jueves, 23 de julio de 2015

Capítulo VI (IV)

IV

Caroline se encontraba, una vez más en aquél consultorio aséptico y monocromático. Observaba su reflejo en los lentes de su tratante quien le mostraba imágenes según dictamina el test de Rorschach. Al terminar de observar las diversas pictografías, a las cuales respondía mintiendo, pues lo que veía en aquellas ilustraciones le era muy similar a órganos expuestos y amputados o salpicaduras de sangre.

Se puso en marcha una grabadora mientras el médico  se disponía a hacerle una serie de preguntas.
Todo el consultorio se encontraba en un silencio sepulcral, lo único que se escuchaba era el funcionamiento de la grabadora y el lápiz chocando contra el papel que el doctor Woodcock usaba para llevar sus anotaciones.

- ¿Con quién estoy hablando?

- Con Caroline.

- ¿Cómo estás Caroline? ¿Cómo te sientes hoy?

- Bien, algo aturdida por los medicamentos, pero nada fuera de lo usual.

Woodcock escribía en profundo detalle todo cuanto le fuese imposible percibir al escuchar la cinta.
- ¿Marion ha venido a visitarte?

La mirada aletargada de Ka perdió su calma.

- No. Respondió de forma seca y concisa. Instantáneamente apartó su mirada esquiva de los ojos del doctor, quien notó este minúsculo gesto y procedió a anotarlo de inmediato en su cuadernillo.

- ¡Perfecto! Hoy continuaremos con lo que me venías contando la sesión pasada. La cúspide de tu relato. Le miró de reojo y con malicia. Ayúdame a hacer memoria, ¿en qué nos habíamos quedado?

Caroline empezó a agitarse, sus manos revoloteaban por doquier y su boca repetía palabras involuntariamente mudas, sin dejar escapar un ápice de aire.

- ¡Ah, sí! En tu reciente embarazo. ¿Qué sucedió cuando recibiste la noticia? ¿Cómo te sentiste en ese instante… lo  puedes recordar?

Sus ojos retomaron cierto sosiego mientras suspiraba anhelante. –Eran  los primeros días de febrero y tenía una cita con el médico, pues desde hacía casi una semana que no me sentía del todo bien. Era de noche. Fui sola por que David no había podido asistir, ya que se había quedado después del trabajo para irse de juerga con sus amigos.

- ¿Solía él dejarte sola por períodos muy extensos?, Interrumpió Woodcock.

- No, dijo dubitativamente e hizo una pausa. Bueno, tal vez. Muchas de sus ausencias se daban cuando yo también me encontraba ausente, si sabe a lo que me refiero.

- Sí, pero no quiero que estos asuntos entren en discusión en este momento. Por favor, continúa.

Caroline hizo un gesto de disgusto y prosiguió. – Esa noche llegué particularmente temprano. Estuve un tiempo en una sala de espera, algo pequeña y desordenada. Había revistas regadas por doquier, como era de esperarse para las últimas horas de atención en los consultorios.

Después de aguardar por unos minutos, la doctora Olive me hizo seguir a su consultorio. Le noté exhausta y algo temblorosa por la masiva cantidad de café que había ingerido este peculiar día.

Me hizo las preguntas de rutina, me examinó y mientras tanto le iba comentando cómo me sentía y los malestares que me aquejaban. Ella conocía mi condición. Me palpó el vientre y de pronto se quedó estupefacta.

- ¿Hace cuánto vienes teniendo estos síntomas?, Me preguntó con un tono de asombro.

Le respondí que hacía varias semanas, pero hasta hacía relativamente poco tiempo, se habían agravado.

Me lanzó una mirada extraña, sus facciones se tornaron inquietantes y su cara se cubrió de una mueca burlona.

- Estás embarazada. Dijo de repente, mientras una sonrisa nerviosa se esbozaba de sus labios resecos.
Todo lo que venía sintiendo de repente desapareció y mi cuerpo se heló. Sentí escalofríos y mis pies se entumieron.

- Tienes ocho semanas de embarazo.

Al regresar a la casa, vi que David no había llegado todavía. Eran las 11 pasadas. Estaba ansiosa por contarle lo que me había ocurrido y me senté a esperar su llegada. De regreso había pasado por una librería y compré un par de libros sobre maternidad, los cuales leí mientras esperaba impaciente.

