IV
Caroline se encontraba, una vez más en
aquél consultorio aséptico y monocromático. Observaba su reflejo en los lentes
de su tratante quien le mostraba imágenes según dictamina el test de Rorschach.
Al terminar de observar las diversas pictografías, a las cuales respondía
mintiendo, pues lo que veía en aquellas ilustraciones le era muy similar a
órganos expuestos y amputados o salpicaduras de sangre.
Se puso en marcha una grabadora mientras
el médico se disponía a hacerle una
serie de preguntas.
Todo el consultorio se encontraba en un
silencio sepulcral, lo único que se escuchaba era el funcionamiento de la
grabadora y el lápiz chocando contra el papel que el doctor Woodcock usaba para
llevar sus anotaciones.
- ¿Con quién estoy hablando?
- Con Caroline.
- ¿Cómo estás Caroline? ¿Cómo te sientes
hoy?
- Bien, algo aturdida por los
medicamentos, pero nada fuera de lo usual.
Woodcock escribía en profundo detalle todo
cuanto le fuese imposible percibir al escuchar la cinta.
- ¿Marion ha venido a visitarte?
La mirada aletargada de Ka perdió su
calma.
- No. Respondió de forma seca y concisa.
Instantáneamente apartó su mirada esquiva de los ojos del doctor, quien notó
este minúsculo gesto y procedió a anotarlo de inmediato en su cuadernillo.
- ¡Perfecto! Hoy continuaremos con lo que
me venías contando la sesión pasada. La cúspide de tu relato. Le miró de reojo
y con malicia. Ayúdame a hacer memoria, ¿en qué nos habíamos quedado?
Caroline empezó a agitarse, sus manos
revoloteaban por doquier y su boca repetía palabras involuntariamente mudas,
sin dejar escapar un ápice de aire.
- ¡Ah, sí! En tu reciente embarazo. ¿Qué
sucedió cuando recibiste la noticia? ¿Cómo te sentiste en ese instante… lo puedes recordar?
Sus ojos retomaron cierto sosiego mientras
suspiraba anhelante. –Eran los primeros
días de febrero y tenía una cita con el médico, pues desde hacía casi una
semana que no me sentía del todo bien. Era de noche. Fui sola por que David no
había podido asistir, ya que se había quedado después del trabajo para irse de
juerga con sus amigos.
- ¿Solía él dejarte sola por períodos muy
extensos?, Interrumpió Woodcock.
- No, dijo dubitativamente e hizo una
pausa. Bueno, tal vez. Muchas de sus ausencias se daban cuando yo también me
encontraba ausente, si sabe a lo que me
refiero.
- Sí, pero no quiero que estos asuntos
entren en discusión en este momento. Por favor, continúa.
Caroline hizo un gesto de disgusto y
prosiguió. – Esa noche llegué particularmente temprano. Estuve un tiempo en una
sala de espera, algo pequeña y desordenada. Había revistas regadas por doquier,
como era de esperarse para las últimas horas de atención en los consultorios.
Después de aguardar por unos minutos, la
doctora Olive me hizo seguir a su consultorio. Le noté exhausta y algo
temblorosa por la masiva cantidad de café que había ingerido este peculiar día.
Me hizo las preguntas de rutina, me
examinó y mientras tanto le iba comentando cómo me sentía y los malestares que
me aquejaban. Ella conocía mi condición. Me palpó el vientre y de pronto se
quedó estupefacta.
- ¿Hace cuánto vienes teniendo estos síntomas?,
Me preguntó con un tono de asombro.
Le respondí que hacía varias semanas, pero
hasta hacía relativamente poco tiempo, se habían agravado.
Me lanzó una mirada extraña, sus facciones
se tornaron inquietantes y su cara se cubrió de una mueca burlona.
- Estás embarazada. Dijo de repente,
mientras una sonrisa nerviosa se esbozaba de sus labios resecos.
Todo lo que venía sintiendo de repente
desapareció y mi cuerpo se heló. Sentí escalofríos y mis pies se entumieron.
- Tienes ocho semanas de embarazo.
Al regresar a la casa, vi que David no
había llegado todavía. Eran las 11 pasadas. Estaba ansiosa por contarle lo que
me había ocurrido y me senté a esperar su llegada. De regreso había pasado por
una librería y compré un par de libros sobre maternidad, los cuales leí
mientras esperaba impaciente.
