atentos a los controles, la alegría inundaba su ser y su rostro irradiaba sus ganas de vivir, las cuales habían regresado a sí tras un período autodestructivo.

Estuvimos arreglando nuestra casa, hasta donde los recursos que teníamos nos lo permitían, reparamos lo más importante, las goteras, las ventanas rotas y empezamos a decorar el cuarto de Alexander (sería el nombre de nuestro hijo). A pesar de nuestra limitación de dinero, entre David y yo dibujamos a mano y pintamos su cuarto con diversas figuras, con colores azulados y esmeralda, destellando en un increíble despliegue de formas enternecedoras.

Estuve trabajando como cajera en un almacén cercano a nuestra casa, donde ahorraba todo lo que podía para poder comprar la cuna.

¡Oh, la cuna!

Un día íbamos caminando con David y pasamos frente a un gran centro comercial, decidimos entrar para echar un vistazo a algunas cosas que podríamos adquirir para el cuarto de Alexander. De repente vi esta cuna, era enorme, en madera oscura y muy bien acolchada, con diseños algo extravagantes y detalles bien acabados, tallados en la madera, dije, esta cuna es la que quiero para mi hijo, pero al ver el precio me sentí frustrada. ¡Costaba una fortuna! – No te preocupes, ahorraremos y compraremos esta cuna, si es lo que tú quieres. Dijo David de pronto, en un arranque de obstinación, buscando cumplir mis caprichos que, por esos días, abundaban.


De pronto sonó una alarma.

Caroline calló y Woodcock, embobado tras el relato apenas se espabiló. Giró su cabeza y posó su mirada sobre el reloj del cual provenía tan estridente sonido que anunciaba que el tiempo de la sesión se había agotado.

Con pesar e intriga, Woodcock, tomó el reloj entre sus manos. Le observó un momento y apagó la alarma. – Continuaremos con tu relato en la próxima sesión. Creo que es importante que tengas entre tus memorias presentes todo lo que ha ocurrido para no dejar escapar detalle alguno. Hasta ahora vamos bastante bien, pero ya veremos cómo evolucionas en nuestra siguiente entrevista.

Caroline asintió. Se puso de pie y se dirigió al comedor, pues era ya la hora del almuerzo.


El comedor se encontraba abarrotado de gente, pues recientemente habían entrado un gran número de pacientes con trastornos no muy graves. Apenas si las sillas alcanzaban para todos las personas que allí se encontraban. Todos, tanto los pacientes como los tratantes y personas de servicios generales, sentían una gran inquietud, lo que se expresaba con señales de impaciencia e hiperactividad, pues sus manos y sus piernas, a pesar de encontrarse en aparente inactividad, revoloteaban por doquier dando un espectáculo algo jocoso.

El comedor era amplio, como en una cárcel, donde habían bancas apiñadas a lo largo del sitio. Los pacientes se alineaban sosteniendo una bandeja donde un apestoso conserje les arrojaría vulgarmente su alimento, desabrido y muy poco nutritivo. En contadas ocasiones servían comida decente y comúnmente se veían verter los restos de días anteriores sin importar si se hubieran agriado o no.

- Sería genial donde nos sirvieran caramelos de cianuro como postre. Murmuró de pronto uno de los nuevos internos que se encontraba sentado al lado de Caroline, a lo que respondió con una leve sonrisa y un exhalar propulsado por la gracia que este comentario causó en ella.

- ¿Aunque, no es esa una muerte algo dolorosa?, Preguntó Caroline siguiéndole el juego a este personaje.

- No lo había pensado. Pero sería divertido ver qué cara harían los buitres al vernos a todos, tirados en el suelo, retorciéndonos y dejando escapar nuestros últimos alientos.

- Deberíamos fingir ahogarnos, no moriríamos y si podríamos verles las caras de idiotas que harían al vernos en esa situación.

Ambos rieron infantilmente.