Finalmente, cuando amaneció, David llegó. Venía borracho, casi inconsciente, y sin siquiera decir hola, se lanzó sobre el sofá y quedó allí rendido. Le miré de reojo y me dirigí a la cama, pues sabía que él no despertaría hasta las horas de la tarde, como era usual.

Woodcock, sin poder esperar a la continuación del relato preguntó inquieto. ¿Y David, cómo tomó esta noticia?

Caroline sonrió levemente.

- Tardó un poco en asimilarlo, pues esto fue algo muy inesperado, y él todavía recaía en sus vicios debido a la desesperación y la incomprensión de su situación, ya que tras fracasar en repetidos intentos por tener un hijo, y recibir los diagnósticos de infertilidad, su espíritu se había quebrantado y su voluntad se había desvanecido.

El doctor Woodcock asintió con la cabeza y anotó dos detalles.

- Dicha noticia le causó una euforia indómita, recuerdo que cuando volvió en sí me besaba la cara y posaba su rostro y manos sobre mi vientre, pues allí se alojaban sus más profundos anhelos y en torno a esto giraría, de ahora en adelante, completamente, su existencia.

Los días siguientes estuvimos atentos a los controles, la alegría inundaba su ser y su rostro irradiaba sus ganas de vivir, las cuales habían regresado a sí tras un período autodestructivo.

Estuvimos arreglando nuestra casa, hasta donde los recursos que teníamos nos lo permitían, reparamos lo más importante, las goteras, las ventanas rotas y empezamos a decorar el cuarto de Alexander (sería el nombre de nuestro hijo). A pesar de nuestra limitación de dinero, entre David y yo dibujamos a mano y pintamos su cuarto con diversas figuras, con colores azulados y esmeralda, destellando en un increíble despliegue de formas enternecedoras.

Estuve trabajando como cajera en un almacén cercano a nuestra casa, donde ahorraba todo lo que podía para poder comprar la cuna.

¡Oh, la cuna!

Un día íbamos caminando con David y pasamos frente a un gran centro comercial, decidimos entrar para echar un vistazo a algunas cosas que podríamos adquirir para el cuarto de Alexander. De repente vi esta cuna, era enorme, en madera oscura y muy bien acolchada, con diseños algo extravagantes y detalles bien acabados, tallados en la madera, dije, esta cuna es la que quiero para mi hijo, pero al ver el precio me sentí frustrada. ¡Costaba una fortuna! – No te preocupes, ahorraremos y compraremos esta cuna, si es lo que tú quieres. Dijo David de pronto, en un arranque de obstinación, buscando cumplir mis caprichos que, por esos días, abundaban.


De pronto sonó una alarma.

Caroline calló y Woodcock, embobado tras el relato apenas se espabiló. Giró su cabeza y posó su mirada sobre el reloj del cual provenía tan estridente sonido que anunciaba que el tiempo de la sesión se había agotado.

Con pesar e intriga, Woodcock, tomó el reloj entre sus manos. Le observó un momento y apagó la alarma. – Continuaremos con tu relato en la próxima sesión. Creo que es importante que tengas entre tus memorias presentes todo lo que ha ocurrido para no dejar escapar detalle alguno. Hasta ahora vamos bastante bien, pero ya veremos cómo evolucionas en nuestra siguiente entrevista.

Caroline asintió. Se puso de pie y se dirigió al comedor, pues era ya la hora del almuerzo.


El comedor se encontraba abarrotado de gente, pues recientemente habían entrado un gran número de pacientes con trastornos no muy graves. Apenas si las sillas alcanzaban para todos las personas que allí se encontraban. Todos, tanto los pacientes como los tratantes y personas de servicios generales, sentían una gran inquietud, lo que se expresaba con señales de impaciencia e hiperactividad, pues sus manos y sus piernas, a pesar de encontrarse en aparente inactividad, revoloteaban por doquier dando un espectáculo algo jocoso.

El comedor era amplio, como en una cárcel, donde habían bancas apiñadas a lo largo del sitio. Los pacientes se alineaban sosteniendo una bandeja donde un apestoso conserje les arrojaría vulgarmente su alimento, desabrido y muy poco nutritivo. En contadas ocasiones servían comida decente y comúnmente se veían verter los restos de días anteriores sin importar si se hubieran agriado o no.