Finalmente, cuando amaneció, David llegó.
Venía borracho, casi inconsciente, y sin siquiera decir hola, se lanzó sobre el
sofá y quedó allí rendido. Le miré de reojo y me dirigí a la cama, pues sabía
que él no despertaría hasta las horas de la tarde, como era usual.
Woodcock, sin poder esperar a la
continuación del relato preguntó inquieto. ¿Y David, cómo tomó esta noticia?
Caroline sonrió levemente.
- Tardó un poco en asimilarlo, pues esto
fue algo muy inesperado, y él todavía recaía en sus vicios debido a la
desesperación y la incomprensión de su situación, ya que tras fracasar en
repetidos intentos por tener un hijo, y recibir los diagnósticos de
infertilidad, su espíritu se había quebrantado y su voluntad se había
desvanecido.
El doctor Woodcock asintió con la cabeza y
anotó dos detalles.
- Dicha noticia le causó una euforia
indómita, recuerdo que cuando volvió en sí me besaba la cara y posaba su rostro
y manos sobre mi vientre, pues allí se alojaban sus más profundos anhelos y en
torno a esto giraría, de ahora en adelante, completamente, su existencia.
Los días siguientes estuvimos atentos a
los controles, la alegría inundaba su ser y su rostro irradiaba sus ganas de
vivir, las cuales habían regresado a sí tras un período autodestructivo.
Estuvimos arreglando nuestra casa, hasta
donde los recursos que teníamos nos lo permitían, reparamos lo más importante,
las goteras, las ventanas rotas y empezamos a decorar el cuarto de Alexander
(sería el nombre de nuestro hijo). A pesar de nuestra limitación de dinero,
entre David y yo dibujamos a mano y pintamos su cuarto con diversas figuras,
con colores azulados y esmeralda, destellando en un increíble despliegue de
formas enternecedoras.
Estuve trabajando como cajera en un
almacén cercano a nuestra casa, donde ahorraba todo lo que podía para poder
comprar la cuna.
¡Oh, la cuna!
Un día íbamos caminando con David y
pasamos frente a un gran centro comercial, decidimos entrar para echar un
vistazo a algunas cosas que podríamos adquirir para el cuarto de Alexander. De
repente vi esta cuna, era enorme, en madera oscura y muy bien acolchada, con
diseños algo extravagantes y detalles bien acabados, tallados en la madera,
dije, esta cuna es la que quiero para mi hijo, pero al ver el precio me sentí
frustrada. ¡Costaba una fortuna! – No te preocupes, ahorraremos y compraremos
esta cuna, si es lo que tú quieres. Dijo David de pronto, en un arranque de
obstinación, buscando cumplir mis caprichos que, por esos días, abundaban.
De pronto sonó una alarma.
Caroline calló y Woodcock, embobado tras
el relato apenas se espabiló. Giró su cabeza y posó su mirada sobre el reloj
del cual provenía tan estridente sonido que anunciaba que el tiempo de la
sesión se había agotado.
Con pesar e intriga, Woodcock, tomó el
reloj entre sus manos. Le observó un momento y apagó la alarma. – Continuaremos
con tu relato en la próxima sesión. Creo que es importante que tengas entre tus
memorias presentes todo lo que ha ocurrido para no dejar escapar detalle
alguno. Hasta ahora vamos bastante bien, pero ya veremos cómo evolucionas en
nuestra siguiente entrevista.
Caroline asintió. Se puso de pie y se
dirigió al comedor, pues era ya la hora del almuerzo.
El comedor se encontraba abarrotado de
gente, pues recientemente habían entrado un gran número de pacientes con
trastornos no muy graves. Apenas si las sillas alcanzaban para todos las
personas que allí se encontraban. Todos, tanto los pacientes como los tratantes
y personas de servicios generales, sentían una gran inquietud, lo que se
expresaba con señales de impaciencia e hiperactividad, pues sus manos y sus
piernas, a pesar de encontrarse en aparente inactividad, revoloteaban por
doquier dando un espectáculo algo jocoso.
El comedor era amplio, como en una cárcel,
donde habían bancas apiñadas a lo largo del sitio. Los pacientes se alineaban sosteniendo
una bandeja donde un apestoso conserje les arrojaría vulgarmente su alimento,
desabrido y muy poco nutritivo. En contadas ocasiones servían comida decente y
comúnmente se veían verter los restos de días anteriores sin importar si se
hubieran agriado o no.