Estuvieron platicando durante el almuerzo, contando anécdotas de sus vidas y dándose a conocer mutuamente. Henry era divorciado, tenía 43 años, era un poco más bajo que Ka, completamente calvo y de rostro redondo lo que le propiciaba cierta gracia a su modo de expresarse, era de contextura más bien esbelta y de ojos grises oscuros lo que contrastaba con su tez morena. Era alguien letrado, se lograba asimilar en su retórica y vocabulario, por lo que logró congeniar con gran facilidad con Caroline. Había trabajado durante años en la empresa de su suegro, pero al divorciarse quedó en la miseria y con un trastorno del sueño, lo que le había ocasionado otros síntomas tratables como alucinaciones acústicas, por lo que se había internado en dicha institución.

Henry se encontraba alojado en el ala oeste, donde se relacionaba con personas de similares condiciones, más a pesar de verse recluido en esta institución, Henry, resultaba más normal que de costumbre.

- Debe ser el contraste con respecto al resto de pacientes, pensó inocentemente.

Al siguiente día a la hora del desayuno, Ka buscó a Henry quien le estaba esperando. No sabía por qué pero las charlas con esta persona, en específico, le resultaban increíblemente edificantes, pues su conocimiento en una amplia gama de áreas del saber era, para ella, bastante enriquecedor.

Cuando terminaron de desayunar se dirigieron al patio de la institución, donde discutieron temas de literatura, música y filosofía. Encontrando algunos puntos de vista completamente opuestos, pero que les llevaban a una exposición detallada de sus percepciones; en otros temas coincidían en los aspectos más importantes con variaciones en nimiedades, arandelas, sujetas a conceptos que fundamentaban las raíces de su conocimiento.

Tanto Caroline como Henry disfrutaban profundamente de su mutua compañía, quienes exponían idea tras idea sin cansarse pues su retórica permitía una conversación amena, inclusive si se tocaban temas de la mayor profundidad, los cuales, de haberse llevado incorrectamente, podrían tornarse en extremo escabrosos o llegar hasta el tedio.

- Sinceramente, no sé por qué estás aquí. Inquirió repentinamente Henry.

- A pesar de que siento que puedo hablar tan abiertamente contigo, hay algo que he de revelar y que es el verdadero motivo por el que me encuentro recluida en este moridero.

Sus miradas se cruzaron fugazmente, donde Henry notó una profunda preocupación en los ojos de Ka.

- Hay alguien que quiero que conozcas, añadió. Su nombre es Marion y ella es el verdadero motivo de mi enclaustramiento. Es otro ente, bastante particular, por cierto, que reside dentro de mí.

- ¿Trastorno de identidades disociativas?, Cuestionó Henry mientras sus ojos se abrían cada vez más, intrigado por la condición de esta mujer.

Caroline asintió tímidamente.

- Ella también quiere conocerte, pues ha estado semi presente en algunas de las mejores conversaciones que hemos sostenido y quiere presentarse formalmente ante ti, sólo te pediré una cosa: no permitas que abuse de tu confianza.

Henry le observó con gran expectativa y sin pronunciar palabra alguna hizo un gesto afirmativo.
- Está bien, al almuerzo será ella la que te acompañará.

Caroline se despidió y se marchó a su habitación, donde sintió el sueño característico del cambio con Marion, se recostó y no despertó hasta que el reloj marcó exactamente las 12 del día.

Al llegar al comedor, Henry se hallaba solo en una mesa, saboreando cada cucharada del alimento que habían servido ese día.

Marion entró desprevenida, tomó su bandeja e hizo la fila para obtener su comida. No se había percatado de la presencia de Henry, quien le seguía, tranquilamente con la mirada mientras continuaba con su almuerzo.

Marion terminó la fila y pasó un vistazo rápido en el que divisó instantáneamente a Henry.
Se sentó a su lado sin dirigirle la mirada nuevamente.

Estuvieron comiendo en silencio. Henry terminó su almuerzo.

- Sé que tú no estás enfermo. Dijo Marion con algo de brusquedad.