- Sería genial donde nos sirvieran caramelos de cianuro como postre. Murmuró de pronto uno de los nuevos internos que se encontraba sentado al lado de Caroline, a lo que respondió con una leve sonrisa y un exhalar propulsado por la gracia que este comentario causó en ella.

- ¿Aunque, no es esa una muerte algo dolorosa?, Preguntó Caroline siguiéndole el juego a este personaje.

- No lo había pensado. Pero sería divertido ver qué cara harían los buitres al vernos a todos, tirados en el suelo, retorciéndonos y dejando escapar nuestros últimos alientos.

- Deberíamos fingir ahogarnos, no moriríamos y si podríamos verles las caras de idiotas que harían al vernos en esa situación.

Ambos rieron infantilmente.

Estuvieron platicando durante el almuerzo, contando anécdotas de sus vidas y dándose a conocer mutuamente. Henry era divorciado, tenía 43 años, era un poco más bajo que Ka, completamente calvo y de rostro redondo lo que le propiciaba cierta gracia a su modo de expresarse, era de contextura más bien esbelta y de ojos grises oscuros lo que contrastaba con su tez morena. Era alguien letrado, se lograba asimilar en su retórica y vocabulario, por lo que logró congeniar con gran facilidad con Caroline. Había trabajado durante años en la empresa de su suegro, pero al divorciarse quedó en la miseria y con un trastorno del sueño, lo que le había ocasionado otros síntomas tratables como alucinaciones acústicas, por lo que se había internado en dicha institución.

Henry se encontraba alojado en el ala oeste, donde se relacionaba con personas de similares condiciones, más a pesar de verse recluido en esta institución, Henry, resultaba más normal que de costumbre.

- Debe ser el contraste con respecto al resto de pacientes, pensó inocentemente.

Al siguiente día a la hora del desayuno, Ka buscó a Henry quien le estaba esperando. No sabía por qué pero las charlas con esta persona, en específico, le resultaban increíblemente edificantes, pues su conocimiento en una amplia gama de áreas del saber era, para ella, bastante enriquecedor.

Cuando terminaron de desayunar se dirigieron al patio de la institución, donde discutieron temas de literatura, música y filosofía. Encontrando algunos puntos de vista completamente opuestos, pero que les llevaban a una exposición detallada de sus percepciones; en otros temas coincidían en los aspectos más importantes con variaciones en nimiedades, arandelas, sujetas a conceptos que fundamentaban las raíces de su conocimiento.

Tanto Caroline como Henry disfrutaban profundamente de su mutua compañía, quienes exponían idea tras idea sin cansarse pues su retórica permitía una conversación amena, inclusive si se tocaban temas de la mayor profundidad, los cuales, de haberse llevado incorrectamente, podrían tornarse en extremo escabrosos o llegar hasta el tedio.

- Sinceramente, no sé por qué estás aquí. Inquirió repentinamente Henry.

- A pesar de que siento que puedo hablar tan abiertamente contigo, hay algo que he de revelar y que es el verdadero motivo por el que me encuentro recluida en este moridero.

Sus miradas se cruzaron fugazmente, donde Henry notó una profunda preocupación en los ojos de Ka.

- Hay alguien que quiero que conozcas, añadió. Su nombre es Marion y ella es el verdadero motivo de mi enclaustramiento. Es otro ente, bastante particular, por cierto, que reside dentro de mí.

- ¿Trastorno de identidades disociativas?, Cuestionó Henry mientras sus ojos se abrían cada vez más, intrigado por la condición de esta mujer.

Caroline asintió tímidamente.

- Ella también quiere conocerte, pues ha estado semi presente en algunas de las mejores conversaciones que hemos sostenido y quiere presentarse formalmente ante ti, sólo te pediré una cosa: no permitas que abuse de tu confianza.

Henry le observó con gran expectativa y sin pronunciar palabra alguna hizo un gesto afirmativo.
- Está bien, al almuerzo será ella la que te acompañará.

Caroline se despidió y se marchó a su habitación, donde sintió el sueño característico del cambio con Marion, se recostó y no despertó hasta que el reloj marcó exactamente las 12 del día.