- Sería genial donde nos sirvieran
caramelos de cianuro como postre. Murmuró de pronto uno de los nuevos internos
que se encontraba sentado al lado de Caroline, a lo que respondió con una leve
sonrisa y un exhalar propulsado por la gracia que este comentario causó en
ella.
- ¿Aunque, no es esa una muerte algo
dolorosa?, Preguntó Caroline siguiéndole el juego a este personaje.
- No lo había pensado. Pero sería
divertido ver qué cara harían los buitres al vernos a todos, tirados en el
suelo, retorciéndonos y dejando escapar nuestros últimos alientos.
- Deberíamos fingir ahogarnos, no
moriríamos y si podríamos verles las caras de idiotas que harían al vernos en
esa situación.
Ambos rieron infantilmente.
Estuvieron platicando durante el almuerzo,
contando anécdotas de sus vidas y dándose a conocer mutuamente. Henry era
divorciado, tenía 43 años, era un poco más bajo que Ka, completamente calvo y
de rostro redondo lo que le propiciaba cierta gracia a su modo de expresarse,
era de contextura más bien esbelta y de ojos grises oscuros lo que contrastaba
con su tez morena. Era alguien letrado, se lograba asimilar en su retórica y
vocabulario, por lo que logró congeniar con gran facilidad con Caroline. Había
trabajado durante años en la empresa de su suegro, pero al divorciarse quedó en
la miseria y con un trastorno del sueño, lo que le había ocasionado otros
síntomas tratables como alucinaciones acústicas, por lo que se había internado
en dicha institución.
Henry se encontraba alojado en el ala
oeste, donde se relacionaba con personas de similares condiciones, más a pesar
de verse recluido en esta institución, Henry, resultaba más normal que de
costumbre.
- Debe ser el contraste con respecto al
resto de pacientes, pensó inocentemente.
Al siguiente día a la hora del desayuno,
Ka buscó a Henry quien le estaba esperando. No sabía por qué pero las charlas
con esta persona, en específico, le resultaban increíblemente edificantes, pues
su conocimiento en una amplia gama de áreas del saber era, para ella, bastante
enriquecedor.
Cuando terminaron de desayunar se dirigieron
al patio de la institución, donde discutieron temas de literatura, música y
filosofía. Encontrando algunos puntos de vista completamente opuestos, pero que
les llevaban a una exposición detallada de sus percepciones; en otros temas
coincidían en los aspectos más importantes con variaciones en nimiedades,
arandelas, sujetas a conceptos que fundamentaban las raíces de su conocimiento.
Tanto Caroline como Henry disfrutaban
profundamente de su mutua compañía, quienes exponían idea tras idea sin
cansarse pues su retórica permitía una conversación amena, inclusive si se
tocaban temas de la mayor profundidad, los cuales, de haberse llevado
incorrectamente, podrían tornarse en extremo escabrosos o llegar hasta el
tedio.
- Sinceramente, no sé por qué estás aquí. Inquirió
repentinamente Henry.
- A pesar de que siento que puedo hablar
tan abiertamente contigo, hay algo que he de revelar y que es el verdadero
motivo por el que me encuentro recluida en este moridero.
Sus miradas se cruzaron fugazmente, donde
Henry notó una profunda preocupación en los ojos de Ka.
- Hay alguien que quiero que conozcas,
añadió. Su nombre es Marion y ella es
el verdadero motivo de mi enclaustramiento. Es otro ente, bastante particular,
por cierto, que reside dentro de mí.
- ¿Trastorno de identidades disociativas?,
Cuestionó Henry mientras sus ojos se abrían cada vez más, intrigado por la
condición de esta mujer.
Caroline asintió tímidamente.
- Ella también quiere conocerte, pues ha
estado semi presente en algunas de las mejores conversaciones que hemos
sostenido y quiere presentarse formalmente ante ti, sólo te pediré una cosa: no
permitas que abuse de tu confianza.
Henry le observó con gran expectativa y
sin pronunciar palabra alguna hizo un gesto afirmativo.
- Está bien, al almuerzo será ella la que
te acompañará.
Caroline se despidió y se marchó a su
habitación, donde sintió el sueño característico del cambio con Marion, se
recostó y no despertó hasta que el reloj marcó exactamente las 12 del día.