Henry se tornó pálido, su rostro perdió la calma y se encorvó en su asiento.

- ¿D-… de qué hablas?

 Puede que engañes a todo mundo, hasta Caroline, pero yo estoy totalmente segura que tú eres igual o aún más “normal” que cualquiera de los que se encuentran afuera: asalariados, estudiantes, esposos, hijos. Tú, mi querido amigo, eres una persona del común, sé que finges tus malestares.

Henry finalmente sonrió.

- ¿Alguna vez escuchaste del experimento de Rosenhan?

- No.

- Doce personas, con un diagnóstico previo totalmente sano, se presentaron a doce instituciones psiquiátricas, argumentando tener alucinaciones visuales y acústicas, trastornos de sueño, hábitos y pensamientos descabellados. Todos fueron aceptados.

Tras ser internados, se comportaron de forma normal y afirmaban sinceramente su sanidad, al no haber sufrido más los síntomas mencionados en el diagnóstico inicial. A pesar de esto, los tratantes creían que los pacientes presentaban síntomas agravados de enfermedades psiquiátricas avanzadas, basados en su diagnóstico.

Muchos fueron retenidos durante más de dos meses, sin posibilidad de ser dados de alta, pues la obstinación y la creencia que “nunca podrían mejorar” sesgaba su percepción. Algunos pacientes tuvieron que acudir a medios legales con el fin de ser liberados, otros se vieron obligados a admitir, falsamente, su “enfermedad” y recibir un tratamiento farmacológico, el cual, por supuesto, desechaban a escondidas.

Actualmente me encuentro en un experimento similar. Somos 16 personas, una muestra aumentada, todos pasamos a diferentes hospitales del país. Nuestro objetivo es demostrar la gran falla que prevalece en esta clase de instituciones. Ya llevamos algún tiempo en esto. Espero poder terminar en pocas semanas, puesto que he sido trasladado desde la institución donde inicialmente me internaron.

Al terminar su relato, Marion soltó la cuchara y se dispuso a dejar la bandeja.

- A fin de cuentas, eres un impostor, un mentiroso. Creí que no tendría que tratar con embusteros en este sitio, pero… ahora te tengo como prueba de que estaba equivocada.

Habiendo dicho esto se incorporó, tomó su bandeja y emprendió su camino.

- ¡Espera! Dijo de repente Henry. Prométeme que no dirás una palabra. De lo contrario la investigación podría arruinarse.

Marion se giró y sonrió maliciosamente mientras que Henry, desconcertado, le observó marcharse a paso pausado y distraído.


La mañana siguiente Caroline tenía entrevista, una vez más, con el Dr. Woodcock, quien le volvió a practicar los exámenes de rutina.

- Hoy continuaremos con tu relato, indicó Woodcock. En la última sesión me hablabas de la cuna, retomemos desde allí.

La grabadora continuaba corriendo y los ojos de Woodcock se centraban con ansias en el rostro de Ka, quien se hallaba sentada, en posición fetal.

- La cuna… tuvimos que ahorrar durante dos meses, pero finalmente la compramos y la llevamos hasta la casa, el rostro de David irradiaba alegría y añoranza pues veía cada vez más cerca el nacimiento de su tan anhelado primogénito.

Tuvimos una discusión algo larga acerca de la ubicación de la cuna dentro del cuarto, pero finalmente la ubicamos de modo que la cabecera diera contra la pared donde David había retratado un hermoso paisaje, en una pradera, donde habían tres personas acostadas sobre el pasto. Muy seguramente él lo dibujó mientras yo no me encontraba, puesto que cuando pintamos el cuarto no estaban allí.

- ¿Marion te visitaba frecuentemente?

- No tan frecuente, a pesar de que detestaba el hecho que estuviera embarazada. Ella salía a fiestas y celebraciones en lugares desconocidos, a los que yo, ni en el peor estado, hubiese entrado. Llevaba una vida muy descuidada. David varias veces le impidió su salida, pero ella era astuta y se ingeniaba para escaparse.