Al llegar al comedor, Henry se hallaba solo en una mesa, saboreando cada cucharada del alimento que habían servido ese día.

Marion entró desprevenida, tomó su bandeja e hizo la fila para obtener su comida. No se había percatado de la presencia de Henry, quien le seguía, tranquilamente con la mirada mientras continuaba con su almuerzo.

Marion terminó la fila y pasó un vistazo rápido en el que divisó instantáneamente a Henry.
Se sentó a su lado sin dirigirle la mirada nuevamente.

Estuvieron comiendo en silencio. Henry terminó su almuerzo.

- Sé que tú no estás enfermo. Dijo Marion con algo de brusquedad.

Henry se tornó pálido, su rostro perdió la calma y se encorvó en su asiento.

- ¿D-… de qué hablas?

 Puede que engañes a todo mundo, hasta Caroline, pero yo estoy totalmente segura que tú eres igual o aún más “normal” que cualquiera de los que se encuentran afuera: asalariados, estudiantes, esposos, hijos. Tú, mi querido amigo, eres una persona del común, sé que finges tus malestares.

Henry finalmente sonrió.

- ¿Alguna vez escuchaste del experimento de Rosenhan?

- No.

- Doce personas, con un diagnóstico previo totalmente sano, se presentaron a doce instituciones psiquiátricas, argumentando tener alucinaciones visuales y acústicas, trastornos de sueño, hábitos y pensamientos descabellados. Todos fueron aceptados.

Tras ser internados, se comportaron de forma normal y afirmaban sinceramente su sanidad, al no haber sufrido más los síntomas mencionados en el diagnóstico inicial. A pesar de esto, los tratantes creían que los pacientes presentaban síntomas agravados de enfermedades psiquiátricas avanzadas, basados en su diagnóstico.

Muchos fueron retenidos durante más de dos meses, sin posibilidad de ser dados de alta, pues la obstinación y la creencia que “nunca podrían mejorar” sesgaba su percepción. Algunos pacientes tuvieron que acudir a medios legales con el fin de ser liberados, otros se vieron obligados a admitir, falsamente, su “enfermedad” y recibir un tratamiento farmacológico, el cual, por supuesto, desechaban a escondidas.

Actualmente me encuentro en un experimento similar. Somos 16 personas, una muestra aumentada, todos pasamos a diferentes hospitales del país. Nuestro objetivo es demostrar la gran falla que prevalece en esta clase de instituciones. Ya llevamos algún tiempo en esto. Espero poder terminar en pocas semanas, puesto que he sido trasladado desde la institución donde inicialmente me internaron.

Al terminar su relato, Marion soltó la cuchara y se dispuso a dejar la bandeja.

- A fin de cuentas, eres un impostor, un mentiroso. Creí que no tendría que tratar con embusteros en este sitio, pero… ahora te tengo como prueba de que estaba equivocada.

Habiendo dicho esto se incorporó, tomó su bandeja y emprendió su camino.

- ¡Espera! Dijo de repente Henry. Prométeme que no dirás una palabra. De lo contrario la investigación podría arruinarse.

Marion se giró y sonrió maliciosamente mientras que Henry, desconcertado, le observó marcharse a paso pausado y distraído.


La mañana siguiente Caroline tenía entrevista, una vez más, con el Dr. Woodcock, quien le volvió a practicar los exámenes de rutina.

- Hoy continuaremos con tu relato, indicó Woodcock. En la última sesión me hablabas de la cuna, retomemos desde allí.

La grabadora continuaba corriendo y los ojos de Woodcock se centraban con ansias en el rostro de Ka, quien se hallaba sentada, en posición fetal.

- La cuna… tuvimos que ahorrar durante dos meses, pero finalmente la compramos y la llevamos hasta la casa, el rostro de David irradiaba alegría y añoranza pues veía cada vez más cerca el nacimiento de su tan anhelado primogénito.

Tuvimos una discusión algo larga acerca de la ubicación de la cuna dentro del cuarto, pero finalmente la ubicamos de modo que la cabecera diera contra la pared donde David había retratado un hermoso paisaje, en una pradera, donde habían tres personas acostadas sobre el pasto. Muy seguramente él lo dibujó mientras yo no me encontraba, puesto que cuando pintamos el cuarto no estaban allí.