Al llegar al comedor, Henry se hallaba
solo en una mesa, saboreando cada cucharada del alimento que habían servido ese
día.
Marion entró desprevenida, tomó su bandeja
e hizo la fila para obtener su comida. No se había percatado de la presencia de
Henry, quien le seguía, tranquilamente con la mirada mientras continuaba con su
almuerzo.
Marion terminó la fila y pasó un vistazo
rápido en el que divisó instantáneamente a Henry.
Se sentó a su lado sin dirigirle la mirada
nuevamente.
Estuvieron comiendo en silencio. Henry
terminó su almuerzo.
- Sé que tú no estás enfermo. Dijo Marion
con algo de brusquedad.
Henry se tornó pálido, su rostro perdió la
calma y se encorvó en su asiento.
- ¿D-… de qué hablas?
Puede que engañes a todo mundo, hasta
Caroline, pero yo estoy totalmente segura que tú eres igual o aún más “normal”
que cualquiera de los que se encuentran afuera: asalariados, estudiantes,
esposos, hijos. Tú, mi querido amigo, eres una persona del común, sé que finges
tus malestares.
Henry finalmente sonrió.
- ¿Alguna vez escuchaste del experimento
de Rosenhan?
- No.
- Doce personas, con un diagnóstico previo
totalmente sano, se presentaron a doce instituciones psiquiátricas,
argumentando tener alucinaciones visuales y acústicas, trastornos de sueño,
hábitos y pensamientos descabellados. Todos fueron aceptados.
Tras ser internados, se comportaron de
forma normal y afirmaban sinceramente su sanidad, al no haber sufrido más los
síntomas mencionados en el diagnóstico inicial. A pesar de esto, los tratantes
creían que los pacientes presentaban síntomas agravados de enfermedades
psiquiátricas avanzadas, basados en su diagnóstico.
Muchos fueron retenidos durante más de dos
meses, sin posibilidad de ser dados de alta, pues la obstinación y la creencia
que “nunca podrían mejorar” sesgaba su percepción. Algunos pacientes tuvieron
que acudir a medios legales con el fin de ser liberados, otros se vieron
obligados a admitir, falsamente, su “enfermedad” y recibir un tratamiento
farmacológico, el cual, por supuesto, desechaban a escondidas.
Actualmente me encuentro en un experimento
similar. Somos 16 personas, una muestra aumentada, todos pasamos a diferentes
hospitales del país. Nuestro objetivo es demostrar la gran falla que prevalece
en esta clase de instituciones. Ya llevamos algún tiempo en esto. Espero poder
terminar en pocas semanas, puesto que he sido trasladado desde la institución
donde inicialmente me internaron.
Al terminar su relato, Marion soltó la
cuchara y se dispuso a dejar la bandeja.
- A fin de cuentas, eres un impostor, un
mentiroso. Creí que no tendría que tratar con embusteros en este sitio, pero… ahora
te tengo como prueba de que estaba equivocada.
Habiendo dicho esto se incorporó, tomó su
bandeja y emprendió su camino.
- ¡Espera! Dijo de repente Henry.
Prométeme que no dirás una palabra. De lo contrario la investigación podría
arruinarse.
Marion se giró y sonrió maliciosamente
mientras que Henry, desconcertado, le observó marcharse a paso pausado y distraído.
La mañana siguiente Caroline tenía
entrevista, una vez más, con el Dr. Woodcock, quien le volvió a practicar los
exámenes de rutina.
- Hoy continuaremos con tu relato, indicó
Woodcock. En la última sesión me hablabas de la cuna, retomemos desde allí.
La grabadora continuaba corriendo y los
ojos de Woodcock se centraban con ansias en el rostro de Ka, quien se hallaba
sentada, en posición fetal.
- La cuna… tuvimos que ahorrar durante dos
meses, pero finalmente la compramos y la llevamos hasta la casa, el rostro de
David irradiaba alegría y añoranza pues veía cada vez más cerca el nacimiento
de su tan anhelado primogénito.
Tuvimos una discusión algo larga acerca de
la ubicación de la cuna dentro del cuarto, pero finalmente la ubicamos de modo
que la cabecera diera contra la pared donde David había retratado un hermoso
paisaje, en una pradera, donde habían tres personas acostadas sobre el pasto.
Muy seguramente él lo dibujó mientras yo no me encontraba, puesto que cuando
pintamos el cuarto no estaban allí.