- ¿Y sabes qué hacía en estas “fiestas”?

- Sólo sabía hasta donde ella me permitía recordar. Pero por los rastros y males que me aquejaban posteriores a estas jornadas, yo lograba deducir qué había hecho. Ella era adicta a la cocaína, yo alcancé a sentir un poco su efecto. También experimentaba con otras sustancias, LSD y píldoras, las cuales mezclaba con alcohol. Asistía a antros donde llevaban a cabo orgías y bacanales, en alguna ocasión, cercana al incidente, me permitió recordar un poco de lo que había sucedido en una de estas reuniones. Me sentía usada, una puta, y esto me generó una grave depresión. David, no estoy del todo segura, pero creo que nunca se enteró de esto, aunque sé que lo sospechaba, por lo que un tiempo después de comprar la cuna recayó en su peor vicio.

Fueron unas semanas en las que Marion se apoderaba y salía a sus desmesuradas celebraciones, mientras que David se quedaba en casa drogándose y escapando a lugares más allá de la imaginación. A veces me contaba sus visiones, eran en extremo bizarras, mas nunca me ofreció probarla.

Ya un poco más cercano a la fatídica noche, yo me encontraba en una profunda depresión. Ya no asistía a los controles y David muy pocas veces se encontraba en casa. Mi habitación se volvió un basurero desordenado y en un ataque de ira destruí el armazón de mi cama, por lo que tuve que dormir en el colchón sobre el suelo pues David se resistía a dormir conmigo.

Me sentía mal, tanto física como psicológica y espiritualmente. Mi estómago se encontraba hinchado y despreciaba mi figura, mientras Marion me reprochaba el habernos “deformado” con el embarazo, sin embargo sus salidas se volvieron más frecuentes; ya no era yo.

En mis pocas vigilias, intentaba tomar medicinas, encerrarme y comer saludable pues mi estado era pésimo.

Una semana antes de la pérdida de mi hijo no estuve presente sino hasta el domingo en la tarde, donde desperté en mi habitación, había sangrado bastante y el desorden de mi cuarto había atraído insectos que reptaban por doquier. Tomé una ducha y arreglé hasta donde me permitió el cansancio, luego comí algo, pues teniendo en cuenta mi embarazo, estaba terriblemente delgada. David no llegó hasta la madrugada.

Ya no me atrevía a entrar a la habitación de Alexander, me pesaba inmensamente el pensar que si continuaba así, le perdería. Pasaba las horas sentada en la sala leyendo Crimen y Castigo de Dostoievsky, mientras Marion se burlaba a mi oído de nuestra situación.

Yo le detestaba profundamente.

Woodcock escuchaba con agravio, su ceño fruncido facilitaba la lectura de sus pensamientos, sus ojos fulguraban tras sus enormes anteojos.

El teléfono sonó.

Woodcock no le prestó atención mientras Ka esperaba a que el teléfono se callase para continuar con su relato. Apenas terminó de timbrar, hubo un segundo de calma, pero volvió a sonar, lo que molestó en sobremanera a Alfred, quien se dirigió impaciente y contestó con un tono golpeado - ¿¡Qué paso!?
De repente su mirada cambió.

Al terminar de hablar, se volteó y pidió excusas pues un asunto de extrema urgencia había surgido.
- Terminaremos la próxima sesión, ¿te parece?, Dijo mientras apagaba su grabadora y guardó sus chécheres en el cajón del escritorio.

Salió a toda prisa mientras que Caroline se encontraba ensimismada en el sillón, con la misma posición fetal en la que se hallaba al iniciar.

Este día hubo un alboroto bastante grande en el ala oeste del hospital.

- Henry ha de estar involucrado, pensó Marion.



Al anochecer llegó una ambulancia acompañada por una patrulla policíaca, quienes escoltaron la camilla donde llevaban a Henry, golpeado, casi hasta la muerte por los buitres.