- ¿Marion te visitaba frecuentemente?

- No tan frecuente, a pesar de que detestaba el hecho que estuviera embarazada. Ella salía a fiestas y celebraciones en lugares desconocidos, a los que yo, ni en el peor estado, hubiese entrado. Llevaba una vida muy descuidada. David varias veces le impidió su salida, pero ella era astuta y se ingeniaba para escaparse.

- ¿Y sabes qué hacía en estas “fiestas”?

- Sólo sabía hasta donde ella me permitía recordar. Pero por los rastros y males que me aquejaban posteriores a estas jornadas, yo lograba deducir qué había hecho. Ella era adicta a la cocaína, yo alcancé a sentir un poco su efecto. También experimentaba con otras sustancias, LSD y píldoras, las cuales mezclaba con alcohol. Asistía a antros donde llevaban a cabo orgías y bacanales, en alguna ocasión, cercana al incidente, me permitió recordar un poco de lo que había sucedido en una de estas reuniones. Me sentía usada, una puta, y esto me generó una grave depresión. David, no estoy del todo segura, pero creo que nunca se enteró de esto, aunque sé que lo sospechaba, por lo que un tiempo después de comprar la cuna recayó en su peor vicio.

Fueron unas semanas en las que Marion se apoderaba y salía a sus desmesuradas celebraciones, mientras que David se quedaba en casa drogándose y escapando a lugares más allá de la imaginación. A veces me contaba sus visiones, eran en extremo bizarras, mas nunca me ofreció probarla.

Ya un poco más cercano a la fatídica noche, yo me encontraba en una profunda depresión. Ya no asistía a los controles y David muy pocas veces se encontraba en casa. Mi habitación se volvió un basurero desordenado y en un ataque de ira destruí el armazón de mi cama, por lo que tuve que dormir en el colchón sobre el suelo pues David se resistía a dormir conmigo.

Me sentía mal, tanto física como psicológica y espiritualmente. Mi estómago se encontraba hinchado y despreciaba mi figura, mientras Marion me reprochaba el habernos “deformado” con el embarazo, sin embargo sus salidas se volvieron más frecuentes; ya no era yo.

En mis pocas vigilias, intentaba tomar medicinas, encerrarme y comer saludable pues mi estado era pésimo.

Una semana antes de la pérdida de mi hijo no estuve presente sino hasta el domingo en la tarde, donde desperté en mi habitación, había sangrado bastante y el desorden de mi cuarto había atraído insectos que reptaban por doquier. Tomé una ducha y arreglé hasta donde me permitió el cansancio, luego comí algo, pues teniendo en cuenta mi embarazo, estaba terriblemente delgada. David no llegó hasta la madrugada.

Ya no me atrevía a entrar a la habitación de Alexander, me pesaba inmensamente el pensar que si continuaba así, le perdería. Pasaba las horas sentada en la sala leyendo Crimen y Castigo de Dostoievsky, mientras Marion se burlaba a mi oído de nuestra situación.

Yo le detestaba profundamente.

Woodcock escuchaba con agravio, su ceño fruncido facilitaba la lectura de sus pensamientos, sus ojos fulguraban tras sus enormes anteojos.

El teléfono sonó.

Woodcock no le prestó atención mientras Ka esperaba a que el teléfono se callase para continuar con su relato. Apenas terminó de timbrar, hubo un segundo de calma, pero volvió a sonar, lo que molestó en sobremanera a Alfred, quien se dirigió impaciente y contestó con un tono golpeado - ¿¡Qué paso!?
De repente su mirada cambió.

Al terminar de hablar, se volteó y pidió excusas pues un asunto de extrema urgencia había surgido.
- Terminaremos la próxima sesión, ¿te parece?, Dijo mientras apagaba su grabadora y guardó sus chécheres en el cajón del escritorio.

Salió a toda prisa mientras que Caroline se encontraba ensimismada en el sillón, con la misma posición fetal en la que se hallaba al iniciar.

Este día hubo un alboroto bastante grande en el ala oeste del hospital.

- Henry ha de estar involucrado, pensó Marion.



Al anochecer llegó una ambulancia acompañada por una patrulla policíaca, quienes escoltaron la camilla donde llevaban a Henry, golpeado, casi hasta la muerte por los buitres.

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