- ¿Marion te visitaba frecuentemente?
- No tan frecuente, a pesar de que
detestaba el hecho que estuviera embarazada. Ella salía a fiestas y
celebraciones en lugares desconocidos, a los que yo, ni en el peor estado,
hubiese entrado. Llevaba una vida muy descuidada. David varias veces le impidió
su salida, pero ella era astuta y se ingeniaba para escaparse.
- ¿Y sabes qué hacía en estas “fiestas”?
- Sólo sabía hasta donde ella me permitía
recordar. Pero por los rastros y males que me aquejaban posteriores a estas
jornadas, yo lograba deducir qué había hecho. Ella era adicta a la cocaína, yo
alcancé a sentir un poco su efecto. También experimentaba con otras sustancias,
LSD y píldoras, las cuales mezclaba con alcohol. Asistía a antros donde
llevaban a cabo orgías y bacanales, en alguna ocasión, cercana al incidente, me
permitió recordar un poco de lo que había sucedido en una de estas reuniones.
Me sentía usada, una puta, y esto me generó una grave depresión. David, no
estoy del todo segura, pero creo que nunca se enteró de esto, aunque sé que lo
sospechaba, por lo que un tiempo después de comprar la cuna recayó en su peor
vicio.
Fueron unas semanas en las que Marion se
apoderaba y salía a sus desmesuradas celebraciones, mientras que David se
quedaba en casa drogándose y escapando a lugares más allá de la imaginación. A
veces me contaba sus visiones, eran en extremo bizarras, mas nunca me ofreció
probarla.
Ya un poco más cercano a la fatídica
noche, yo me encontraba en una profunda depresión. Ya no asistía a los
controles y David muy pocas veces se encontraba en casa. Mi habitación se
volvió un basurero desordenado y en un ataque de ira destruí el armazón de mi
cama, por lo que tuve que dormir en el colchón sobre el suelo pues David se
resistía a dormir conmigo.
Me sentía mal, tanto física como
psicológica y espiritualmente. Mi estómago se encontraba hinchado y despreciaba
mi figura, mientras Marion me reprochaba el habernos “deformado” con el
embarazo, sin embargo sus salidas se volvieron más frecuentes; ya no era yo.
En mis pocas vigilias, intentaba tomar
medicinas, encerrarme y comer saludable pues mi estado era pésimo.
Una semana antes de la pérdida de mi hijo
no estuve presente sino hasta el domingo en la tarde, donde desperté en mi
habitación, había sangrado bastante y el desorden de mi cuarto había atraído
insectos que reptaban por doquier. Tomé una ducha y arreglé hasta donde me
permitió el cansancio, luego comí algo, pues teniendo en cuenta mi embarazo,
estaba terriblemente delgada. David no llegó hasta la madrugada.
Ya no me atrevía a entrar a la habitación
de Alexander, me pesaba inmensamente el pensar que si continuaba así, le
perdería. Pasaba las horas sentada en la sala leyendo Crimen y Castigo de
Dostoievsky, mientras Marion se burlaba a mi oído de nuestra situación.
Yo le detestaba profundamente.
Woodcock escuchaba con agravio, su ceño
fruncido facilitaba la lectura de sus pensamientos, sus ojos fulguraban tras
sus enormes anteojos.
El teléfono sonó.
Woodcock no le prestó atención mientras Ka
esperaba a que el teléfono se callase para continuar con su relato. Apenas
terminó de timbrar, hubo un segundo de calma, pero volvió a sonar, lo que
molestó en sobremanera a Alfred, quien se dirigió impaciente y contestó con un
tono golpeado - ¿¡Qué paso!?
De repente su mirada cambió.
Al terminar de hablar, se volteó y pidió
excusas pues un asunto de extrema urgencia había surgido.
- Terminaremos la próxima sesión, ¿te
parece?, Dijo mientras apagaba su grabadora y guardó sus chécheres en el cajón
del escritorio.
Salió a toda prisa mientras que Caroline
se encontraba ensimismada en el sillón, con la misma posición fetal en la que
se hallaba al iniciar.
Este día hubo un alboroto bastante grande
en el ala oeste del hospital.
- Henry ha de estar involucrado, pensó
Marion.
Al anochecer llegó una ambulancia
acompañada por una patrulla policíaca, quienes escoltaron la camilla donde
llevaban a Henry, golpeado, casi hasta la muerte por los buitres.
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